segunda-feira, 22 de julho de 2019

EL AMANTE DE LAS AMAZONAS (ROGEL SAMUEL)

EL AMANTE DE LAS AMAZONAS (ROGEL SAMUEL)
TRADUCCIÓN: Marta Cortezão

UNO: VIAJE.
Nos despedimos desde aquella estrecha puerta donde unacancela intentaba cerrarnos el paso bajo aquella nostálgica aurora de pómulos rosáceos de las Navidades de 1897 –fue laúltima vez que vi a mi madre – en presencia de todos los que allí estaban y de quien no quiero recordar, en el pueblo de Patos en Pernambuco, de donde partí con apenas dos mudas de ropa en la maleta, amarrada, cosida, con uncosmorama donde se veían los paisajes de Manaos, Belém, París, Londres, Viena y San Petersburgo.

Vine cabalgando una mula en un convoy de lana por la Borborema, y tres días después estaba en Timbaúba de Mocós, cabeza de línea de hierro y punto de reunión de troperos del desiertode Paraíba y de Río Grande do Norte. Fue allí donde me pusieron dentro de un tren en dirección a Recife, en Brum, donde encontré un albergue cerca del Embarcadero de la Linguetay allí me hospedépor cinco días hasta queembarqué en el Alfredo, con destino al Amazonas: yo era apenas un adolescente.

Viajé aquel día y al siguiente amanecimos en Cabedelo, el embarcaderoestaba lleno de gente ansiosa que recibía combatientes de Canudos , Monte Santo y Favela, de la Travesía de Uauá . Hubo alegría pero mucho más llantos y gritos. Y no nos demoramos, que de allí partimos hacia Natal, donde los emigrantes esperaban aquel navío para huir al Amazonas. Además de los quinientos soldados de la Policía del estado de Pará, se acomodaba en las bodegas del navío todo el 4° Batallón de Infantería que, sin bajas, entero,volvía de la guerra. En Fortaleza el comandanteBezerraestaba obligado a aceptar, acoger y albergar una lista, leída en voz alta, de más de seiscientasvíctimas de la sequía que desde1879 veníamos retirando periódicamente al Río Amazonas. Dentro del navío el entrenzado de hamacas era asustador, ya no cabía siquiera una pequeña jaula de cerdos, así que toda aquella horda apiñada olía a podrido, sudor, estiércol de ganadería y orina. Hubo robo, borrachera, violación, pelea, apuñalamiento y muerte – un padre pegóa puñetazos a un hombreal que sorprendió con su hija entre las bolsas de estiércol; otro, borracho, se meaba allí en el suelo mientras la orina escurría hasta en el suelo donde muchos se dormían; y para colmo, un hombredefecósobre un cesto de mimbre con gallinas, aliviándose bajo la luz de un candelero amarillo lleno de moscas. Era un soldado.

Pasamos del Faro de Acaraú  todavía dentro de aquel sótanopestilente y paramos en Amarração para tirar en las oscuras aguas los cadáveres, unrecluso y dos pasajeros cubiertos de viruela. Siquiera nos acercamos a Tutoia, atracamos en São Luís donde el Alfredo fue cercadopor pequeños botes,canoasy se transformó en una gigantesca feria flotante, allí todos los vendedores de camarón frito, dulcesy frutas subíana bordo. No fue para nada un viaje placentero. Y después de desataviado, despachado, el Alfredo prosiguió navegando lentamente a lo largo del río hacia Belém, y al caer la tarde se moderaba la marcha para dejar subir al práctico de alto bordo de la Barra do Farol, mientras el Alfredo franqueaba el estuario del río Amazonas y, a la orden del timón, se adentrabaen el gran río de luces encendidas, que era noche cubierta de estrellas a pesar de todo.

Fue en Belém donde me hospedé en aquel hotel que se llamaba DuasNações porque era propiedad de un portugués y de un español. Pero había que esperar un mes por el Barão do Juruá para seguir el viaje hacia el Amazonas y mi dinero se acababa, tuve que dormir al aire libre, expuesto a la humedad de la noche, así ahorraba para la comida,y ademásya debíalos billetes del viaje al propietario y señor de cauchal, que me los había anticipado.

Pero, embarcado, si no tuviéramos contratiempos, llegaríaa Manaos en seis días de viaje a ocho millas por hora. Dos días más tarde pasaba por la Boca doPurus, cinco días después de entrar en la Foz  do Juruá. ¡Cómo tardábamos en llegar a nuestro destino! ¿Pero por qué, si navegábamos día y noche? En la Foz doJuruá, el Río Amazonas mide 12 km de ancho, y pájaros de vuelo corto (el jacamim , el mutum , el cojubim ) no consiguen atravesar y se mueren de cansancio, ahogados en el fondo de las olas pinceladas de amarillo de la travesía. En ocho días de navegación por el Juruá llegábamos al Río Tarauacá y atracábamos en São Felipe,  una villa bonita y ordenada de cuarenta y cinco casas. Nueve días después entrábamos en el Río Jordão, donde el Barão nos dejaba para que el viaje siguieraencanoa por el Igarapé BomJardim, subiendo y encontrando nuestro límite y destino, la punta de nuestro nudo, el término, el marco extremo de nosotros mismos, el más lejano e interno del orbe terrestre – llegamos finalmente al Igarapé do Inferno, límite donde se encontraba el fin del mundo, y envuelto en el peso de su sorpresa y fama, el legendario, el mítico, el infinito Cauchal Manixi– cuarenta días después de mi partida de Belém, tres meses y cinco días desde mi partida de Patos.
Pero no dije que venía en búsqueda de tío Genaro y de mi hermano Antonio, acomodados en el Manixi. No. Porque ellos habían sido trabajadores caucheros del Río Jantiatuba, en el Cauchal Pixuna, a 1.270 millas de la ciudad de Manaos, donde años después naufragaría el Alfredo. Ellos frecuentaron elRío Eiru, en una casi prolongación del lago, y de allí ellos partieron en chata, barco y galeota hasta el Río Gregorio, donde trabajaron para los franceses, y de allí siguieron hacia el Río Mu, hacia el Paraná  da Arrependida, serviciales libres que eran, subiendo el Tarauacá hasta el punto en donde dicen fuemuerto el hijo de Euclides daCunha, que era el delegado en una sublevación de caucheros. Después viajaron y se fueron al Riozinho Leonel, de allí siguieron por el Tejo, porel Breu, por el hermoso IgarapéCorumbam–¡el magnífico! –,por el Hudson, por el Paraná Pixuna, el Moa, el Juruá-mirim hasta el Paraná Ouro Preto donde, a través del Paraná das Minas, entraron por el Amónea, llegando al Paraná dos Numas, cerca del Paraná São João y de un brazo del río sin nombre que va a dar a un lugar desconocido. Y allí fue donde encontraron el barco que seguía hacia el Igarapé do Inferno y que los dejó en el Manixi,en el Acre , donde, acosados por el dueño del cauchal, amansaron.
Y os digo (que todo este libro es la confesión de mi vida) que pronto sentí, en aquel momento, Genaro y Antonio ansiando por volver a su árida tierra, porque la crisis de la vida amazónica se agravaba, y eso que las condiciones de los caucheros empeoraban en los tiempos de mis parientes en aquel duro trabajo deextraer el caucho de la mata sin ningún provecho.

Quizás no me comprendieroncuando me vieron. Yo flaco, mirada hundida bajo unas melenas de pelo castaño que  tenía, abandonado, surgido como una aparición en el banco del cobertizo (lo recuerdo bien, caía unaoscura y procelosa tempestad,el resplandor de los relámpagos cortaba el oscuro de la noche y el sibilante viento soplaba con furia) ¡oh, no!ni me reconocieron (estaría yo allí de testigo de la mala suerte de ellos), ni me aplaudieron, tal vez me odiaban. ¿Pues no se habían marchado ellos también de jóvenes, hace más de diez años, y de mí guardando el amarillo recuerdo del niño de ropa sucia de agua colada?No sereconocieron en mí, la fiel personificación de aquel momento desgarrador de las esperanzas,allí delante de ellos, alto, sonoro y significativo nombre de una noticia más de crisis que venía a dar en aquella patria de las malas noticias, en aquel lugar siempre en principios, en el recomienzo de una queja que ya se prolongabapor tantos años, dispersando, por todos los lugares,nuestra desgraciada familia, que ni conocí y que ni sé si aún viven, uno se fue a São Paulo, hecho soldado; y otro, teniendo talento en las piernas, se fue de súbito hacia Belém, volviendo después por el Piauí, pasando por la Serra Grande hasta Teresina, seguido por Maranhão hasta Goiás, hombre de pie suelto que era, para luego subir el Tocantins hastaBahía donde finalmente desapareció y de donde no nos dio ninguna noticiamáspues acabó en la leprosería de Paricatuba (“Tengo fe en el hombre que come y anda armado. Crea talento y coraje. ¡Con la tripa llena, una arma de fuego en la espalda y un cuchillo afilado en la vaina del cinturónllamo cualquier boca de fiera!”, eso nos dijo él en el día de su partida); el otro –  ¡ah! –, era el más viejo, flaquitoy pequeño, moría de hambre con no abandonar a la vieja madre (ella lo amaba más que a todos, mi madre murió dos años después de mi partida. Ella me despreciaba, sé que me odiaba, sé que me maldecía en la hora de su muerte); y nuestra hermana, bella, sumisa, la más pequeña, abandonada por su marido para hacer la vida en la Vila de Santa Rita con los troperos de la región, y así ganabapara escapar del hambre del mundo mientras la tierra marchitabaasolada poruna gran sequia: sí, nuestra familiaentera, jodida y destruida, así que después vi que estaba solo, conmigo mismo, en el horror de Dios.

Pues no dijeron palabra. Se recogieron en sí, y yo aún durante mucho tiempo sentado en la oscuridad,llorando en el abandono y soledad. A mis pies lamaleta de amarradoempapada dela lluvia. Y yo quise volver, y no estar allí. Y no quise haber venido. Pero no tenía camino de vuelta. Y nunca más volví.

Y poco a poco empecé a hacer aquellas cosas propias de aquél lugar, como cocinar y limpiar lacabaña, pescar y recoger frutas para no pasar hambre. Y como yo ya tenía una deuda con el patrón del Cauchal Manixique ni siquiera conocía, tuve que darme prisa para recoger el caucho.Prisionero de las colocaciones, luego seguí el camino con el recogedor de estaño, para hacer el trabajo de ahumado con el ouricuri , lascas de madera (maçaranduba y acabu), para crear mis propios cilindros de caucho ahumado. La leche se volvía negra a mi contacto.¿Con tanta tierra que hay aquí, no se cultiva nada? ¿Sólo se recoge el caucho? ¿Se produce apenas para el consumo? Y no me hablaban, y no me enseñaban, como que me ignoraban, ni siquiera los dos se hablaban entre sí. Se habían vuelto bichos, y no creo que supieran hablar. Llegaban por la noche cansados, mudos y sucios, comían y dormían oliendo mal. Y por la madrugada otra vezpartían hacia los caminos estrechos del bosque espeso, movidos por un interno aparato de cuerdas, como marionetas mecánicas, una y otra vez, yo no sabía hacia dónde, yo no sabía para qué.

Pero aprendí a herir el árbol, a ahumar el caucho, a apilar loscilindros ahumados, a oír aquel permanente ruido de gorgojo oleoso del hervidero de las aguas oscuras del Igarapédo Inferno (que hasta hoy lo escucho y sé que voy a escucharlo en este fin de destino a la hora de mi muerte).




DOS: PALACIO.

Así que esta narración – parodia de romance histórico que define con buena precisión esta tardía confesión – le va a revelar la vida tan sorprendente de Ribamar de Sousa, aquel adolescente que yo era, aparecido en un inesperado día de invierno amazónico dentro de la lluvia compacta de un ostinato extremadamente percusionista en comandos de improvisación de una partitura imaginaria, ecológica, de acordes de tonos diversos sobre el que  estaba sentado en un banco de madera del cobertizo al sonido del soporte de compases 5/4 del Igarapé do Inferno, que sale en el IgarapéBomJardim, que sale en el Río Jordão, que sale en el Río Tarauacá, que sale en el Río Juruá, afluente del Río Amazonas, el mismísimo Solimões, hacia donde estamos regresando.

Recuerdo que en aquel Igarapé do Inferno, pero luego más abajo en la última línea que dibujaba el horizonte de aquella tarde– era una diagonal dorada con la tempestad acercándose a la otra punta del horizonte – como en un recorte de una escena de un escrupuloso sueño histórico, soberanamente saltó sobre mis ojos la hermosa sombra y art-nouveau del Palacio Manixi(que era como se llamaba aquella construcción), sede del Cauchal y residencia de Pierre Bataillon, pues nosotros regresábamos en busca de aquel pasado interdicto, pues llegábamos al final de aquel viaje, era cuando el Palacio surgía deslumbrante en sus múltiples reflejos de las quincallas de cristal, ventanas y banderas de las puertas transformadas en lúcidas placas de oro reluciente y vívido y muy loco, de un oro muy loco y muy vivo, de un brillo vivísimo, dorado y loco, fantasmal y delirante, descontextualizado y dispar, producido por la acumulación primitiva de casi un siglo de explotación e inversión y gestión de sobrepuestos niveles heterogéneos de la historia, en una creación de todo barrida del planeta moderno, confinado allí, circunscrito allí, centrado allí en la dependencia permanente de sí y de su retardado aislamiento y de su anacrónico testimonio.

Nosotros regresábamos a la elaboración de nuestro imponente pasado, llegamos en aquella brusca tarde de oro sin sentido y sin valor, en el cual el Palacio ocupaba en su singularidad todos los detalles de un aspecto de deslumbrante luz. El Palacio (como así era conocida aquella construcción que después entró en decadencia, ruina y muerte, después que el comercio del caucho fuera a la bancarrota), el límpido y repentino Palacio nos esperaba en la tranquilidad de sus puntos y ángulos con los que nos saludaba y nos desvelaba su inmortal beatitud sobre placas de negras y primitivas aguas provenientes del origen de la vida del mundo: en laorilla del Igarapé do Inferno se deslizaban las riquezas de las cabeceras del mundo, de la Frontera, del Inevitable, del Inexacto, de los Árboles del Principio. Perdidas, desocupadas, sin límites… Sí, porque todala fortísima codificación de aquello tiene que ver con la experiencia del retorno, de la construcción, que aquello era una edificación (después abandonada) de dos plantas más sótano inspirada en el estilo art-nouveau, ceñido de finas rejas de hierro torneado, en convulsionadas y violentas volutas de zarcillos de elegante y afeminado contorno, travestidos, descomedidos, decorando la escalera de mármol torcido y enfático, oscura y en pleno goce de las réplicas villas europeas. Quela majestuosidad es algo que de pronto se siente a distancia, pues de lejos ya daba para sentir la superioridad y diferencia, el interés de repropiarse de las repisas y balcones que avanzaban en el aire... – pero todo aquello está hoy en una ruina discontinua, pero todo aquello hoy no está, y la descripción corresponde a lo que era el Palacio hace muchos años en mi juventud y en la proliferación de mi memoria perdida, ah, sí, porque estoy viejo pero no estoy loco, y las riquezas en medio dela selva allí están como cultura y sustancia para confirmaraúnsu existencia y su elaboración. Veo bien el cuerpo retorcido de aquel evasivo edificio de los años ochocientos (después saqueado), en lo alto de la tierra firme, plantado en relación a una verdad en aquel límite de la Tierra, por cuenta de ríos de sangre y de escándalo de toneladas de libras esterlinas de oro reluciente, proveniente del caucho–  ¡oh, Dioses!, porque existió aquel lujo no admitido o supuesto, aquella desventura y extorsión, aquel desorden de los placeres de la riqueza en el CauchalManixi que era lejos, muy lejos, alejado de todo, alejado de sí, distante 3.100 km de la ciudad de Manaos… 

Yo no soy de esa época, sino de otra. Soy del tiempo de un capitalismo primitivo, arcaico, lujoso, hecho tejido en oro y piedras preciosas, de otro modo, de aquel tiempo en que el Palacio era imagen en busca de su naturaleza profunda. Allí estaba una sala de música dondese escuchaba principalmente Beethoven, de un piano Pleyel, la vitrina donde Pierre Bataillon ostentaba su colección de violines (el Guarnerius, el Bergonzi, el Klotz, el Vuillaume), los grabados representando a Viotti, Baillot, David, Kreuzer, Vieuxtemps, Joachim; la máscara mortuoria de Beethoven, laureada en bronce, de Stiasny. La Biblioteca, en la que alguien en una noche leyó en voz alta versos de Lamartine. Y salas y salas preguntándose¿para qué? Salones y galerías y habitaciones intercomunicándose por sucesivas puertas que se abrían en galerías y corredores restrictos, que se cerraban en sí mismos, al sonido del piano de Pierre Bataillon dialogando con el violín de Frey Lothar una sonata de Mozart, como alguien que se concentra en sí mismo, de un poder mortal, ágil y temible que se expresaba en las paredes de estuco pintado de colores iridiscentes de un oro verdoso y oscuro, en el entrenzado de sus ritmos de ramajes y espesos follajes de una vegetación alucinada y japonesa que subía por aquellas formas, por el techo en medio de una pluralidad de reflejos en los biselados espejos de cristal y en las flores de loscandelabros para evocar el recuerdo del exótico placer. Sí, soy yo un viejo de otro siglo, y allí viví, observando, aprendiendo y comiendo durante aquellos largos años, en el círculo y alrededor de aquella población de objetos y muebles antiguos que describían monstruos consumidores: como en la cómoda veneciana la visión de la actividad sexualizada de la imagen; en el armario de Boulle escenas de caza con jabalíes y perros masticando sangrientas aves abatidas a tiros por el Duc de Chartres y otros caballeros hidalgos en la estupidez de vistosos pantalones rojos y botas negras; en el silencio riguroso del gabinete inglés; en la dinámica, en la morfología prostituta del diván de Delanois; en la unidad y variante elíptica del canapé – y en las lianas, iris, cardos, insectos estilizados, de múltiples formas, incorporándose a los muebles ya las líneas de los paneles franceses en un delirio neorococó como no quiso la naturaleza: estatuas sobre lambrequines, rocallas y rosáceas eclécticas, urnas en los cimacios de los balcones simbolizando la energía, la ontología y el deseo del capitalismo de todo consumir, de todo gastar, de todo producir, de todo ahorrar y de todo faltar y apropiarse, desbordando y abortando en la locura, en la miseria y en la muerte – cariátides, capiteles, follajes de la selva – el pequeñito Pierre Bataillon comió y consumió, e hizo en desechos toda su inmensa fortuna en la degustación de sus muebles suntuosos y amontonados y sin uso, en el proceso de la esquizofrenia ambicionada y reproductora, en el flujo de succión de su fina boca deshumanizada, para poner fin al exagerado de sus lucros sorprendentes, en la autofagia del placer del mínimo consumo diario de su capital milagroso, sangriento y lujoso, al trasplantar allí, acualquier precio, todo espíritu del humanismo europeo que se desplazaba en barcos alquilados, traídos, en el despropósito de sus bellos y artísticos objetos inútiles, de un arte vano, fútil y suicida porque improductiva, insaciable e inmoral. Tal es la ironía de aquellos esfuerzos hechos a fin de engastar en el horizonte los filamentos de oro y hacer más nítida la impresión de distancia, para ensuciar de oro la pestilente historia – en enfermedad, en locura, en muertes y crímenes impunes e imperiales – varios pueblos desaparecieron allí en los criterios de una singular estética del capital, en los vacíos y en los inocuos de un paganismo pretencioso, amoral y moderno.


TRES: NUMAS.

Son dos minúsculas muchachas, indias, desnudas, al otro lado del riachuelo, entre los árboles. Están en la otra orilla del Igarapé do Inferno, las veo, entre las columnas de los árboles, vienen de la curva descendente que sale del verde oscuro y pasa al verde dorado hacia la orla de la falda de acero de la fría lámina del río. Como en esa materia nada es absoluto, comienzo afirmando que las imágenes de sus labios son, ellas mismas, sólo bellas. Porque lo que hace la belleza es la belleza de su aparición, en aquel momento, de la realización, allí, en el inesperado, de sorpresa. ¡Qué! Y se vinieron ellas de allá. Están delante de mí. Son dos niñas. Dos indias Numas, inconfundiblemente Numas. Desafío. Inducción. Pasión y baño clásico.Están ahí, en movimiento lento. Muy silentes. Que una es niña. Otra, adolescente. Perfuman el aire en el que se mueven, moviéndose en balanceo. Las piernas largas. Descendiendo esbeltas, vírgenes, en la arqueología de la orilla, el delicado encanto, y cuidado. Sí, y sí. Ahora – y qué sonrisa se dibuja en sus ojos... –la más grande está tocando la punta del riachuelo, en la delicadeza del pie. Experimenta el agua, y goza. Electrificada. Arranca del cuerpo la sustancia, y la transmite a la vida de la superficie. Al sutil toque el riachuelo suelta un gemido de cuerda retesada.En las aguas del riachueloflota una gran cantidad del negro aceite. Toda ella tal Melpómene en un plinto de columna al descubierto. En ese movimiento de mínima precipitación, cualquier error es fulminante. Acto terminal. Calor, placer. El tibio riachuelo resurge como látex de la sangre calentada. Curvas. Delgadas. Detalle de estuco del forro de salón de gala. Excreción brusca, violenta, del humor que escurre. Espuma de sangre. La vista cerrada, no consigo verlas. Nube blanca primero en todo el cuerpo. En las partes sólidas, estrechas. No me ven. No saben de mí. Sólo desaparecen. Una en la otra. Se acarician. Se tocan. Se introducen en el aire. El viento me encubre, no se percatan de mi presencia.

Nosienten mi olor. Pero las veo. He sido el primero en ver a una hembra Numa.

Las aguas corren desde el sin principio de las partes íntimas de la narrativa animal bajo los árboles de setenta metros de altura; las aguas vienen de los desconocidos lugares del origen Numa; son aguas de la supervivencia, son olvidadas y pasan. Frías. Se pierden. Peligro; asustador. Al principio no se pueden delimitar con precisión, donde las tierras de los Numas, donde las del Cauchal Manixi. Después se miran. Se sienten. En el olor. Raras, marcas, suaves. La flechaatraviesa el airea golpe de sutileza y se detiene en el tallo del árbol. La rama quebrada dice: “No pasarás”. Y más allá de la Curva doTucumã, el paso del eje del riachuelo se separa. Se puede bañar y pescar, de este lado. Pero poco a poco los Numas se infiltraban, avanzaban, atravesaban. Pasaban más allá de sí mismos, sin respetar sus propios límites. Atravesando el riachuelo y el orden que él ejercía en la selva. La conducta, el éxtasis, por encima de la curva donde vivo, que se hace mediante el perfecto dominio que los Numas ejercen sobre los múltiples lados del riachuelo que se dibuja en “S”, el dominio invisible (no se les puede ver) y secreto, alrededor del cual se distribuyen los caucheros, en aquella parte alta, en tierra firme, en el cuidadoso control casi cordial. El Cauchal es invadido todas las noches por fantasmas. El mundo se ahorra a sí mismo. Armonía, economía de gestos, de ningún momento involuntario, violento, rompiendo el pacto tenue y presente del espíritu del silencio armado. No basta con saberlo. Es no olvidar la conducta, es no hablar alto, asegurar la paz, porque el crimen puede que apenas seaestar allí, como si la paz dependiera formalmente del silencio. Vigilancia. No asustarlos, no provocarlos. No amenazarlos con procedimientos que interrumpan la funesta jerarquía establecida, porque son fantasmales y míticos, porque viven en la libertad del viento. Porque nada eran. O simplemente nada son.

Cuando en 1876, Pierre Bataillon llegó a aquellas partes, primero encontró la pequeña aldea Caxinauá que vivíaatemorizada por los Numas, casi sujeta, en la exterioridad y movilidad delpoderíoNúmico. Se podría decir que los Numas los toleraban, temporalmente, y en cualquier momento, resolveríantraerles suplicio y exterminio. La aldea Caxinauá se exprimía entre los Numas imprevisibles y la parte civilizada y conocida del Río Juruá, allí donde sólo era posible encontrar caucheros perdidos, gente que se había quedado allí desde la expedición de 1852.Los Caxinauás tuvieron contacto con Romano de Oliveira. Los Numas no. Reaccionaron violentamente desde 1847, cuando el sabio Francis de Castelnaupasó por allí y los describió en la Expeditiondansles parties centrales de l'Amerique du Sud, raro ejemplar en la biblioteca de Pierre Bataillon. También Travestin, en Le fleuve Juruá, se refiere a aquellas luchas que tuvieron contra los Numas. En 1854, JoãoCunha Correa, en el cargo de Director de los Indios, subió elTarauacá, descubriendo el Gregorio y el Mu, sin contacto. Pierre Bataillon llegó en 1876. Es lo que digo yo.En aquellos años los Numas no estaban. Pasaron varios años sin la presenciade ellos. Pierre estableció su dominio con facilidadsobre las tierras de los Caxinauás pacíficos. Aquella era una de las innumerables aldeas Caxinauás de la Amazonia. Pierre impuso la paz, el orden. Destruyó la cultura Caxinauá en nombre delprogreso, como el nuevo dios que era, al que se sometieron sin reclamos, casi alegres. A partir de entonces las mujeres y los hombres Caxinauás se transforman en objetos del Cauchal, por la fuerza de la tropa de guerra del Coronel. Y la pequeña aldea, infectada de tifus, malaria, sarampión y sífilis casi desapareció: en 1891, una epidemia de gripe exterminó un tercio de la población. Los Caxinauás se redujeron a 84 vivientes agricultores, siervos de la gleba del Coronel.

Diez años después, volviendo los Numas de las montañas peruanas, la situación cambió molecularmente.

Conlos Numas no.

Ariscos, ágiles, vigilantes, forajidos de los Andes, empujados por el peligroso invierno, permanecieron perdidos y libres, animales persistentes, se impusieron como resistencia. No y no. Reaccionaron al pacto, al tacto, al contacto. ¿Dónde hay resistencia, hay poder? Los Numas se sometían a sí mismos, se refugiaron en sí. En la multiplicidad de sus puntos de fuerza, insistiendo en ser, en el imprevisible espacio. En principio estánen todas partes, en la exterioridad del poder del Cauchal, en la red forestal defuera de la dominación. Los Numas rodearon el Cauchal, restringiéndolo a sus propios límites, impidiendo su expansión desmesurada. El Cauchal, inmenso (se viajaba días dentro de él), tuvo que frenarse, detenerse, refluir, limitado por aquella invisibilidad, de saber, de encontrar, como si no existieran sino por el vacío de su ausencia innumerable, revestidos, en ningún lugar, en el notrazado. A menudo se asemejaban a los árboles ya los pájaros del cielo. Ellos no eran apariencia, pero inmanencia, y quien viajó por la Amazonia sabe de lo que estoy hablando, en la ambigüedad donde todo es incertidumbre y no saber, herméticos, multiplicados y fuertes. Los Numas, sin motín, sin rebelión, sin guerrilla, río arriba, posibles pero improbables, mitificados, solidarios, violentos, irreconciliables. Siempre listos al ataque que no se daba. Destinados a matar. Porque los Numas aterrorizaban.Eran puntos estratégicos desconocidos en la correlación de poder de la naturaleza, de que los Numas eran guardianes. Se distribuían de manera incomprensible e irregular, en focos de fuerza (se decía que eran capaces de sobrevivir bajo el agua utilizando ciertas bolsas de aire). Se diseminaban con mayor densidad en el espacio de la noche, preparaban trampas en los caminos de pequeñas serpientes venenosas. ¡Oh, rupturas! Seres fríos, cubiertos por leyendas venidas de las montañas, como si fuesen dioses bajadosa la tierra para enjuiciarnos de las nocturnas culpas. Pues era como si fuesen ojos fijos en todas partes, de tal modo que nos sentíamos vigilados por aquellas extrañas criaturas. A veces se dejaban entrever.Muchos caucheros intentaron cazarlos a tiros (y fueron muertos días o meses después, en una venganza fría y exacta). Ellos se desplazaban rápidos, como un soplo, no están allí, porque transitorios. Y rompían más allá, delante de nosotros. Desnudos, con gemido de fiera herida, de pájaro. Sólo sonido. Para reagruparse en los caminos ya caminados, dejando intencionales huellas. Recortan el aire con sibilantes flechas de viento, marcando sus rasgos en todas partes, en los irreductiblesrincones de nuestro miedo. Cruzan redes de relación dentro del Cauchal, infiltrados, atravesando, llegando al jardín del Palacio, por pura afronta. Ellos están allí, sin estar. Ágil y peligroso ejército nómada. Son hombres desnudos, de enormes falos oscuros. Algunos meses se marchaban, desaparecían, pulverizados, sin unidades individuales, se calmaban, como si se hubiesen ido para siempre. O sólo viento, integrados en las hojas de los árboles. Pero luego una flecha rápida entrelaza en el aire a su curva para decir que nunca se habían ido, que siempre allí han estado, bellos, los ojos almendrados y oscuros, gruesos sexos expuestos, cuerpos de niños grandes.En cierta forma, delicados. Pero puros fantasmas, se encantaban, la selva prehistórica los neutralizaba, selva de oro, de leche. Bataillon avanzó en la parte más secreta del bosque, riachuelo arriba. Ahora costeaba los límites imprecisos de la muerte. Entre la tropa de guerra y la selva de los Numas se establecía una reciprocidad táctica de respeto y de furias. Pierre dejaba regalos, perlas, cuchillos y frutas en bandejas de madera. Los Numas nunca tocaban aquello. Entre el Cauchal y losNumas no había comunicación, por mínima que fuera. El Cauchal, a la espera. Los Numas, en la observación, proscribiendo límites que se rompían. Pierre evitabala guerra, buscaba la solución política, economizaba para sí mismo las fuerzas, actuaba bajo la naturaleza de su principio único, sin el riesgo de pagar por el elevado precio de la muerte.

Aquél hombre flaco, bajo (tendría 1,60m de altura), cotidianamente elegante, vanidoso, de postura erecta, la cabeza levantada disfrazaba la pequeña estatura, bigote a Carlitos, con quien se parecía, altivo, pero sin ser ridículo, soberbio, noble, nieto del Duque de Cellis, una de las más nobles familias de España, procedente de la antigua Roma, inteligente, culto, hablaba fluidamente varias lenguas, siempre en la compañía de la esposa, doña Ifigenia Vellarde, católica, hija bastarda del noble donÁngelVellarde, mujer amante de la Amazonia y de su lujo salvaje, pastelera, bordadora, en sus elegantes y simples vestidos de seda rosa cálido, con los dos grandes diamantes como gruesas lágrimas cayendo de los lóbulos de las orejas cuáles espantosos soles – cuya ascendencia fue usada por el marido en las alianzas y pactos durante la Guerra del Acre, cuando Pierre hizo el hábil juego de la duplicidad con brasileños y bolivianos, quedando en paz con los dos y de los dos sacando igual provecho, principalmente valiéndose del hecho de estar protegido de la guerra por una irrompible masa de 400 km de pura selva, de pantanos y de flores – sí, era imposible pensar, pero yo sí que lohacía, como aquel hidalgo engastado en aquella espesa selva, rodeado de todo el lujo parisino y de sus muchos libros – losclásicos, Schopenhauer, Rousseau – como Conquistador de la Amazonia, del vasto imperio del caucho– (“Así es el látex”, decía él – “flexible como el carácter. Y es por eso que sale de aquellos árboles como cosa fundamental y gomosa, como los líquidos viscosos bajo la corteza del cuerpo, el pus, el plasma acuoso blanco, la goma, la savia salvaje del moco que hace sangrar la selvapringosamente – es así el látex: la sangre de la Amazonia que cosechamos como un extraño mal y que un día tendremos que pagar muy caro”) – sí, aquel hombre no se desorganizaba moralmente en sus abismos y en sus extremospara sitiar y transformarel Cauchal en un campo de concentración durante la dominación Numa.

No, agudísimamente obsesionado, Pierre Bataillon heredó indicios espirituales de la monarquía de grandes reyes, admirado por naciones u obra maestra de la literatura –como se esperaba lo obvio: que luego los Numas vendrían a postrarse y reverenciar su supremo carácter y estilo – las insólitas reacciones de aquel hombre, ser cualitativo, fuera de la indistinta masa humana, perteneciente al número de los que representan algo excepcional, que ilustran el nombre con la imagen interna del uso del sí, uniéndose a la metafísica de una creación de un superhombre singular e inscrito en la atmósfera del fantástico cotidiano.

Cerca de 500 metros arribadelacabaña había un trecho del río donde el Igarapé do Inferno se cerraba– aunque prolongada, honda, oscura y fría – la Curva do Tucumã, por encima de la cual nunca nadie pasaba adelante, universo regido por la población Numa –“De aquí tú no debes pasar”, me dijo tío Genaro aquella tarde.“Nunca cruces este riachuelo”. Y en la orilla se lanzaban los límites que se sobreponían sobre las marcas de la significación de la vida, alerta y alarma, en los rasgos insondables e infractores (¡No pasarás!), y por eso aquel lugar atraía tanto como lo Prohibido, el Otro, en la lámina de acero de la imagen duplicada e interior, aquello que liberaba la atenta dirección del salto de la novedad. Pues en el lado de aquí yo me quedaba como un sapo en su charco, condenado a lo que sería la familia constituida, dos machos protagonistas del enigma de mi silencio y angustiosa comunicación gestual, parientes casi mudos bichos, que salvaban la vida delasoledad por gruñidos monosilábicos, vivientes sin mujeres y amistades, existiendo en la prisión geográfica donde sólo recordar era posible bajo la presión de la materialidad salvaje y de la solidaridad de guerra: que de madrugada partían hacia los senderos como sicaminasen dirección a la muerte, impulsados por un orden biológico, quedando yo en los quehaceres de siempre: ahumar los cilindros de cauchoy cada vez más consciente de que me había tomado la ruta equivocada del Paraíso – sí, yo estiraba la caña de pesca que duraba las horas inútiles, los días inútiles, el tiempo inútil, ni pensar pensaba – semanas, meses e iban a ser años hasta la muerte, la vida sólo aquello, el mundo sólo a la espera – desde que he llegado todo se estancaba en el silencio y en el anonimato de una monotonía circular y estéril, de una mecánica vida enmascarada de impersonal catástrofe, porque yo sabía que iba a enfermar y que, enfermo allí, iba a morir en medio de aquella pobreza extrema. Yo me predecía insignificante individuo de la clase condenada a morir de malaria en el antro delaselva infectada de bichos.

Pero la vida es un camino que de pronto se bifurca. Y pasa que, un día, exactamenteaquel día y eran las exactas tres horas de la tarde, de una tarde tranquila, bochornosa y sobre todo de un agradable verde entre los árboles – estando yo sentado,en el tronco de espera que había en la Curva do Tucumã– enfrente a la curva plena del río: el lugar era de pesca porque el riachuelo, en aquella altura, se proyectabaen una rápida y suelta vuelta casi represado, ensenada de hoyo, abarrotado de peces y oscuro, y justo allí detrás de aquellos matorrales de la orilla, donde se podríaencubrir tranquilamente a un hombre de mediana estatura, bajo el cántico general de aquellos pájaros de pico ancho y plumas de colores– cuando, intencionalmente, sorprendentes, de modo escandaloso y estúpido, aparecieron aquellas dos pequeñas indias desnudas.

Era cierto que los Numas siempre volvían de sus legendarias y por nadie conocidas montañas peruanas. Y cierto también que volvían gigantescos y feroces, moviéndose siempre en las igualmente imaginarias áreas del Río Pique Yaco, del Río Toro, y del más allá. Sin embargo nunca aparecían: no eran visibles, a las claras, de frente, nítidos, sino de sesgos, difusamente entrevistos, sólo presentidos en la oblicuidad de la mirada. Pero esas muchachas – la poesía prepara un mundo, la prosa otro– estaban allí excesivamente reales, mucho más reales y humanas que los sediciosos machos, sus hermanos indios. No, aquello no era más ofensa que todos los excesos soportados por la selva durante la ocupación del caucho. ¿Dónde hay poder, él se ejerce? Para mí, ellas estaban una en la otra, abrazándose dentro del agua ypor debajo, aquellas manitas que se acariciaban porque era así como yo las veía, era muy fácil imaginarlas desde mi perspectiva erotizada. Reales, humanamente reales, allá, del otro lado – las primeras hembras Numas que aparecieron en todo el mundo, bellas como el sol sobre la raya de la Tierra. 

Y yo me sofoqué de emoción. Y fui soltando el anzuelo. Y fui empujado, bajadode sopetón a ras de la tierra, protegido por el espeso matorral. Y sabía que los Numas estaban cerca, en la orilla fértil que dejaba las aguas por su período de reflujo. ¡Nunca unolos vio del todo, pero sabíamos, porque la caza había desaparecido!– lugar donde haya indio no hay caza, porque él sela come toda– elpuercoespín, el mutum, la anta – después de abatirlas con flechas de caña brava y arco de palmera, lapupunha, la bacaba, el patauá, el paracoúba, el itaúba.Todo es madera para la confección de arcos. Y las antas, principalmente las antas, que a ellos les gusta mucho – sabrosas, están por todos los lugares. Oh, sí y sí. Que me quedé allí hasta que ellas se marcharon. ¡Era el éxtasis! Que no conté ni para mi tío ni para mi hermano, que me habrían percibido melancólico sialguna vez me hubiesen mirado a la cara. Y, en medio de la noche, soñé intensamente. Yo estaba enfermo y dolido. Soñé con la más mayor de las indias de cuerpo entero pegado al mío… en medio de la noche mi tío se despertó con mis gemidos y vino no sé por qué con un arma en la mano, me sacudió fuertemente, pero se fue, y enseguida se tranquilizó, resonando leve –mi tío, él siempre dormía armado, y tenía elsueño muy ligero.

Al día siguiente, casi a la misma hora, las niñas reaparecieron y yo era el navegador de mi obsesión que buscaba la intimidad perdida en el sustancial interés de aquella representación, resbalando por aquella tierra húmeda de la Amazonia de mis lejanos días.
Pero en el tercer día se produjo eso: casi a la misma hora estaban allí, en su baño diario, y yo –para verlas mejor, más de cerca – me metí en un follaje de imbaubeira  caída, de donde tuve que salir a la carrera– casi a gritos – a pantomimas, con el cuerpo cubierto por un manto de hormigas carnívoras, lassaúvas . Salté en el agua. Las indias me miraron. No se sorprendieron. No se movían. Era como si ya supieran de mí. Ellas ya me habían visto, en anterioresveces. Y continuaban donde estaban. Sin miedo. Sin sorpresa. En la impersonalidad. Yo me limpiaba las hormigas agarradas por sus voraces mandíbulas, cubierto de sangre. Yo, con el ruido y el escándalo, la pierna ensangrentada. Después, riéndome, que dentro del agua estaba, y, poniendo la cabeza a fuera, las grité: “¿Habláis?”. No me respondieron, siguieron serias. Estatuas. Aquel inesperado baño me reanimó. Las dos niñas estaban allí, casi al alcance de mis manos. Pacíficas. Gozosas es lo que eran, en la casi sinuosa línea por donde corrían las aguas. Yo jugaba en el agua. – “¡Decirme algo!”– grité una vez más. La corriente rápida y fría del riachuelo y mi asombro me llevaban. Para acercarme, salí de las dimensiones del profundo hoyo y entré, vigoroso, en la corriente. Nadé, ciego. Salí más allá, abajo, llevado por la corriente. – “¿Puedo acercarme?– gritaba, seguro de que me entendían. Con pocas brazadas las alcanzaría. Torturado, me hundí profundamente en las aguas, las atravesé. Algunas veces hacemos lo que manda el impulso de nuestro corazón, aunque sea lo último en la vida. Emergí a continuación, metros más allá. Vine caminando por la estrecha línea de playa, desnudo y sin cuidado, acercándome. Ellas no eran tan niñas, como entonces vi. Me miraban sin miedo. Los cuerpos abrían irradiaciones de fuerte luz. Yo, cada vez más ciego, más cerca. Yo nunca las había visto, así tan de cerca. E intentaba verlas a través de la luz.

Fue entonces que la más pequeña se acercó a mí y me tocó el vientre con la pequeñita mano, como si la atrajera y la admirara la piel blanca. Era algo hermoso de ver. Súbitamente avanzaba la mano para también tocarla, en la cabeza, – fue entonces que ella me mordió el dedo. Dentada rápida. Sentí y grité. De dolor, de sorpresa. La sangre brotó en mi mano, animalito rápido y feroz. Fue eso. Así, la impersonalidad, entonces, rápidamente se disolvió. ¿Se desencantaron? Yo estaba ahora delante de gente. Las dos empezaron a reírse, y vinieron a sujetarme, juntas, y se reían mucho. Y ah, ah, ah se reían. Y yo también me reía. Y se rieron y me sujetaban riéndose que fue así como lo digo yo, el Narrador. 

En el cuarto día no aparecieron.

El riachuelo era un desierto. Yo no había logrado, en la locura del día anterior, la plenitud de aquello que, hace tiempo, en mí, era sólo deseo, impulso oscuro y sin nombre: yo había arriesgado la vida. Había sido capaz de cambiar la vida por la verdad, lo que valía la pena, lo que valía la vida, en la equivalencia sorprendentemente torcida –la vida no es de caminos rectos –, pero en la iniciación a las Parcas, bosquejo de serpientes, nombre de demonio. Mi verdad. Tapón del tiempo. La última verdad a ser implantada cabeza a dentro, en el elenco de las mejores y de las más remotas profundidades, en la subversiva imaginación del terror y de la violencia – amarlas para mí sería desmitificar: las niñas fugaces, en lomás rápido del acto, en el instante, no las pude atrapar, en el desiderable gesto del acierto de cuentas.

En medio de la noche súbita, despierto: ¡toda la selva está en llamas! Pero no era un sueño, como luego vi, y oí los disparos del arma de mi tío. Gritos y gritos. En la claridad abierta y púrpura, entre cilindros negros de humo, mi hermano contorsionándose de gran dolor, atravesado por flechas hecho puercoespín–¡agujereado de dolor! Y mi tío, detrás de las bolas de caucho, padeciendo, muriéndose. Los Numas nos atacaban en medio de la noche, pero... yo todavía estaba vivo y no estaba herido.

A partir de este fatídico momento no recuerdo nada más de lo que pasó, pues no sé cómo hui y me sumergí en la invisible agua del riachuelo de tinieblas frías y veloces que me llevaron muy lejos de allí. Distante de allí, los tiros se silenciaron de una vez, no vi más el fuego de la lengua de la serpiente, y una corriente negra me abrazó, me envolvió, me llevó. Yo me golpeaba con los palos y las piedras, pero proseguía y proseguí, noche adentro, oscuridad afuera, sin pesar, por dentro, extasiado y sin pensar, con las estrellas, como si todo aquello fuera la continuación de mi sueño en la noche enigmática y muy estúpida y muy ciega, hipnótica, horrorosa, continuando así por muchas horas entre sombras, secretos y lágrimas de todo disolviéndose... Sí.




CUATRO: PAXIÚBA.

Y en cierto momento alguien que dice: “Buenos días”, (y, por cierto, ¿cómo era esa voz?) – sí que quien se introduce en esta historia y toma la palabra es el enorme, rudo y mestizo Paxiúba, en aquella época con cerca de diecinueve años, pero ya bien dotado personalmente, de fama, de alto, de un metro y noventa y dos de altura.¡Ah!me acuerdo muy biende él, uno se hace viejo, pero antes de morir, uno aviva la memoria, y en ella vive, hasta que el breve soplo del tiempo nos apaga, esplendoroso felino que pasea su lengua, se mueve en la nada, paralizado en el olvido, tal que luego desaparecemos que va a ser como si nunca hubiéramos existido, ni siquiera como personaje de ficción que es lo que es. Sin embargo el tosco ojo todo lo ve y registra – la mosca de la vida sobre la rosa de sangre y de la vana conversación. Pues sí. Es lo que dicen:Paxiúba era hijo de un negro barbadense de Madeira-Mamoré con una india Caxinauá que noconocí, y se tomó como legendario y eterno – élmismoacercándose así, remando silencioso y feroz por los rosáceos pómulos de la mañana, en el lujo deenfrente del puerto de Laurie Costa, que estaba en el margen izquierdo del Igarapé do Inferno, sumergido y distribuido por el prestigioso valle.

Apenas se acercaba para decir “Buenos días” y así se refería a una cierta y acurrucada Zilda, esposa del Laurie Costa, lavandera de las ropas, agachada sobre la tabla del lavaderode madera itaúba lisa, lixiviada, espumosa de jabón, – ella nole había visto y tampoco le habíapresentido en sus espaldas hecho un caimán entero estirado, inmenso –Paxiúba en la pequeña canoa, espectáculo apacible de ver, porque literario, enorme tetrápodo; ya le conocí así, oscuro mestizo y tigre, gigantesco, ágil, ojo de serpiente, de bicho, poderosamente salvaje, en vivo, en el soleado del ojo amarillo, luminoso, feroz, sobre musculatura noble de dar envidia a las estatuas del Louvre, cabeza erguida sobre el cuello grueso, sólido, de muy viva, guerrera, asesina y arisca subjetividad – era así que se acercaba, cínico, acaparador, a nadie respetando o aguantando, ni a juez, como se suele decir por estas tierras tan lejanas: “te conozco: sé quién eres” – cierto de la culpa, gesto indecente yamenazador, asustador – su poder provenía del olor de camarú que arrancaba de la víctimauna fácil confesión anticipada, sí, debilitaba y anestesiaba a la gente, provocando un sueño bajo su pulso, que se sabía que en él uno nunca se podría fiar – imponiendo respetosobre aquello que le sostenía en sus sangrientos designios y poderes, saberes y placeres, lo que encontraba en el fondo de nosotros mismos, arrancados y sometidos a la accesibilidad, ah, el bruto, pero fundamental, de la impresión fugaz para la certeza, correcta y culposa, que coacciona, que oprime, en la lógica de nuestra tenebrosa ignorancia, a revelarse, impulsada, a la fuerza hipnótica, hacia fuera, para nuevas sumisiones, y sonrisas, infiltrándose en las grietas del poder de donde imperaba, astuto e interno, en la intersección vaciada y en la interdicción de la respuesta, en la inversión de las fuerzas marcha atrás, malicia desenmascarada, única nobleza, cualquier dignidad sobreviviente:“Diga su verdad”– era el lenguaje de la orden de sus ojos en el trazado de su sonrisa sensual y perversa, subrayada por el bosquejo del pecado que nos fotografiaba, que nos decía, en el espejo apreciado de las mezquindades. No sería nada agradable encontrar aPaxiúba de repente, en un caminodesierto. Exigía prudencia, miedo y silenciosa práctica de la oscura familiaridad con la ternura que se veía en la transmisión de su secreto. En una palabra: explícito. Cuando se retiraba, la gente se persignaba. Porque se le veía real guerrero de épocas irregulares, de tiempo inverso, remotísimos mecanismos engañosos, de las posibilidades del cuerpo, privilegiadas, inusuales, capaces de realizar muchas cosas, sedimentando el músculo vivo ycreído. Paxiúba, emblema de la Amazonia amontonada y brutal, sombría, desconocida, nociva. Y la pequeña canoa, transpuestos los espacios de la vigilancia, chocaba en ella, en la tabla del lavadero donde Zilda lavaba la ropa blanca y pura, iluminada, la espuma saliendo y saliendo y yéndose así los jabones y las burbujas de vidrio, esparciéndose en el dibujo blanco de la superficie del riachueloreflejado de sol y en la purificación religiosa del agua.

¡Ni lo sabía aquel día, Zilda, de espaldas, atenta a sus quehaceres, y concentrada, individualizada – y plaf! – golpeaba la ropa contra la tabla del lavadero de blanco jabón para esparcir en el aire la acumulación y abundancia de burbujas voladoras y coloridas, vaporizadas, elevadas, explotando en pequeños pánicos. Y el regular de la urgencia de aquella mirada la asustaba yla debilitaba, como la llegada de la enfermedad, de la muerte, en la vuelta galopante, en el odio, en la náusea, en el asco y esputo pegajoso. Y la voz que oyó, en el vuelo de sonidos, de indio, dicción de un fenómeno connivente, curiosamente agresivo, de metal, de aguja, en la elevación vibrátil, tañer y sonar de arpegios y cornetas afirmativas, y básicas de violín y clavo, un conjunto continuo por detrás de la soberanía de relinchar del caballo excitado y rico en criznejas negras y sedosas, voz que no sabía de dónde venía, como de todos los lados menos de la boca, como si repercutiera en la contramano, fuera del espacio en su entorno, pero luego fuerte como si proyectada desde dentro del vientre, y generadora, de existencia tibia y pesada, suplicante e irresistible llamamiento, golpe bajo y mundano, pero galante, como una serpiente, que como reina se difundía, reproductora, gradual, pausada, fundamental, molecular, en las glándulas de un funcionamiento establecido y fecundo, tramas nerviosas de la musculatura del cuerpo de él y de las urgencias y necesidades primarias delo medicinal, despierto y fértil, duro, tales vibraciones de ssssh propias del atenuantede las subsistencias y defensas femeniles.

Y Zilda bajo aquella presión se movía dentro de sí, incómoda, y en pánico, con asco y odioso horror, al sentirse tocada en la hospitalaria penetración de la cabeza asesina y animalizada de la voz nativa del cumarú, fecundante tierra – timbre autónomo y sibilante de la serpiente y no del agresivo, pero del insistente, de la demoníaca osadía que decía: “te conozco”. Y decía: “no te puedes esconder de mí”.

En ese momento ella lo sabía. Toda ella sabía aquello, lo que la evolución de aquella voracidad, lo que el cuerpo estaba deseando. Ella sabía lo que esperaba de ella. Era la enfermedad. La guardia cerrada, aprensiva, desconfiada, escondida, agachada, acurrucada, devastada en las intimidades de aquel sonido. ¿Qué pasó después? Pues ella podría haber asegurado la escopeta, que siempre se quedaba allí por detrás del oratorio de Santa Rita. Pero tenía miedo del estancamiento de la voluntad. El marido lejos. El símbolo agresivo naciente. La confrontación. El vestido mojado dejando desnuda sus carnes fuertes, concreta, blanca, de sus senos grandes y de su cuerpo de mujer madura y paridera, falda entre las piernas robustas alcanzadas en la grandeza de la moral.

Debido a los Morgado, el marido fue el único cauchero del Manixi que había podido traer a su mujer. Laurie Costa trabajó protegido, porque él le había gustado a Bataillon, que por esole autorizó aunque provisionalmente. Zildase quedó como lavandera personal del Palacio, de las ropas blancas, excepto las que eran lavadas en Lisboa, que aquellas aguas, la escoria de las aguas, aguas mendigas manchaban la nobleza de las ropas. Los Morgado, así que vendieron el Cauchal delIgarapé do Inferno, por voluntad directa de la mujer, doña Isabel Morgado, por miedo a las fiebres, y ya muy ricos, se marcharon a Lisboa a vivir en Amoreiras. Laurie y Zilda aún se despidieron del compadre indio Iurimá y su mujer, la joven indiaIanú, que se fueron al Río Ji-paraná, de donde no dieron más noticias.

Pero, ya en el lavadero,Paxiúballegaba peligrosamente por delante, con mirada fija en el saqueo, y cerca del foso de la malicia del jaguar, de odio y bondad, armada e inmediata, Zilda retrocedía, polarizada, armas en la preservación de la defensa de su integridad contra la dirección recta de aquel ojo corruptor. Ella esperaba quePaxiúba no avanzase, que la excluyese de algún mal, pues desde aquella época él era una personalidad del Palacio, jefe del aparato policial del Cauchal, guardia de ZequinhaBataillon (decía la gente que era el amigo que dormía con el chiquillo), importancia capital de bicho. Siendo que Paxiúba, armado asesino, águila y serpiente, eliminaba a quien debía de ser, en su función de coaccionar y de matar. Pues la cínica cara, perversa y húmeda, pegada en ella, poseyendo algo que pulsaba en él, lamiéndose. Oh, eso ocurría cuando ella estaba sola, y en las horas de tráfico solitario. Paxiúba, pistolero del rey. Bastaba mirar, soldado policial, que iba a cobrar algo, investigar, abatirla y acosarla, subrepticio, excesivo, cínico, obsesivo, poderoso, provocador, promiscuo, hipnótico. Peligro mayor: ¡la miraba! Significaba que veía, que sabía de ella, impotente contra aquel saber devastador, acosada, psicológicamente invadida y violada. ¿Se lo había dichoal marido? No, nada había dicho, previniendo Laurie Costa de la muerte, su único bien. Ella lo amaba, hombre buenísimo.Pero no había tenido hijos, no pudo. Y más: nunca había sentido nada con él. Servía al marido. Sólo una mujer de vida fácil debía de sentir orgasmos. Sería muerta por Laurie si gimiera, si tuviera el Gozo. Con regularidad Laurie la cubría, vestido y conservado, tratando de fecundarla. El hijo sería el cemento de la armonía familiar. Se casó aún de niña, orientada por la madrina Rita, de las mejores familias de la Vila de Serra deMernoca, en Ceará; después de un prolongado noviazgo consentido. Y se fueron al Roçado de Dentro, pero la madrina Rita murió, vino la crisis, tuvieron que venir, desterrados, hacia el Amazonas. Laurie siempre con mucha seriedad, siempre en lo correcto, pero ahora la paz estabaamenazadapor el olor a cumarú. En los últimos días se había agobiado, bastando ser mirada por aquel animal para pasarlo mal. En el transcurso de la semana la cosa se había agravado. Paxiúba demostrando ciertas amabilidades, cortesías, con voz embargadaque al final el monstruo aún era un chaval. Y Zildaodiándole porque él era varón, y leía en aquellos ojos lo que él estaba deseando, esperando, lo que suplicaba y lo que decía, a saber: “Te voy a esperar. Te vas a quedar conmigo, un día de estos”.

La casa de Zilda era unasimple cabaña, suelo de barro batido, paredes y puertas de paxiúba , con dos puertas: una que se abría sobre el riachuelo, que pasaba abajo; otra que se abría hacia la espesa selva en frente, donde estaba el pequeño huerto improvisado en una caja de madera sobre cuatro palos. El perro había muerto, picado por una serpiente, dejándola más sola todavía. De la cocina, que daba para la puerta delaselva, venía el olor afrijoles, en el fuego. Pero Paxiúba se había acercado a ella, el olor de cumarúestaba sobre ella. Ahora él tenía un pez de regalo, un tucunaré  grande, en la palma extendida, casi vivo. Paxiúba fue el mayor pescador de la Amazonia, por hechizo, ojo de serpiente de las hipnóticas y horrorosas. Y Zildacasi feliz por el tucunaré sentía aumentar su odio, que nacía brutalmente. Era la primera vez que odiaba a alguien, por eso se persignaba, arrepentida. Al lado del muchacho se sentía nauseada, contraía la boca de enojo, de mareo de cosa asquerosa, pegajosa, de grueso líquido viscoso como el látex, la boca llenándose de saliva, que escupía cuando el muchacho se acercaba a ella, lo que extrañamente paraaquel aborigen era unasatisfacción verla escupir, como si ella escupiera de amor. Ella, sin embargo, nunca lo miraba directamente, era como si temiera verlo, enlazada por su mirada miedosa en su deseo, negándose aencararle de frente para evitar ver algo amenazador.Pero, en los últimos días, venía quedándose así, un tanto distraída, de una bestial indiferencia, embriaguez de hechizo y de azar en la sonrisa de los labios del aborigenimpregnados en ella, paralizada sin fuerzas, anestesiada sin armas, inútil a pesar de la cara fea y del puchero que conseguía poner en la fuerza del deseo, en el delirio – pues aquello era un delirio – que tonta se sumergía en un reflejo nulo en contra de sí misma, que en el fondo comenzaba a tener, a despertar, cierta irresponsabilidad y atracción, en el lastre de una desconocida locura y de inusitadoolor que del cuerpo de ella exhalaba, así como si todo lo que el muchacho representaba para ella la contagiara, cuál sea, la fuerza del poder del Palacio Manixi, el esplendor y la riqueza del Cauchal, en su orgía de lujo carismático –Paxiúba, hermano de Zequinha, hijo de doña Ifigenia, su ama, y todo aquello resonaba en sus sueños antagónicos, en todo hostil y el Otro de su vida, ingrata y destruida, sin poseído tino, y ahora sin destino, allí, desvalida, perdida, sinvergüenza, en el Amazonas, de los más lejanos mundos, y sabía bien que del cuerpo del aborigen, principalmente del tórax ancho y de sus bonitos hombros se exhalaba el calor del poder de los Bataillon, como si fuera él el firme y fuerte hierro de la potestad y de la gloria del capital, ese olor, de cumarú vertido, sabiendo a aceite, contagiada, también en sí sentía, como olor del amor, miel del cuerpo del amor desconocido en medio del jabón de la piel.

Entonces lo que pasó fue que Zilda, no pudiendo rechazarlo, recogió el pez de la palma de aquella mano, sin tocarlo y tampoco agradecerlo, y se levantó dellavadero con decisión, dejando allí la ropa en sus jabones y se fue, recta y deprisa, y en casa destapó la vasija y bebió un vaso de agua, que la sofocaba, sentía pánico– pero fue cuando vioaquel macho, allí y demostrándose,ya en su casa, sin que pudiera reaccionar, pasándolo mal, confusa, atontada, sujetada con firmezapor los pulsos de aquellas manos enormes, ardientes, enlazándola entera, que cuando ella resolvió gritar el grito enmudeció y se desmayó en el momento en que se enlazaba con él, indefensa, embriagada, boba, arrastrada y mareada, sofocando el grito... ¡Oh!, dolor de los dolores! ¡Oh, derrota de las derrotas! Ay, ay, ay, debilidad de la condición humana. “¡Tranquilita, corazón!” le iba diciendo el aborigen con dulce voz... “Pórtate bien”, le suplicaba, susurrando muy bajo, en su oído, añadiendo: “Déjate llevar, mi amor”. ¡Demonios!, ¡qué embaucadora para la víctimaera aquella voz tierna y dócil, horrorosamente dócil!, ella sangrando por dentro, desigual, contra monstruo de tan múltiples iniciativas y recursos, que encontraba dentro de sí un demonio traidor, aliado del enemigo, escondido en lo oscuro, ella veía que era inútil reaccionar, debatirse, confusa, el enemigo impregnándose, en la contracción mayor de las fuerzas incoherentes.El grito fue rápido y terrible. Podría haber sido escuchado en el Palacio Manixi… Era como si estuviera siendo tragada viva. Era el grito del oprimido, de la desesperación, del horror del encuentro de las fuerzas enemigas...

Al día siguiente el marido de Zilda estaba muerto, el hígado traspasado por una flecha.

Pues, después que Paxiúba se fue diciéndole “gracias, mi amor”, ellase quedó extendida en el suelo y se quedaría así muchísimo tiempo más...– cuando un racimo de plátano, cosechado más allá de la línea de los límites de los Numas y de sus señales marcadas en las sombras de los márgenes delIgarapé do Inferno,el marido le traía de las entrañas de la selva – y bien allí, cocido, perfumado y preparado en salsas de hierbas finas el tucunaré,hermoso pescado, rey de la Amazonia.

¿Qué más? ¿Por qué? Pues, de lo inesperado del día siguiente, cuando ni había podido ver de dónde partiera, y porque el marido rompiera la ley y rasgara el velo del límite, fue asesinado súbitamente en el límite que la Amazonia determina sobre las direcciones, hacia la derecha y hacia la izquierda, límites de los Numas que allí estaban y que avanzaban, encontrando en todo el origen, y en todas partes realizando el curso de su entramado de nudos que nada revelaban de sí y a sí mismos sosteniendo, en surcos de sangre que la cubrían, a la Amazonia, en su cambio, a su alrededor, en su desconocida grandeza. El cuerpo fue arrojado frente al Palacio, como un aviso. Y en aquellos mismos días ocurrieron grandes hechos en otros lugares y horas, históricos y decisivos para la sucesión de esta ficción y que relataré en el momento oportuno, pero que para tanto todavía tengo que revelar las sorpresas de muchos otros ocurridos.




CINCO: FERREIRA.

Primeramente veo elPalacio.

Salen los primeros rayos del sol. Hay una escena en laterraza, algo se representa allí. Pierre Bataillon e Ifigenia Vellarde, juntos. La mesa puesta por la joven Ivete. Estoy en el muelle, traído por la corriente. Entorpecido, mi cuerpo casi muerto, toco los escalones de la escalera, no los siento. No me ven, pero yo sílos veo. Allí está el rey, el constructor del imperio amazónico, del látex, de la tierra y del esperma, el que construyó todo con cientos de hombres, obreros y caucheros. Aparezcoarrastrado por las aguas, como Moisés de Egipto. Flashes débiles, aparecen y desaparecen. La imagen de mi hermano muerto se proyecta y se apaga en mi mente. Pero no duele. Es una imagen vaga, débil.

Bataillon es un hombre más bajo y delgado de loque yo pensaba. Bien vestido, vanidoso, gestos anchos, modos aplomados,nerviosos, de una dignidad y cortesía a la antigua. Nariz aquilina. Cabellos finos. Bigotito negro. La cabeza levantada, noble, tiene aura. La corbata de mariposa, la chaqueta de lino blanco, pestañas y pantalones anchos, zapatos de barniz. Parece soportar, en las espaldas rectas, la rectitud de las rebabas de un maniquí rectilíneo, que todolo ve, que todolomira. El gesto, la mirada con que, altísimo, superior, soberbio, se dirige a los demás, soberanamente, por concesión real. Interrumpe. Es. A pesar de su baja estatura, es como si mirara desde arriba, desde un nivel superior. Sí. Hay elegancia y dignidad allí. Lo escucho hablar, un erudito portugués, postizo, libresco, clásico e impostado, pero con fluidez. Cojo pedazos de la conversación:...dio a luz a un hijo llamado… …quedó acordado que... El traje blanco brilla. Bien tallado. Camisa de seda, tirantes, chaleco, un John Bull de oro macizo atravesado, atrapado por una cadena de aros dobles, pesada, de platino y oro. Él es un hombre de escaparate, de museo, ordenado. En la cintura hay un Smith de níquel y plata, cable de marfil. Se dice que él dispara bien, como un militar, que colecciona armas, revólveres, carabinas, arcabuces que llenan la Sala de Armas de su tropa de choque.

No sé por qué Pierre Bataillon quiso que me quedara, que trabajase con él. Seguramente le gusté a él.

Pero ahora sale del portalón del Comendador una visita. Es un joven abogado, una etiqueta profesional recién revelada en la ciudad de Manaos. El Comendador es un hermoso barco, largo barco blanco. Pertenece al rico Comendador Gabriel Gonçalves da Cunha, padre de Glorita, o María de la Gloria, la Sosa, esposa del joven abogado que llega. El Comendador, muy blanco, contrasta con las varias tonalidades del verde y del azul a su alrededor, del verde musgo craquelado, de las trepadoras bejucos-de-cobra, del color esmeralda, al cobalto de las aguas, a la bóveda azul del cielo. El abogado sale del portalón riéndose. Se llama Antonio Ferreira. Es agente y sucesor de los negocios del riquísimo anciano. Parece un chiquillo, un chavalalto, blanco, manos delicadamente tratadas, cabellos negros y de bellos rizosque se caen como racimos sobre los aros de oro de las gafas. Traje de lino, sombrero panamá, zapatos de punta, negros. Un dandi. El sol le golpea y se puede ver las formas de un cuerpo fuerte por debajo de la tela transparente, las piernas gruesas, las nalgas carnosas. Los ojos brillan, fusilan de jovialidad, explotan de alegre y enérgica fantasía, subrayada por permanente sonrisa adolescente, ingenuidad y malicia, inscrita en los labios sensuales. Niño carente. Cara de chiquillo, de delincuente, de asesino. Simpático, educado, sociable, presumido. Ferreira fue el mayor propagandista de sí mismo. No eran las mujeres lo que él realmente amaba, sino a Glorita, y lo demostraba de diversos modos, los que tenía a su disposición. Sus ambiciones en ella se concentraban. Y a pesar deser hijo de una familia de clase media humilde, fue erguido al pódium, se casó con la Sosa, o mejor, con la más sólida fortuna de la tierra, que el joven supo cómo nadie hacerse amar por el suegro, que vio en él la personificación de la inteligencia, de la lealtad, del valor, que los iguales se entienden más que nadie, y cuanto más corrupto más leal al tipo de capitalismo allí practicado.Y el viejo lo amó durante toda la vida, como a un hijo, incluso después que él vino a separarse de la hija, conforme se va a ver. Glorita alta, magra, enhebrada, esquelética, pálida, dentuda, nariguda, hechicera, huesuda, ilustración de libro infantil. Casi imbécil. En la noche de bodas huyódel novio, con alarde y escándalo – lo que pronosticaba ya su posterior alienación – llorando, se marchó hacia la casa de sus padres, con miedo, asustada, en pánico, en medio de una crisis nerviosa.

Hasta la palabra era censurada en aquella casa, en la que se testificaban cigüeñas con encantadores bebés en las fantasías de los sueños de una chiquilla encerrada, atontada, desvirtuada por un padre feroz, que ni a las vecindades de la calle ella podía acercarse, aunque fuera para el tema más trivial, que todo era, que todo tenía que ser escondido de Glorita, creada como un monstruo, sólo saliendo en cohorte dentro del coche cerrado y afofada en algodones y pliegues de purificadas, anisadas, asépticas faldas blancas de una legión de tías solteronas y de la recatada, severa, vigilante madre, doña Marta, que todo veía, que todo quería saber, hasta vigilaba donde se direccionaba la mirada de su hija, la tonta de remate. Escondida en los rincones y puntos de la casa, nerviosa y aquejada, encorvada, pálida, no aparecía nunca, con miedo de todo, no se relacionaba con nadie, embutida en sus temores hasta su triste fin. ¡Dios mío! Cuando alguien llegaba, ella se recogía, alegaba la migraña. En raras ocasiones que se quedó en la sala, permanecía sentada, callada, abatida, sin nada que decir, miraba atontada a todos, concordaba con todo lo que se dijera, sonreía vagamente, siempre distante. Glorita no habló, no bromeó, no odió. Toda su subjetividad pasiva, miedo, terror, obediencia, silencio. Ejemplo de la severa educación de la Manaos de aquellos tiempos.Se dice que quedó virgen hasta el final, que Ferreira no la violó. Él, tal vez, la quisiera. Ella era el patrimonio vivo de la más grande fortuna, de la influencia, del poder político de su padre, poder creciente, dueño de la clase política, gran líder, cacique, cruel asesino, corrupto, corruptor de aquella época esplendorosa y gloria del oro del caucho de las lejanas tierras del Amazonas.

Ese es el joven que vemos salir del portalón del Comendador, que desciende por el muelle en esta mañana de domingo; y son diferentes las mañanas del domingo, en el Cauchal: los colectores vienenhacia la Sede – que es el barracón que se sepa, no el Palacio, residencia aislada de la familia Bataillon, a donde nadie se acerca –enteoría, por necesidad o por nada o simplemente porque se mueven por algún mecanismo de cuerdas, vienen ellos a preparar los cilindros de caucho, a cambiar la producción por víveres, pues pocos comprenden la materialidad del dinero, vienen a buscar un buen trago de aguardienteal fiado para beber en solitario. Pasan los hombres del Coronel,siniestros, pesadamente armados. El aire huele a caxiri . La bahía del Igarapé do Inferno, intersección de dos planos, refleja, agrietada, gritos de las copas de los árboles. Dos prostitutas peruanas llegan, en canoa. El movimiento de los hombres, de los barcos y de las máquinas da vida al lugar, que desborda de agitación dominguera, pues al fin y al cabo esta es una mañana de domingo, a pesar de todo.

Percibo, en la contraluz brillante del vano de la puerta, una figura humana. Es el Coronel Bataillon, de cuellorígido, corbata rebelde, roja, el tiernohabano, las manos en los bolsillos, pareciendo feliz en la cumbre de la escalera de mármol, sus ojos en el fijo horizonte como un comandante de un mar sin límites, ampliamente verde. Ahora él gesticula con el dedo índice duro en el aire, dicta orden inaudible a un chiquillo, el Mundico, que daba brincos cerca de él y que luego desapareció hacia el fondo de la casa. Ferreira se acerca, sube los escalones, sigue sonriendo hacia el anfitrión, que le aguarda.

— Con qué, entonces, por aquí... – dice Pierre, extendiendo las manos, inclinando la cabeza a la izquierda, oreja hacia el hombro. “Usted debe de haber hecho un excelente viaje, con ese tiempo...”.

— ¿Cómo está? – pregunta Ferreira, en un escalón abajo, avanzando las manos para encontrar con las del viejo.

— Le explico bien – continuó Pierre. En estos días ha hecho el mejor tiempo para realizar los viajes hasta aquí. Conozco el ánimo de los viajeros que llegan aquí. Hace unos quince días, llovió soberanamente. Un día de diluvio. Si usted hubiera venido... (el acento suena afrancesado). Pierre conduce al joven por el brazo. Entran lentamente. En el camino, de pronto, Pierre se detiene, inmóvil. Después levanta los brazos teatralmente. Y se vuelve. Apunta al cielo con el dedo índice: “Mira esas nubes. El tiempo ha cambiado. Son cúmulos en formación. Hoy por la noche el bosque exhalará su perfume de jabón silvestre. Mañana, las aguas quedarán frescas y claras... Son las lluvias, par-desus les autres. El agua lava el agua, no loenturbia de lodo, como en el Río Amazonas. Tiempo celestial, con el beneficio...”. Nada más oigo, los dos entran y desaparecen más allá del portal. Un guacamayo escarlata, rojo y amarillo, pinta en el cielo su pincelada legendaria.

Cuando por la tarde los dos reaparecen en la terraza, cerca de la galería superior, la lluvia ya había pasado y dos chiquillos se bañaban en el Igarapé do Inferno de enfrente,en la línea de visión de la estatua elevada en el patio, de Stiasny, llamada “Esplendor de la Amazonia”, alegoría de la extracción del látex, encomendada por doña Ifigenia Vellarde en París en 1894.

— Usted tiene la felicidad de vivir entre obras de arte, dijo Ferreira.

—¿Obras? ¿Éstas? – Pierre resaltó, poniendo ojitos de serpiente. “Las artes, mi señor, corrompen el espíritu y las costumbres. Son un montón de impurezas. Sólo el contacto, la relación directa con el mundo natural, la selva...”.

— ¿No prefiere el mundo civilizado? Le preguntó Ferreira.

—¿Al mundo bárbaro? (Pierre exultaba:) ¿La expresión de la maldad?¿de la maldad acumulada por la cultura? todo esto ¿toda esa cosa no es bárbara? ¿La desigualdad no es bárbara? Véase usted: estoy poniendo en ejecución aquí, en el Manixi, la Democracia Social. Miremi perro, Rousseau. Yo lo amo y, por eso, me es fiel. Me protege, y por eso lo amo, y me siento protegido y amado. ¿Qué significa esto? ¿Qué es este perro? En él se encuentra el rasgo que separa los dos mundos, los sentimientos puros de los corruptos. ¿Y usted confía en la pureza del corazón? ¿Confía?

Ferreira le mira como si mirara a un loco. Percibo, por la mirada, que está aterrorizado. Como para calmar al otro, pregunta:

— ¿Cuándo regresa su hijo de Europa?

Como si nada hubiera oído, Pierre continúa hablando: “¿Usted la vio, bordada en puro oro, Cattleya El Dorado , en el fondo, al final de la selva? ¿Conoce usted la famosa, rara e insuperable Cattleya Superba?”.

Los dos chiquillos son vistos y oídos y gritan como gritan los pájaros. Están en la dirección de la mirada de la estatua del atrio. El “Esplendor de la Amazonia” es una dama art-nouveau de mármol blanco, y baila con un cesto sobre el hombro, representa la fertilidad, la riqueza, la abundancia del látex. Ella está cubierta de tierra y esperma salpicada de látex. En el cesto está plantada la muda de caucho vivo. La planta ya sube un palmo. Ferreira repara en eso. Los dos están en la terraza. Pierre apoyala mano derecha en la cima exterior dela barandilla, veorelucirel brillo de su anillo con el escudo de armas de su noble linaje. La terraza es la parte vieja de la construcción. Cuatro cariátides enfrentan los tonos verde amarillos, amazónicos. El papagayo, en la jaula, gritatodavía más, animado por la euforia de los dos chiquillos.

Y de pronto, incompresible, irrumpe con furia y fulgor como Febo en el horizonte – alta, fuerte, violenta, vigorosa, portentosa india maacu , como una diosa, surge, aparece encantadora por la puerta y tiene los brazos tatuados de rojo y azul, y casi desnuda, envuelta en un manto de seda plateada y en llamas brillantes como el cielo. Ella trae, redonda, reflejada en las manos, como si fuera el propio sol, en una bandeja de plata dorada, incandescente, imposible de ver, miles de megatones por encima de lo soportable, el servicio de café y licor, de bacará rosado – un choque, Ferreira cierra los ojos ciegos por el relámpago de diamante, y ella deposita la bandeja delante de él, casi en su regazo, sobre una mesita de mármol de roca roja plantada allí sobre un trípode de hierro floreado, femenino, en un gesto de la ofrenda de simbolismo francés, una rama de musácea, exótica estrellada de allí, de pétalos rectos en forma de pájaros comprimidos en crestas naranjas de inspiración art-nouveau, viva y sobre la felicidad equilibrada entre impulsos elegantes, entre sutiles meditaciones del nudo, del sarugaku  acrobático, aéreo – Ferreira está aturdido y no puede comprender a la más bella de las mujeres, de las amazonas maacu, bronce puro, Diana salida del Teatro Amazonas, visión dulzona de las delicias en la suntuosidad del panorama, y en el contagio, en elembriagante que huele a granada, ainhamuí , a panquilé , que debe de haber salido del baño de rosas, cabellos en la fragancia del viento, fuerza, pasión, limpieza y puro amor de un ser joven, de veinte años, que irradia vicio, brillo, poder, Ferreira la ve desde la silla de mimbre, pequeña estatura, su gran fuerza, el salvaje color de aquellas piernas largas.

La comida fue servida por María Caxinauá, enigmática como la selva y de aspecto demasiado envejecido. La fresca maacu expone sus brazos a la imaginación de la mirada. La seda acentúa y se escurre como una sustancia viscosa. En ese momento todo se escurre. Tibia, perezosa, sensual. El riachuelo brilla a una velocidad invisible, en su paso aceitoso. Silencio. Río de aceite. Se llama “Igarapé” por economía geográfica, por sus estrechamientos, su hoz escondida entre dos grandes sumaúmas . “Do inferno” significa “de los Numas”, de donde viene, de la leche del látex y de los indios, la concentrada riqueza. Pierre Bataillon descubrió aquel río en 1876. La extracción amazonense se doblaba a cada década. De 1821 a 1830 eran 329 toneladas. En la década siguiente se da la expansión: 2.314 toneladas. De 41 a 50, 4.693 toneladas. Gran desarrollo de 51 a 60: 19.383 toneladas. De 71 a 80, 60.225 toneladas. ¡Después de su llegada: 110.048 toneladas! Hasta aquel año Pierre consiguió extraer cerca de 20 mil toneladas, reuniendo una fortuna en libras, explotandoa casi 500 hombres que se distribuían en una región donde cabrían algunos cuantos países europeos. La maacu mira. Ferreira se siente atravesado por un escalofrío mortal. Siente frío a la hora que el sol más quema. Los mosquitos y las moscas sanguijuelas zumban en los oídos. Los minúsculos piuns  molestan mucho. El calor es pesado, húmedo, dulce, de jenipapo  y miel. Debilita. Fantasías, devaneos, delirios, sueños. Aquel era el primer viaje de Ferreira al interior de la selva. Él y su suegro querían comprar el Cauchal, armaban las complicadas jugadas de un juego de ajedrez comercial.Ferreira parecía cansado del viaje. Pierre sopló humo en el aire. Era sólo cautela y espera. En cualquier momento, sorpresa. Ahora Pierre empezaba a hablar de los Numas. Ferreira pasaba del deseo al temor. Miró con pavor a los árboles, como si temiera surgir de allí un monstruo. Pierre parecía tranquilo. Anulaba sus fantasmas, las piernas cruzadas, como en un café parisino. ¿Por qué aquel hombre no reunía toda su fortuna y volvía a París? Pierre, el inesperado. Su ambición era el antídoto contra el tedio amazónico. Desafiante, Ivete(que así se llamaba la india, Ivete Romana) examinaba atentamente al joven desde lejos. Ella, desafío e inducción. Ferreira tosía, se recomponía en la silla. Ivete movía los ojos con la elasticidad de una serpiente, devastadora y táctil. Ferreira retrocedía en la silla, se sentía alcanzado. A través de las columnas de piedra dela barandilla se descortinaba el excesivo panorama de aquella estilizadamoldura amazónica neorococó, entrelazada de lianas y ramificaciones. La selva cerraba su abrazo. Pero el joven intentaba sobrevivir, en la plenitud del anfiteatro de las copas de las sumaúmas precolombinas. En el JuritiVelho  había un árbol de 60 metros de altura. El edificio entero se encerraba como un castillo, encapsulado de civilización de la humanidad europea. Estaba donde no llegaban los saberes constituidos. Como que traicionado, Pierre ve la posibilidad de neutralizar al visitante. Espera sacar el sigiloso motivo que lo había traído hasta allí. Adivinaba cordialidades amenazadoras. Se previene en sus cautelas, conversaciones, narrativas. Los chiquillos juegan en la canoa atada en el muelle. Cierran la nariz con los dos dedos, saltan de pies. Luego corren por la orilla del riachuelo. Estridentes, incesantes, como una bandada de periquitos. Mundico, el mayor, es hijo de Isaura, cocinera del Palacio. Ella tiene dos hijos, cada uno de un padre diferente. El segundo hijo no está allí. Se llama Benito Botelho y está en Manaos. Benito fue el mayor intelectual amazonense. Cuando era niño, atacado de viruela, Benito fue llevado por Frey Lothar, que se encariñó con él.Se acabó criando en elVassourinha, orfanato del sacerdote Pereira, pues Frey Lothar nunca paraba mucho tiempo en Manaos. Las moscas zumban, malignas, en el silencio de la tarde. El riachuelo enhilos de impetuoso pecado se deshace entre árboles. No hay nadie en las adyacencias. Los árboles parados. Profundos. Inmersos en el éxtasis verde, en el calor, en la eternidad, en la fecundación de la tarde. El espíritu del joven jurista está con la india. Un loro nacionalista rompe el silencio del espacio y se desplaza hacia la otra orilla. Trina nervioso, con alarde de sí mismo, con fuerte alarido y escándalo. Aparece, en la curva del río, un remero silencioso que saluda al Palacio y lame con el remo la lámina líquida de la superficie de las aguas. En la sucesión de nuevas ocurrencias, aparece un bellísimo tamarino-león-dorado. Muy pequeño. En el papayero, muy cerca de la terraza. Comienza a bajar. Salta hacia la barandilla. Mira a los hombres sentados, inmóviles. Vuelve al árbol. Se detiene. Mira hacia arriba, teme el cielo. Mira hacia abajo, teme los patos. Mira hacia mí. Aquel pequeño mono mira con toda la porción de cabeza que posee, no solamente con los ojos. Después desciende, muy rápido, en una raya de aire, desapareciendo en el patio de los patos. Ahora hay un olor de matrinxã , olor de pimienta y tucupi . El aire es tan oxigenado que me siento mareado. Cae la calma. Penetra en los poros. Vaporosa, de sabor tranquilizante, estática e impasible. Un oscuro dios duerme, en lo innominable, en lo universal, inmerso, incompleto, prehistórico hace un millón de años, desde que aquello era mar. Estamos a 3.100 km de Manaos. Gabriel Gonçalves daCunha compró el Río Jordão y todo el margen izquierdo del riachuelo.De Bom Jardim hasta elIgarapéSão João y unbrazodelIgarapé Cruzeiro do Sul. Aislaba el Cauchal Manixi. La cotización del caucho amazonense sube en la Bolsa de Londres. Aumenta la producción de neumáticos.El Amazonas, único productor de látex del mundo. Manaos rica, copia París.Los comerciantes se enriquecen. El Teatro Amazonas ostenta sus espejos de cristal. Los millonarios juegan a las cartas con los dedos pesados de diamantes, arriesgando fortunas en el Hotel Cassina, en el Alcázar, en el Edén, en el Casino Julieta. Tejas de Marsella a la luz de la luna en la calle de los Remedios, en la calle de la Gloria. Arquitectura art-nouveau del palacio de Ernest Scholtz– después Palacio Río Negro, sede del Gobierno. Arandelas, banderas, impluvio. Intercolumnios. Laesquina, el lambrequín, la voluta, el capitel, la cornisa. Arquitrabe. Capelo de clérigo, adufa, celosías, ático, muiraquitã , envasadura, flancos, estípite. El sobrearco, el frontón de canela. Porche. ¡Pequeña Manaos, gran París! Tiendas, magazines, estancos, librerías, sastrería, orfebrería. Bissoc. Pântisserie. Du sucre, des fruits, de lacrème.

A la ville de París, Au bon marché, Quartier du temple, Damas del GabineteVilleroy, Casa Louvre, Librería PalaisRoyal (en la calle Municipal, nº 85, las novedades literarias), Librería Universal, Agencia Freitas, Casa Sorbonne (dentro del Gran Hotel), la Confitería Bijou, la Panadería Progreso. Farolillos de piedra de morona y depuraquequara . La hermosa Vila Fany, lujosísima. El Embarcaderode Carga de los Barés, la Biblioteca Provincial (que se incendió fraudulentamente, para destruir los Archivos Públicos, en los fondos). El edificio de los Educandos Artífices que dio nombre al barrio. Amazon SteamshipNavigation Co.Un edificio importado, pieza por pieza, de Inglaterra: la Aduana, montada aquí.Otro, proyecto de hierro del propio Gustavo Eiffel: el Mercado Municipal. Un servicio telefónico sirve a la ciudad. La electricidad ilumina las calles de Manaos a principios de siglo, tal vez de las primeras ciudades brasileñas en tener este servicio. Las aceras de la plaza SãoSebastião en piedras portuguesas de blanco y negro en las olasque alegorizaban el precioso “encuentro de las aguas” del Negro y Solimões (más tarde imitadas en la playa de Copacabana). Trenes eléctricos de Manaos-traways. Se bebeVuveClicquot.Truffes, champignon. Huntley &Palmers, Cross & Blackwell. La Cork, la Pilsen, el Burdeos, el fiambre, el Queso de la Serra de Estrella. Langostinos, la GoiabaChristalizada . Charteuse, Anizette. Champagne Duc de Reims. El Vermouth. Agua de Vichy. Leche de los Alpes Suizos. Casacas inglesas, el H. J., el tafetán, el tul. Bengalas ornamentadas de oro. Sombreros, guantes, perfumes franceses, pañuelos de seda. Pistolas de plata y cable de marfil. Gramophones de Víctor. Discos dobles de Caruso. Casas aviadoras. El Amazonas participa en la Exposición Comercial de St. Louis, Missouri, y posteriormente de la Exposición Universal de Bruselas, donde gana 32 medallas de oro, 39 de plata, 70 de bronce, 6 diplomas de honor y los 13 grandes premios. Manaos-Harbour. Tablero de ajedrez. Óperas, óperas, óperas. Todos los días. Prostitutas importadas. La Cervecería Miranda Correa.

Plaça da Saudade. El Roadway, el Hangar. Sífilis. Malaria. Vidrios de QuininoLabarraque. Aceite de Hígado de Bacalao. Vino Silva Araújo. Salud de la Mujer. Píldoras Rosadas. Café Beirão. Winchesters,mango encerado de caoba. Asilo de Mendicidad (construido por el Comendador). Ponte da Imperatriz, Igarapé da Cachoeira Grande. La Serraria , en el Igarapé do Espírito Santo. Baños en el Igarapé das Sete Cacimbas . Buritizal . Juegos en el Parque Amazonense. Viaje a Barcelos. Noche en el Estrado. Muro del Leprosería del Aleixo . En el rincón – el Chalé. Vista de la Bomba de Agua. Los viajes. Líneas. Manaos-Belém, Manaos-Santa Isabel, Manaos-Iquitos, Manaos-Marari, Manaos-Santo Antonio do Madeira, Manaos-Belém-Baião. Gonçalves Días en el Hotel Cassina. Coelho Neto en el palacete de la calle Epaminondas. Euclides da Cunha en el chalé de la Villa Municipal. El Amazonas Comercial, El Imparcial, El Río Negro, Diario del Comercio. Ciento veintiséis buques transitan por el interior del Amazonas. Barcos a vapory chalanas. Se inaugura, por un coste de 3,3 millones de dólares, el Teatro Amazonas, en 1896 – la más cara e inútil obra faraónica de la historia de Brasil, millonaria e importada, con paneles, cientos de lámparas de cristal veneciano, columnas de mármol de varios colores, estatuas de bronce firmadas por grandes maestros, espejos de cristal biselados, cántaros de porcelana enormes, de la altura de una persona, alfombras persas – todo lo que, en 1912 desapareció, vaciándose el Teatro para transformarlo en un depósito de caucho de una firma americana. Allí el erario público fue enterrado en 10 mil millones de reis : el Teatro Amazonas costó el precio de cinco mil casas lujosas. El dólar a 3.000 reis. Por 900 millones de reis se construye el Palacio de la Justicia. Y por 1.600 millones de reis se construye el Palacio del Gobierno; nunca concluido. El teatro costó diez mil vidas. Sí: en 1919 en el Amazonas ya habían llegado 150.000 emigrantes. El caucho en esos años fue tan importante como el café. El Amazonas exportó 200.000 millones de reis en caucho, contra 300.000 millones del café paulista en la misma época. En 1908 es fundada la universidadmás antigua de Brasil, en Manaos, con cursos de Derecho (el único que sobrevivió), Ingeniería, Obstetricia, Odontología, Farmacia, Agronomía, Ciencias y Letras. En esa época 12.000.000 millones de francos franceses desaparecieron, robados en el Gobierno de Constantino Nery. Se despide, fraudulenta e inútilmente, la ManaosImprovements, por 10.500 millones de reis – el precio del Teatro Amazonas. La historia del Amazonas es una acumulación de locuras corruptas.

En aquella tarde Antonio Ferreira roncaba en la hamaca, soñaba con grandes extensiones de tierras improductivas, selvas, lugares secretos donde ningún individuo civilizado había llegado antes, ríos, cascadas, piedras, montañas, además de aquel horizonte, indefinibles, allá, después del cortinado de esmeraldas y de las aguas de la margen izquierda del Igarapé do Inferno – Aurora, Itamaracá, meandros del Río Jordão, en plata y oro escurridos, cabeceras del IgarapéBomJardim, al Sudoeste, ya en tierras peruanas en dirección al Río Pique Yaco, y fantásticos, deslumbrantes sueños del legendario El Dorado…

Despertó. Una ligera presión sobre la pierna izquierda, algo golpeaba allí, como pluma, en medio del esplendor de la riqueza de su sueño y tocaba su cuerpo con terciopelo. Y él vio una araña peluda, de color rojo, alrededor de 15 cm de diámetro, mortal, subiendo por su muslo, pero en seguida la maacuIvete la alejó con un pedazo de tela, venenosa– rara y feroz –¡la acanthoscurriaatrox! – saltó hacia la barandilla, giró sobre sí misma, levantó las patas delanteras en actitud agresiva, defensiva,erizó los pelos y desapareció. Para calmarlo, la india se sentó al borde de la hamaca. Lo miró y se rio, inclinándose sobre su tórax. Ferreira agarró fuertemente la cabeza de la india y la echó hacia sí. Ella avanzó en un sordo gemido salvaje. Del alero del tejado un águila alzó el vuelo, ganando los espacios azules. Era un gavilán-real-falso de vuelo hambriento y mirada ligera.

— En 1894 mi hijo ganó de regalo la aya María Caxinauá, una india un poco másmayor que él, que en la época tenía cuatro años. Crecieron juntos. Cuando el niño hacía alguna travesura, la ayaera castigada en su lugar. Ifigenia la pegaba muy duro, pero la india no gemía, no lloraba. Parecía no sentir dolor. No me fío de ningúnindio. Son traicioneros, crueles, vengativos, capaces de venganza, incluso después de años. Pero Ifigenia no me oía, no locreía.

Pierre soltó el humo, antes de continuar: “Cada tres años los padres de la india venían a buscarla, con el pretexto de que ella no se olvidase de la tribu. La india se quedaba un mes en el campamento y volvía, flaca y enferma – no le gustabaestar lejos de Zequinha, eso decían los padres...”.

Por mucho tiempo se quedaron en silencio mientras se oían los cuatro acordes de la madre-de-la-luna , salidos de la oscuridad y del silencio de la noche. Antonio Ferreira aspiraba rapé, el tabaco en polvo. Tenía el pelo peinado, liso, partido al medio, al que se juntabanlas patillas largas, que él acariciaba.

La sala de música estaba vacía. Eran pocos los muebles que había allí, el pequeño Pleyel, de cola, la mesa, cuatro sillas y el armario de los violines, cerrado. Pierre ofreció un cigarro y dijo: “Hasta que en aquel año aparecieron los Numas...”. Aquella sala ocupaba una posición separada del Palacio. Nadie podía entrar, sobre todo cuando Pierre tocaba. Los dos hombres miraban la mesa que los separaba. Había una botella sobre la mesa, dos vasos. Pierre suspiró. Sus viejos ojos estaban perturbados con la reflexión acerca del pasado remoto. Su cara se alargaba. Levantó los brazos hacia lo alto, permaneció en silencio y miró al otro de manera ausente:

— Las historias que le voy a contar son absurdas, no tratan con problemas humanos, pero tratancon un reino diferente al nuestro.

Ferreira se esforzó para coger el vaso y beber. Fue sintiendo el lujo del bacará de aquella copa mientras oía el siguiente:

— En noviembre de 1905 los Numas aparecieron y comenzaron a cazar los Caxinauás. Aparecían todos los días. Nunca se había vivido aquello, nunca los Numas, tan cercanos, y feroces. Era la sequía, el agua de los ríos se despedía día tras día. Tuve que tomar medidas enérgicas. Reuní a los Caxinauás en el lago Quati, desplacé a hombres armados. Después de mansos, los Caxinauás quedaron indefensos. Ellos vinieron ytrataron de esconder, inmediatamente,sus pertenencias. Son maestros en esto, en el arte de guardar, de ocultar, de camuflar. Pueden hacer desaparecer canoas enteras, enterrándolas bajo el agua, y aunque pasen los años ellos las tendrán localizadas. Todo Caxinauá siempre tiene un tesoro escondido.

Pierre mordió la punta del cigarro. Se inclinó en los cojines de la silla Voltaire. Los paneles de las paredes, iluminados por dos candeleros de cinco velas de arandela móvil, habían suavizado el brillo de la seda marfil en que los paneles eran pintados. En una escena del siglo XVIII un personaje mitológico se preparaba para disparar una flecha. Pierre se sumergió en las reflexiones.

— Y entonces… –decía pausadamente el viejo. Y usted no puede ni imaginar lo que pasó…pasó algo que hasta hoy sigue siendo un misterio – remató.

Hizo una pausa y luego continuó:

— Un robo, continuó el viejo. Me han robado una pequeña caja fuerte.

Y ha hecho un gesto para levantarse y se levantó, se puso de pie y caminó, solemne, hasta una cómoda recostada en las cortinas. De allí mostró un cofre de metal. “Igual a este”, dijo. Era un cofre de viaje,  mediano. Media alrededor de 30 centímetros cúbicos y estaba formado por revestimientos de hierro ciertamente separados por sustancias ignífugas. Se abría con una llave brocada artísticamente trabajada.

— ¿Eran joyas?

— No – atajó el viejo. Allí Ifigenia guardaba oro. Eran libras esterlinas, de oro, de 0,900 gramos. Fue el único hurto que no conseguí descubrir. Después de esto pasé a guardar todos los valoresen la caja fuerte. Hasta hoy nologré saberquién ha sido. Ifigenia siempre dijo que María Caxinauá era la culpable. En la época, ella fue atada a un hormiguero y casi murió. Pero nada confesó. Mi hijo, cuando losupo, fue en su defensa. Aunque yo hubiera continuado las investigaciones y la mandara torturar hasta la muerte, ella moriría sin confesar. ¿Qué?

Tosió. Tomó la copa, apoyó la espalda recta en el respaldo y enderezó el cuello de un tirón. Ferreira molesto, se movió y preguntó:

— ¿Algún empleado? Alguien puede haber quedado rico, gastando, dando señales de riqueza...

Era como si el viejo estuviera a un mega pársec:

— Nadie. No puede haber sido un empleado cualquiera... difícilmente fue un Caxinauá... El cofre está aquí, sigue aquí, estoy seguro.

— ¿Cómo lo sabe? preguntó Ferreira, apretándose el lazo de la corbata.

— Por eso mismo. Nadie apareció rico, y los Caxinauás no conocen el valor del dinero. Además, es imposible para un Caxinauá vivir fuera de la tribu. Ellos constituyen un pueblo simbiótico, un solo organismo, vivo, único. No son seres individuales. El individuo es el pueblo, la raza. Por eso fue tan fácil amansarlos. Un indio solo no pudo haber robado el cofre y huir a Manaos o Belém. No los Caxinauás.

Lentamente la gran puerta se abría y la Caxinauá apareció.

— Ven aquí, chica –le dijo Pierre frunciendo la nariz. Y cuando la india se acercó, ahorael viejo fruncíaelentrecejo,se encaró a la joven de frente yla preguntó: “¿Conoces a María Caxinauá? ¿Ya la has visto?”.

Los ásperos, largos cabellos ensombrecieron su rostro con la figura de la muerte. Las pupilas eran dadas por incomprensible aura blanca, un espantoso horror. Nariz aguileña, gitana. Piel bronce oscuro quemado y mate, amasado como papel.Llevaba una largabata azul, sucia, rasgada en una de los laterales, muy ancha de talla, que se arrastrabapor el suelo dándole aspecto de una loca que acabara de fugarse de en un manicomio. Observada a distancia, era la concentración del Odio. De cerca, era el Miedo, el incontrolable Pavor, ojos bien abiertos. Los carrillos marchitos indicaban que había perdido todos los dientes, las cejas eran débiles. ¡Pero aquella mujer no era una vieja! ¡Súbitamente se dejaba ver! El rostro tiene arrogancia, desprecio, desafío, la mirada peligrosa, el veneno, pensó Ferreira, apretándose el lazo de la corbata. Hostil, aquella existencia silenciosa y animal se concentraba en sí misma, refluía en sí, como una serpiente. Desde aquella noche Ferreira la teme, porque en su mirada entrevéa unaEnemigapotencial. Porque la Caxinauá es la venganza acumulada, petrificada. Toda la multitud innumerable de indios masacrados se reubicaba en aquel cuerpo. Todos los torturados, los banidos, los exterminados por la humanidad europea, los saqueados, no culturizados se cartografían allí, en la persona física e individual de María Caxinauá. Son razas enteras espoliadas, traumatizadas, desposeídas de sus dioses y de sus riquezas construidas durante siglos, desangradas en hecatombes, liquidadas para siempre. Contagiadas por las enfermedades, esclavizadas y corrompidas, sometidas al trabajo esclavo que consumió la sangre de millones de personas desprovistas de sus economías de subsistencia, trágicamente transformadas en ejércitos de masas proletarias – veinte millones de indios masacrados en Brasil se corporificaban allí, en el gesto ciego de María Caxinauá.

En un movimiento brusco, aquel guerrero Numa se volvió con las manos crispadas y emitió un grito desgarrador propio de los grandes felinos, y se oyó por la selva el tamborilear rumoroso en el suelo árido y una conmoción de ojos sanguíneos bajocabellos y temblor bélico de la piel. Todo su poder creció y parecía precipitarse con el fuego que él había despejado y se extendía en la paxiúba  de la cabaña. Su arma de larga sombra se propagó en el aire y abrió el cráneo de un joven Caxinauá que apareció al lado, precipitándolo sobre la seca tierra–el globo ocular se salió de su órbita escupido al suelo, como un huevo cocido rodando, una pelota en el polvo del suelo. Arrojó una pesada piedra sobre el enemigo que salta como tigre herido y acosado, y con la carne dilacerada él grita, voz de trueno indomable. Su rostro crispado de odio, sus hombros alejados, levanta el brazo con la pesada arma y avanza con el fin de matar, como una grúa erguida, el casco del enorme barco retirado del fondo de las aguas, las aguas escurriendo como baba de un moco oscuro y podrido. Otros gritan y corren. El incendio se desarrollaba ancho, alto, y rasga y vence el aire de la noche con sus alas de fuego, mariposas abiertas. Gran e inexplicable miedo se abate y se apodera sobre los Caxinauás asustados por algún Dios, y sobre todos la muerte iba descendiendo y esparciendo con funesta noche de cólera paralizante, ausente de toda fuerza y todo coraje, neutralizados. ¡Oh!, tenía el rostro y el cuello completamente quemados, iba desnuda, pero no sentía dolor o miedo. Desapareció hacia la sombra, esperando allí con las manos vacías al adversario que lapersigue. Sí, él venía. Y venía con la disposición de matarla, venía con la oscuridad. Buscó en el siniestro lecho del Igarapé do Inferno una piedra, pero sólo chocó con cadáveres esfacelados de los hermanos Caxinauás que el bulto dela oscura sangre sepultaba. El Numa había venido a buscarla y la buscaba en el agua. Ella tenía dificultad para limpiar la sangre empastada en sus ojos, lo que la ofrecía al enemigo cercano y audible, a su búsqueda, con el arma en la mano. La hora era de él, del enemigo. La sangre quemaba los ojos y ella estaba desarmada. Silencio. El enemigo escucha y espera la efectiva reacción, pero no sabe dónde ella está, no la siente, y avanza en la oscuridad. Fue entonces que hubo la interceptación de un guerrero Caxinauá que se precipitó huyendo cobardemente y fue atacado. Fue la hora de salir de allí pues los dos se abrazaron para matarse y el infierno los tragó. ¿Ella estaba más lejos de lo que pensaba? Trescientos hermanos de raza exterminados. El incendio iluminaba la selvay era visto desde el Palacio. ¿Ella no estaba preparada para el sacrificio? Frey Lothar, que apareció de repente, la recibió. Nunca más miró su rostro en un espejo, porque se había vuelto un monstruo deforme, porque la crueldad le había robado el encanto, la juventud… Nadie más la quiso como mujer…

Pierre miró al joven y tosió. El sueño ya permeaba los pensamientos de Antonio Ferreira.

— ¿Conoció al sacerdote Pereira?

— Sí, dijo.

Pierre Bataillon tenía en las manos el Amazonas Comercial, periódico de Abraham Gadelha, adversario político del suegro de Ferreira. Eso era una agresión, el joven la sintió, mientras se arreglaba el lazo de la corbata.

El viejo, con calma, cordialmente, como si ignorara que, en las páginas siguientes, el Comendador era brindado con adjetivos como “despreciable” y “ladrón”, dijo: “Fiesta de recaudación del sacerdote Pereira para el Orfanato Vassourinha y fiesta de cumpleaños de mi amigo Juca das Neves. Le voy a pedir un favor: represénteme en esos ágapes... Dice la columna Hechos, de Ricardo Suarez Hijo...”

— ¡Pero vea! – atajó el viejo, modificando la voz seca, árida, como si lehubiese hundido, embalsamado, cadavérico. El joven lo miró – estaba pálido, envejecido de repente, y parecía más pequeño todavía.

— ¡El naufragio de Bitar! ¡Yo no lo sabía! ¡Nolo había leído! ¡Oh Dios mío! 

Desde el desastre del barco a vaporIzidoroAntunes, él vivía preocupado por los frecuentes naufragios en el Amazonas. Él sabía de memoria: IzidoroAntunes sólo había realizado un único viaje, acababa de llegar de Inglaterra. Moderno, cómodo, provisto de luz eléctrica, iba cargado de mercancías cuando desapareció. Después de eso, el Otero, elPerseverança, el Prompto, elMacao, el Etna, el Colón, el Juliode Roque, el Waltin, el Mazaltob, el Ayudante (colisión), el Manauense (zozobrado), el ... – todos hundidos bajo el agua, arrastrando consigo a hombres que desaparecieron en aquellas aguas enturbiadas y oscuras, maduras y de fúnebres murmullos, indecisas, imprecisas e indiferentes, encubiertos por capas de lama, densas y profundas en la disolución de los líquidos de la vida, en la horizontalidad de aquellos interminables ríos extendidos en el lento movimiento del tiempo – cadáveres elementales descompuestos en los pantanos de victorias-regias, devorados por los peces, lánguidos, sumidos en la materia disuelta de la planicie de salmuera.

Pierre temía viajar en aquellas aguas llenas de gruesas y pesadas ramas, troncos, bancos de arena, islas de tierra que se esconden bajo el agua, rocas, cienos arenosos, remolinos, torbellinos, peligrosos agujeros, playas, lagos marginales, vorágines, charcos, restingas, cambas, depresiones, esqueletos de hundidas embarcaciones, playas de dos cabezas, vueltas – todos obstáculos y peligros de la navegación ordinaria, de gran o de pequeño porte, para buques, motores, canoas, piraguas y galeotas, todo, toda una masa de una teoría infernal de peligros a evitar, a contornear, a vigilar, a desafiar, a temer.

Súbito silencio de muerte cayó en todo el espacio del Palacio, estático como si la Amazonia entera se inmovilizara sobre sus tejas de Marsella. Pierre se hundió en sí y desapareció. La madre-de-la-luna  emitió sus cuatro octavas. A la distancia, un pescador agitó en el agua el pindá-uauaca .

— Un día, dijo Pierre, un funcionario de Santarém preguntó a Bates de qué lado del río Amazonas se quedaba la ciudad de París. Imaginaba que el Universo entero sería cortado por el gran río, y que todas las ciudades se levantarían en una u otra margen.

—¿Usted espera regresar? , dijo Ferreira.

— No lo sé, respondió el viejo. Creo que debería, un día. Y volviéndose hacia el joven con los hombros: ¿Usted se hace una idea de por qué vine a parar en este lugar? 

—No, respondió Ferreira. 

— Por mi salud. Tengo que vivir en regiones de mucho calor.

La lechuza con su canto de mal agüero rasga la noche y anuncia la muerte. Ferreira ve a aquel hombrecito sentado, el caucho a 308 libras la tonelada. El año anterior estaba a 374 £/t. ¡El cambio del precio, sin embargo, iba a dar un salto a 655 £/t! Pero la caída sería brusca, en 1921 caería a 72 £/t. Diez años después, en 1931, caerá más, llegará a 32 libra/t, menos de la mitad del precio de 109 años antes, incluso descontando la evolución de los precios y la pequeña inflación. Era la Muerte. La decadencia y muerte del imperio amazónico. De único productor, Brasil pasó a producir solamente el 1% de lo que consumía. Un bulto desaparece detrás de la puerta, ocultándose en la galería de los corredores. Altas paredes de estuco, la decoración pesada, barroca, el lujo surrealista fantástico. Canta un jacamim  en el comedero de los patos. Aquellas salas se intercomunicaban en un área de 500 m2. Son quince compartimentos de frisoprimorosamente pintado, con balaustrada de columna y forro de frisos dorados, suelo de las maderas acapu  y palo amarillo. La entrada del edificio da a un amplio hall, donde al fondo está el gabinete de trabajo del coronel. A la izquierda, la puerta de la sala de música, aislada. A la derecha está la alcoba y la amplia circulación de la galería que da una vuelta detrás del edificio y retoma hacia el fondo de la sala de música, así como la terraza, que se abre desde allí para la parte de atrás en ángulo recto. Una rejilla de hierro cierra el vivero de los patos. Pierre me invita al café, servido por un parvo indioCaxinauá en la sala contigua. Nos sentamos en un par de sillas Voltaire.La serpiente cururú-boya, perdida, agita las hojas de las raíces donde se enrosca como un sapo. Es un café fuerte, por lo que Pierre pasa las noches en vela, vagando como un fantasma a través de aquellos salones bajo la débil iluminación de velas y lámparas de luciérnagas. En medio de la noche Pierre toca el piano, lee, camina dentro de la casa del fin del mundo. Las noches son sombrías, lúgubres, envuelven el Palacio en demonios que salen de la oscuridad. Pierre, indiferente, camina y sus pasos se hacen oír a lo largo de la galería de las puertas y ventanas. Él contempla los cuadros, sigue la fila de las ventanas de hojas dobles cerradas hasta el suelo, pesadas, almohadillas, banderas guarnecidas de cortinas fruncidas de tul. En el almacén, el vivero de los patos con que se protege el Palacio de serpientes, arañas y escorpiones. La lámina de agua intenta impedir la invasión de las hormigas. Pero siempre se encuentra una araña peluda sobre la cama o se sorprende un escorpión atravesando por debajo de la mesa del comedor o se encuentra con una serpiente, coleándose en el vano del pasillo. Al caer la noche se cierran puertas y ventanas. En los incensarios esparcidos por la casa, se empieza a quemar una mezcla de excremento de vacuno y aceite de anta, para repeler insectos, olor que impregna y caracteriza el Palacio. Sin embargo, el edificio es acosado por la noche por nubes de insectos voladores, que quieren entrar, atraídos por las luces. Ferreira siente miedo. Todos los hombres, empleados, balatreiros , caucheros, mariscadores, troperos, cazadores e indios parecen demonios. La casa es terrible, sobrenatural. Los ojos del caboclo Paxiúba y de María Caxinauá. Los salones encortinados como en el teatro, el mobiliario esculpido– demonios y leones – tétricamente lujoso. Pierre abre las puertas de un armario y retira una botella de Black. Ferreira bebe teniendo en los ojos el pequeño indio Caxinauá perfilado delante de él. Aquella fortuna tenía una fuente, que era el trabajo esclavo de la nación Caxinauá entera, que producía la alimentación que Pierre intercambiaba con la de los caucheros que raramente recibían dinero. La pequeña figura de aquel hombre apareció por fin pintada en su verdadero matiz.

Deteriorados sobre la alfombra, juegan los bordados con las luces y sombras que salen de la puerta. Reverberaciones de luces en la lámina del espejo, foco de velas en los candeleros de hierro y cirios que cantan un momento lírico. Cuando el coronel toca parecen bailar. Los recuerdos familiares me llevan a un aporte imaginativo. A mi madre le gustaba caminar con los pies descalzos. Desde que salí de Patos, en las Navidades de 1897, no había pensado tanto en ella y con tanta ternura. Hace mucho tiempo que estoy aquí. Mi hermano y mi tío Genaro, muertos, se mezclan con las manchas inquietas del suelo, a la muerte de todos, todos, de Laurie Costa a María quemada en el ataque de los Numas al campamento Caxinauá. La soledad del espacio vacío se disfraza. Sibilina sensación de que las puertas no están bien cerradas, de que las bisagras corniformes están abiertas, me aseguro si los cerrojos están bien posicionados dentro de la solera sobre el batiente doble y los tridentes y cornisas rasguñando el cuadrilongo de las lengüetas. Entro, cauteloso. Cruzo el área vacía con la punta de los pies. En la pared de enfrente descubro una puerta desconocida para mí, como que,camuflada en la decoración, la toco con el dedo,la siento. Experimento la manija oculta, la lengüeta cede y suena como una vaca desaceitada. Aparecen, espaciadas, sillas de mimbre oscuro; suenan murciélagos de viento, estridentes ruidos nerviosos destrozan el aire de la noche, pequeñitos. Estoy en el umbral de la habitación. Alguien duerme en el torpor de la penumbra, envuelto en una atmosfera de luz y sombra como en una pintura clásica. Veo entonces, de golpe, la figura de tordo de metal caído, la delirante, la dispersa figura de un hombre que duerme, supremo, sumergido, grande, piernas extendidas y abiertas sobre el sillón. Él es Paxiúba, de cuerpo asustador, su visiblebronce, enorme y extraño miembro inclinado. Sí, él duerme, pero inquieto, como si estuviese en medio de un sueño junto a la sangre de sus propios muertos.

— ¿Y dónde está Ribamar? – oigo la voz de doña Ifigenia que me busca. Cierro la puerta y sigo para atenderla. Durante la noche estoy de servicio.

— Estoy muy solo, dijo Pierre en la despedida, pero mi hijo debe regresar. Él echa de menos a Caxinauá y Paxiúba, dijo el viejo con cierta ironía. Son amigos. Paxiúba es el guardián. María la segunda madre y la primera amante. José quiso llevarlos a París, pero conseguí disuadirlo de ello. Buenas noches mi amigo. Duerma bien. Ivete debe prepararle una buena cama, concluyó él, serio, digno, natural, extendiéndole la mano sincera.

El Juruá es un río de aguas turbias, de aguas amarillas, barrosas, lixiviadas, que depositan tres dedos de barro grueso en el fondo del vaso de cristal. Fue en esas aguas que Pierre Bataillon e Ifigenia Vellarde desaparecieron, en 1910, cuando la lancha Angelina naufragó.



SEIS: JULIA.

El precio del caucho vivía su apogeo, cotizaba a 655 libras la tonelada en la Bolsa de Londres, cotización especulativa, que beneficiaba el interés de las empresas inglesas en el Oriente. Fue el último año del imperio amazonense. Después, el Teatro Amazonas cerró sus puertas, abriendo solamente dos años después para Villa-Lobos dar un concierto de violoncheloel 12 de junio de 1912. Inmediatamente a la tragedia de la muerte de sus padres, el joven Bataillon llegó de París y recibió a Antonio Ferreira a bordo: allí mismo vendía el Manixi, menos el Palacio, en una transacción comercial nunca esclarecida. José fue al Igarapé do Inferno sin pisar el suelo de Manaos, como siempre solía hacer.

Era Zequinha un bello chico, salvaje, culto, delicado, fuerte, de cuerpo apolíneo pero adamado, piel de un bronce dorado, misterioso, los ojos almendrados y muy negros. Los cabellos finos revoloteaban. Para algunos, casi un indio. Para otros, un esnob parisino que solía penetrar en la densa selva en la compañía del fiel y rudoPaxiúba y de fuertes hombres armados siempre en busca de aventuras, como cuando se marchó a un viaje de excursión hacia las montañas del Río Pique Yaco, a la caza de los Numas, sin encontrarlos. Era soltero y no tenía mujer, excepto María Caxinauá. Paxiúba dormía a sus pies, como un perro. María le bañaba. Él nació en medio del río, en 1890, a bordo del Adamastor, su nacimientofue anunciado por los chamanes como la llegada de un dios que vino de una estrella distante llamada Thor. En 1854, el Vizconde de Mauá prohibía a las naciones extranjeras navegar el Amazonas y resistió hasta su quiebra. El Santa María de la Mar Dulce cruzaba con el Adamastor pocos meses después de haber nacido José y para dónde, a fin de salvarlo de la malaria, que diezmaba a los niños de la región, fue trasladado y desbordado con su madre, siguiendo hacia Inglaterra y desde allí a Estrasburgo, donde dejó al niño con el tío Levy, con quien vivió los años de su infancia, primero en la plaza Klebernº 9, luego sobre la Pharmacie du Dome, hasta que, en 1894, es traído de vuelta al Manixi, donde se queda tres años hasta partir definitivamente en 1897 hacia París, donde vivió en el Boulevard Saint Germain, y de donde sólo regresó con 15 años de edad, en 1905, poco antes del ataque de los Numas, a mediados de noviembre. En 1906 regresó a París por motivo de sus estudios.

La Caxinauá después de la matanza se ocultó y permaneció algún tiempo en medio de la selva pero no muy lejos del Palacio, sin nadie. Pensaba morir y noquería más ser vista. Pierre tenía en las cercanías a unos 500 hombres, cazadores, guíasconocedores de la selva, caucheros, balatreiros , toqueiros , guardias de convoy, hombres de campo, mariscadores, labradores, empleados y pajes. Cualquier persona. Nadie. Nadie lavio. Ser invisible cuando ella asílo deseaba. Que somos blancos fáciles de sus serpientes mandadas, de sus flechas, dardos y cerbatanas. La cerbatana suelta un dardo muy pequeño y muy rápido, que no se ve en el aire, y es muy preciso, mortal, envenenado por un tipo de curare hecho del bejucouirari  y de los venenos de serpientes, moscas, arañas y escorpiones mezclados en un tipo de ritual. Paraliza el sistema nervioso y mata por asfixia. Algunos indios usan serpientes como armas. Cierto Othoniel dasNeves, del Juruá, famoso por sus crueldades y matanzas, murió picado por una serpiente cascabel encontrada debajo de su almohada.Pintados con hierbas especiales, los indios engañan a los mejores perros de caza. En la matanza Numasólo se encontraron cuerpos carbonizados. Casi muerta, María tuvo que ser llevada de emergencia hacia Manaos juntamente con Frey Lothar y Zequinha. Fue la peor guerra de la región hasta hoy. Después de eso, Pierre Bataillon – a quienle gustaban las frases de espíritu, y para levantar la moral de la tropa, que comenzaba a respetar ya temer la fuerza de resistencia de los guerreros Numas, a pesar de la incomparable diferencia de las armas que utilizaban –pasó a llamar a los indios de “nuevos ajuricabas” , en referencia al héroe de Manaos, que, en 1723, se enfrentó y derrotó a los soldados de la Corona Portuguesa bajo el mando de Manuel Braga.

— Ahora vamos a declarar la guerra a los “ajuricabas”, dijo a Juan Belleza, capataz perverso y cruel bandido,su entonces caudillo de guerra.
Ajuricaba, junto a su tribu, habitaba donde el Río Hiiaá, en la margen izquierda del Negro, entre el Padauarí y el Aujurá, en el distrito de Lamalonga. Cuando fue a salvar a su hijo, cayó en una emboscada y lehicieron prisionero de la Corona, en 1729,la cualle quería vivo para torturarlo con castigo y muerte. En el camino,Ajuricabaconsigue soltarse de los grilletes quelesostienen y, con las manos y los pies encadenados empieza la matanza de los soldados portugueses antes de precipitarse de una vez en las aguas oscuras del Río Negro, las que maldijo con todo el dolor de su alma. Dicen que por eso las aguas de aquel río son estériles, casi no tienen peces. Pero,en unmomento posterior, BelchiorMendes de Moraesatacó con las armas a 300 tribus indígenas, matando, en sacrificio, a más de 28.000 indios de las márgenes del río y que por eso pasó a la historia comoRío Urubú .Y saeteros, bajo el mando de un sacerdote de nombre piadoso – Frey José dos Inocentes, que mucho años después dio nombre a una calle de prostitutas en la ciudad de Manaos – esparcieron las ropas contaminadas que diseminaron una epidemia que mató a 40.000 indios afectados de viruela, que es una enfermedad  infectocontagiosa, y virulenta, que pudre el cuerpo aún en vida con erupciones de pus y raquialgia, pápulas, pústulas, ceguera y agonía de una muerte bacteriológica lenta, los cadáveres iban siendo devorados por las moscas, piuns , mosquitos, mutucas , cabo-verdes, escarabajos, catuquis , avispas, y principalmente hormigas. La saúva, hormiga antropófaga, devora un cadáver en veinte minutos. En la construcción del Ferrocarril Madeira-Mamoré , en 1908, cuando la locomotora volvía para recoger los muertos abandonados (30.430 obreros fueron ingresados en el Hospital de la Candelaria) por el camino paraenterrarlos, solo encontraba los huesos limpios, comidos por las saúvas, aniquilados por la fuerza de la naturaleza. Y también la hormiga-de-fuego, la guerrera, la lava-pies, la maniuara, la cabezuda, la taioca, la cargadora, la taxi, la tracuá y la peor, la tocandira , peluda, enorme, venenosa, una única picadura es suficiente para abatir a un hombre, con fuertes dolores y fiebre – los indios Sateré-Mawélas utilizan en su ritualde iniciación masculina, que consiste en que los chavales metan la mano en una especie de guante artesanal lleno de un centenar detocandiras, deben de soportarel dolor de las picaduras, acto que consolida la transición a la edad adulta, probando así su hombría, fuerza y valentía. Y la hormiga labradora, y la cortadera, y la guerrera, la marabunta. VonMartius describió poblaciones enteras huyendo de las hormigas. ¡Las azucareras eran capaces de hacer retroceder atodo un ejército!
Una semana después de la muerte de la esposa del cauchero Laurie Costa e inmediatamente de la matanza de la aldea Caxinauá por los guerreros Numas, Pierre Bataillon reclutó la tropa de guerra, bajo el mando de Juan Belleza, para hacer frente a la invasión. Enseguida los efectivos se pusieron en marcha para perseguir al enemigo. La posibilidad de un ataque frontal por parte de los Numas no fue descartada, y se había hecho un adiestramiento de emergencia pues la mayoría de los hombres nunca había estado bajo fuego cruzado y no iba a ser que los nordestinos quisieran apostar por el éxito de los cuchillos.La guarnición del Manixi estaba formada por cerca de 150 hombres armados de revólveres ingleses Webley II calibre 45 y carabinas americanas Winchesters 94 de repetición de ocho cartuchos calibre 44. Llevaban botas, cananas, pantalones y chalecos de cuero crudo, a prueba de pinchos y de serpientes. Los víveres seguían en mulas y canoas. Reclutados, armados, guías experimentados rápidamente localizaron el rumbo del campamento Numa y todo el efectivo de la brigada avanzó rápidamente en lanchas de motor, atacando repentinamente en incursiones rápidas y consiguieron victorias expresivas, matando a algunos indios y manteniendo a los Numas bajo fuego cerrado dentro de la selva. Pero los Numas huyeron, desaparecieron.
Juan Belleza, el cojo, aún los persiguió y los siguió buscando durante una semana, en el que sólo alcanzó viejos y mujeres con niños en brazos –los más débiles de la tribu que se habían quedado atrás – que fueron inmediatamente ejecutados. Y así, todos fueron asesinados a sangre fría, las cabezas de los niños que corrían desesperados se abrían bajo el impacto de las balas.
En la víspera, Juan Belleza estuvo acampadoen las márgenes del Río Pique Yaco para allí esperar al Acre con nuevas provisiones, y nada más empezar a nacerel día, ordenó que los mandos siguieran adelante por el río, avanzando lentos con las mulas y canoas que cargaban pesados equipamientos de combate, cuando uno de los efectivos de la guarnición, de nombre Julio, iba en el frente, paró y, alzando el gatillo de su carabina apoyada a la cara, detonó un tiro que resonó en los amplios aires amazónicos. Pues de dentro de la mata partió un grito de mujer en su dolor, que de allí salió corriendo a la selva, y algo cargaba, una especie de pelota que sostenía con ambas manos en el pecho y ocultaba de los rifles apuntados de los cazadores a punto de disparar, y veloz partió hasta que adelante cayó tendida en el suelo, muerta por el cañón del propio capitán Juan Belleza. En el espacio entre el escondite de la orilla del agua y la orilla dela selva Juan Belleza la abatió.Pero la india, al impacto de la bala calibre 44, que le aplastó las costillas y el hombro, soltó de sus manos, de sesgo, en el suelo, saliendo a rodar en el descenso del río, aquel objeto esférico envuelto en mimbre.
Era un niño. Un bebé recién nacido que la india acababa de parir. Juan Belleza cogió aquello, lo agarró en el aire y vio que era una niña y, levantándola, dijo: “¡Se va a llamar Julia!”– ylo colocó en la alforja de la mula entre los cartuchos de balas y sobre un impermeable. Cuando el comando regresó al Manixila llevaron a la cabaña de Juan Belleza que laquisoparacriar.
¡Oh, yo me recuerdo de aquella niña, oh, sí que me recuerdo! De cuando ella era todavía muy pequeña, una niña de tres palmos de altura y en todo diferente, no lloraba ni gemía, no hablaba ni hacía cualquier ruido que fuera. No, no era alegre, tampoco triste, un ser solo, un ser que miraba, un misterioso ser que miraba sin miedo o espanto, como si sus negros enigmáticos ojos nada vieran. Sí, era Julia, que no invento ni miento, – no enfermaba, no pedía comida, y se quedaba inmóvil, en un rincón, invariable, no requiriendo cuidados, creciendo, creciendo insólita y muda como si supiera lo que iba a pasar. Cuando ya era mayorcita, una piraña del lago Quatile mordió un pedazo esférico del muslo, arrancándole un significativo trozo de blanda carne. Entonces Julia se reía, y se reía mucho, ih, ih, ih– y se reía de ella misma, como si la herida le diera placer; menuda y constante.
Juan Belleza la trataba como a una hija. Años más tarde, Julia le preparaba la comida, limpiaba la cabaña, criaba los animales y los domesticaba. Julia crecía. Y debía de ser extremada amante, pues Juan Belleza dormía siempre con ella.


SIETE: DESAPARECE
El lector no dará crédito a lo que voy a narrar, pero he visto prodigios que me sorprenden aún en estos momentos. Que, sin regresar a concluir sus estudios de París – estaba él con veinte años de edad, en 1910– José Bataillon, poco a poco, se fue quedando en el Igarapé do Inferno y pasó a vivir en lo exótico, por la singularidad de la vida alejada de las costumbres y expectativasgenerales, los caucheros distantes varias leguas del Palacio, recluidos los Caxinauás y lo que quedaba de ellos en los confines de la Amazonia: descendamos ahora a este mundo ignoto.
Vivían allí, en aquella ocasión, aparte de la india María Caxinauá, del aborigen mestizoPaxiúba, el niño Mundico, y su madre, la cocinera del Palacio, Isaura Botelho – madre de Benito Botelho, que vivía en Manaos, llevado, como he dicho, por Frey Lothar y entregado después a los cuidados del sacerdote Pereira, del OrfanatoVassourinha. Allí estaba también yo, el todavía joven Ribamar de Souza, que había venido de Patos en busca de su hermano Antonio y de su tío Genaro – ambos ahora muertos. También el indio Arimoque, cuyas historias fantásticas aún circulan hasta hoy por la región. Juan Belleza, el cojo, y algunos hombres de la guardia se quedaban en el barracón, a cierta distancia. La maacuIvete ya estaba casada con Antonio Ferreira y vivía en Manaos, – Ferreira se separó de su Glorita Sosa, la tonta de remate, hija del Comendador Gabriel Gonçalves daCunha, y era citado frecuentemente en la crónica social del Amazonas Comercial, con cierta ironía. El dueño del periódico, Abraham Gadelha, enemigo político del Comendador, había estado al borde de la quiebra, pero sesalvó por la interferencia de doñaConstanciadas Neves, esposa de Juca dasNeves, que desembolsaba fortuna en obras sociales.
Pero no perdamos tiempo.
Vamos hablar de las guardianas  de la selva, sí, son ellas las enigmáticas serpientes, las que dominan la paradoja perfecta del poder de ser antídoto y veneno a la vez. Cuando laurutu pica, duele mucho e hincha la carne, que va quedando oscura y morada, hasta el surgimiento de la hemorragia y de la muerte. Ya la picadura de lacascabel ataca el sistema nervioso central, el dolor desaparece, la vista se enturbia, se vuelve ciega lentamente, se empieza a perder los movimientos del cuerpo, al principio los dedos. Enseguida se producen los dolores en la nuca, cada vez más fuertes, la parálisis va en aumento, uno siente el progreso de la muerte, de las extremidades hacia dentro, el cuerpo se va quedando rígido, duro, la muerte viene por la rigidez viscosa, por la asfixia, cuando el diafragma se endurece. La muerte vence al cuerpo. La serpiente coral, obra de orfebrería, es hermosa, rojoamarillo, colores vivos, y colmillos cortos, raramente pica. Pero que uno no se engañe con toda esta belleza, pues si pica, mata. Sin embargo, la peor de todas es la surucucu, grande, agresiva, fuerte y que, a diferencia de las otras, viene y ataca. Tiene mucho veneno y permanece en su escondite en las márgenes oscuras de ríos y lagos.
Pero silenciosos, solos, sigamos nosotros, caro lector.
Lo que he podido conseguir de la prensa de la época y de las cartas de familiares, la desaparición de ZequinhaBaitallon en las márgenes del Igarapé do Inferno se produjo en enero de 1912.Si no fuera esta una obra de ficción, podría citar, en notas a pie de página, las fuentes de donde obtuve tal información. Pero la desaparición del hijo de Pierre Bataillon, un hombre que vivía debajo del oro en el Alto Juruá, permanece encubierto de cierto misterio, siempre un hecho mitificado en la imaginación de la población del Amazonas y delAcre, y todas las hipótesis, levantadas entonces, no se pudieron justificar , ni explicar, por lo menos para mí, motivo por lo que después recurrí a aquellas fuentes alternativas que tuve la felicidad de encontrar, aún vivas, testimonio de los principales personajes involucrados que, lamentablemente, tengo que omitir, pero que el lector astuto puede pronto descubrir si conoce mi familia. Mientras tantosé, y de antemano lo digo, que esta es sólo una obra de ficción, y por lo tanto mentirosa, entre las muchas que hay en la literatura producida en Amazonas, y espere el lector sorprenderse con lo que, a pesar de eso, el hilo del destino va a descubrir. Todos los hechos, aquí expuestos, fueron realidades notables y sucedieron realmente para mi imaginación, y si noexactamente tal como los describo, tal vez hasta mucho más extraordinariamente si no fuera yo quien los estuviera escribiendo en el intrincado tablerode la composición de este complejo relato.

OCHO: RATONES
Llegamos al punto de este camino en que digo yo que, cierta vez, recuerdo muy bien que vi primeramente una raya negra entre unas tablas del suelo. Era algo que pasaba como una línea recta móvil negra. Un trazado cinematográfico, ininterrumpido. Después se pareció a una pequeña serpiente recta que se infiltraba entre las grietas de la construcción deteriorada, algo que recorría el tiempo, que atravesaba el mundo, fluyendo como si se deslizara para perforar y vaciar la tierra. Entonces llegó a aparecer como un cuerpo más grande, un cuerpo duro – una cuerda gruesa, una cola. Sí, eso era una cola de ratón.
Tal vezuna rata saliera de allí delante de mí, de su madriguera. Tal vez. Ratania-de-Pará . Tal vez un ratón, un ratón enorme, como el ratón-de-agua, ratón del charco, royendo, masticando bajo la tierra, corroyendo la cáscara, mascando y comiendo la corteza, consumiendo, devorando por debajo de una masticación constante. O más. O el dorso negro, o gris oscuro, de casi quince centímetros de cola, cuero, cola de cuero, lirón, múrido – y detrás venían otrosratones, uno negro de pelo erizado, un camundongoun tanto gordo, coró, toró, curuá, sauiá, y más. Y más. Y eran muchos más ratones llegando,entrando al barracón, imburucus, gabirus, catitas, decenas, cientos, miles – el Manixi estaba siendo consumido por los ratones, y no sólo por la noche sino a cualquier hora del día.
Confieso aquí que eso pasó en aquellos años, cuando presencié el proceso de decadencia y muerte del Manixi. Y digo más, vi y digo entonces que los ratones, atrevidos, voraces, hambrientos, se multiplicaban, agresivos. Todo el empeño de JuanBelleza, que administraba el botín, toda su lucha contra los ratones de nada le valía, los ratones no desaparecían solo aumentaban día tras día, no había cómo salvar nada, ni cuando consiguió gatos, los gatos no pudieron hacer nada, acabaron muertos, por todos los lados se veían los cadáveres de los gatos saqueados y comidos por ratones hambrientos, ávidos, múltiples, como si fuera el Juicio Final.
Tomado por la furia, Juan Belleza consiguió una jiboia  de casi dos metros de largopara echar a los ratones y salvar el barracón, pero la serpiente desapareció y entonces fue cuando apareció por allí el comerciante regatón Saraiva Marques en su barco, hombre que valía por muchos y que recomendó y vendió a Juan Belleza un veneno para ratones a base de verdedePrusia. Juan Belleza pasó a proceder así, alimentando a los ratones, todas las noches, sirviéndoles comida en un tacho. Los ratones se comieron el puré de mandioca durante días, cada vez más, cada día más, hasta que,un determinado día, el capataz les puso la trampa mortal y finalmente los ratones comieronhasta que se hartaronde puré, pero, esta vez, envenenado.
Julia se reía. A principio hizo, de modo sibilino, un pronóstico, después sonrío, y luego ya carcajeaba, alto, nerviosamente, ihihih en delirio, como si fuera una pitonisa dentro de toda aquella gran dimensión verde, y los ratones iban muriendo delante de ella, a sus pies y ella los veía morir con un interés amistoso, uno a uno, y los veía con afecto, Julia los atendía, extasiada y loca, los veía morir a la luz del día, los tocaba, madrigueras aquí y allá, a la orilla del riachuelodaba agudas carcajadas – el terreno cubierto de ratones, parecía que los cadáveres decoraban todo el suelo, era como si trazaraun collar de ratones muertos en la línea del agua, y eran decenas y cientos de miles de ratones muertos, y Julia se reía con aquellos seres moribundos, y los cogía y hablaba delicada, por el rabo los exhibía, los envolvía y riéndoselostiraba en las aguas condenadas del Igarapé do Inferno.
Después hubo una extraña paz en el Cauchal Manixi.
Resulta que Juan Belleza amaneció enfermo.
Tenía cólicos, iba a la letrina pero no conseguía hacer de vientre, las heces y toda la inmundicia de su vida ahora lo quemaban por dentro.
Pasó el día así, y bebió una sopa que Julia le dio. Cuando la noche llegó, empeoró, la barriga creció aún más, empezó a sentir entumecimiento en los brazos y piernas, que se iban quedando fríos; empezó a sentir turbaciones en la vista, se quedaba oscura, ya no podía ver nada; y se fue muriendo lentamente, con dolores y podridos físicos e inmorales, porque Juliale había envenenado con veneno de ratón a base de verde de Prusia, y al día siguiente estaba completamente muerto, sí.
Y fue que, por primera vez, Julia empezó a llorar. Julia empezó a llorar sollozante, y lloraba sosteniéndose las manos, lloraba contra el cielo y derramó sus entrañables lágrimas de su inmensa desventura.
Y así fue que ella, sin que nadie la viera, salió de allí y desapareció en el bosque sin dejarse atrapar, como por encantamiento penetró en el espeso verde amazónico. Porque nadie supo más de ella. Nadie. Ella ya era una joven y hermosa mujeren aquel entonces.Eso sucedió algunos años después no losé bien, nolo sé, no, no lo sé.
NUEVE: FREY LOTHAR.
La sombra de la sumaumeira  tornaba más triste aquella figura que,sentada con su soledad,esperaba que el tambaqui , envuelto en la hoja del plátano, quedara listo y asado,pues sería un refuerzo para su corazón y estómago. Era la primera y sustancial comida que él iba a comer después de dos días de un largo viaje. Frey Lothar se sentía cansado y reflexionaba sobre su vida y desventura, como la que acababa de sufrir. Todavía se encontraba sin aliento, sacudido por la desgracia. Sentía una cierta y desconocida fragilidad por el paso de los años, y por eso sabía que la carga de sus días en la Amazonia llegaba a su fin, que ahora tenía que abandonar todo, jubilarse y morir. Que viajando en canoa por el estrecho entre el Paraná de los Numas, atravesaba una isla flotante de mureru  cuando la canoa encalló en una especie de toalla móvil, en una horrible alfombra dibujada –en tonos verdes,sobre lasuperficie líquida – en forma de mapa de Brasil, compuesta por un ejército de crepitantes y armados escorpiones amarillos, en el área de varios metros cuadrados, unos sobre otros, y avanzaba, cruzando el río, emigraba y un mestizo empezó a gritar desesperado y la canoa casi se iba a pique.
— ¡Rápido!, ordenó el sacerdote.
Pero ya los escorpiones amenazaban con subir a bordo cuandoFrey Lothar, con las manos temblorosas, empezó a poner fuego en los periódicos que traía para el Juez del Calama, llenando el casco de llamas y quemándose todo ¡oh, mi Amazonas!, Dios es grande pero el bosque es más todavía, y yo ya no soy el mismo.
Volviendo a recobrar el vigor esperaba después de la comida partir en el Barão del Juruá, ahora propiedad de Antonio Ferreira, como en verdad todo allí. Pero Ferreira había hecho un mal negocio: el precio del caucho cada vez descendíamás en relación a lo que valía100 años antes, como constató el Frey en el viaje que en aquel mes hizo al Río Machado – los caucheros diezmados por las fiebres, arrasados por la crisis, desde que el caucho del Ceylán, sin el microcyclus , suplantó lo producido allí, y miles de caucheros testimoniaron el gran fin del gigantesco imperio, donde grandes fortunas, hechas de la noche a la mañana, desaparecían, y el Amazonas volvía a ser lo que fue, antes de 1850: el infierno sumido en la crisis económica que duró medio siglo y que victimó a miles de personas.
Eran todavía pocos los lugares donde el sacerdote soportaba ir y el Manixi era uno de ellos. El frey perdía la fe, hablaba grueso, escupía en el suelo, andaba armado, tenía mal humor y mal olor. El Río Machado le deslumbraba, le seducía, las aguas verdes corriendo sobre esmeraldas, tierras extrañas de un mundo extraño, donde sólo se encontraban aventureros e indios: los Gavilanes, los Araras, los Suruins, los Orejas de Palo, feroces, salvajes, indomables, escondidos en la alta y sombríaselva. Era el Paraíso, el Infierno. Frey Lothar amaba aquello y no sabría vivir sin aquellos viajes, las aventuras en busca delo Desconocido. Pero el peor viaje que había hecho fue en 1908, cuando él, en una caravana que llevaba caucho, desde Cruzeiro do Sul al Cauchal Cocame, desde el Río Juruá al Río Tarauacá, atravesó las tierras del Cauchal Manixi, cortando el Río Gregorio, el Acurauá, avanzando una picada de 300 km de extensión. Pero en aquel tiempo Frey Lothar era joven, fortísimo.
Todavía no había pasado mucho tiempo cuando, con las sandalias hundiéndose en el barro tabatinga, él veía el cargamento de la lancha que el Barão do Juruá remolcaba hacia la ciudad de Manaos desde el Río Jordão. Su viejasotana olía muy mal, estaba empapada de sudor. El sudor escurría sobre aquel cuerpo más viejo todavía, humedeciendo los remiendos. Bajo un ya estropeado, aciago y gran paraguas negro, el Frey parecía ridículo en el barranco, cosa extraña, exótica, al margen, en la mayor dificultad. El Barão do Juruáembarcaba la carga, y el Freyque había bajado para comer, oscilante, necesitaba de tierra firme y escapar del calor, los pies se hundían en el barro blando. Subía con dificultad la cuesta resbaladiza de la orilla cuando aparecieron los primeros perros. Primero fueron dos, que bajaron la ladera con odio. Después llegaron otros y Frey Lothar se vio finalmente rodeado de perros, y usaba la cruz del rosario para defenderse. Los niños y los hombres se reían, viejo inútil. Algunos le debían la vida. Pero Fernando Fialho, el dueño del puerto, apareció de repente y lo socorrió.Fialho estaba atareado en el cargamento de yute que seguía hacia Manaos, pues la nueva riqueza de la economía de la región era el yute. Le pareció que Frey Lothar no podía subir al barco porque los cargadores habían retirado el puente, y por donde estaba el puente ahora pasaban fuertes y encorvados cargadores, arriados por el peso de los fardos que se hundían en el barrancoarcilloso. Frey Lothar miraba las aguas turbias que ensuciaban sus sandalias. Los niños bajaron la cuesta. Ya no le pedían la bendición. Nadie lo respetaba, viejo y difamado. Decían que a él le gustaban los niños, lo que era mentira. Los niños saltaban en el agua arcillosa, cerca de él. El agua se esparcía, brillante. Amenazaban con bañaral misionero. Frey Lothar no se quejaba porque estaba enfermo, la enfermedad de la vejez, sin fuerzas, sin coraje, sin nervios, sin vida, sin ánimo, sin fe. Miraba con compasión, sudor e impaciencia todo aquello. Era en verdad tan bueno aquel chapoteo que le refrescaba. Si pudiera tiraría la mal oliente sotana y se sumergiría feliz en aquellas aguas.Frey Lothar mezclaba todos los hechos: los escorpiones, los perros, el baño, la enfermedad, la vejez, la calumnia. El fin. El aniquilamiento, la muerte. Frey Lothar, con las piernas temblorosas, sentía una punta de desmayo, en el calor. ¡Miserables perros! ¡Miserables chicos! ¡Miserable vida! La tarde comenzaba a caer y la noche se acercaba. El Barão do Juruá iba a zarpar, finalmente, vacío –era una bendición que Antonio Ferreira prohibiese pasajeros a bordo. No, no era verdad que el mundo estaba contra él. El día anterior fue bien tratado. Ferreira apenas soportaba al viejo sacerdote que medicaba a toda aquella gentuza de los cauchales. El Barão do Juruá y todo y todos los que pertenecieran al imperio Bataillon eran ahora propiedad de Antonio Ferreira. Como el Barão no llevaba pasajeros, el Frey viajaría con tranquilidad y comodidad. Él había conocido viajes en embarcaciones llenas de cerdos y de hamacas, que olían a excremento y apez podrido. El cuello del cura ardía de calor, el sudor se escurría y se precipitaba hacia el pecho.¡Con qué facilidad esos hombres erguían y cargaban los pesados fardos! ¡Ah, juventud, juventud! ¡Ah, fuerza de los brazos! Frey Lothar llegaba de Tarauacá, que él todavía llamaba Vila Seabra, había atravesado a pie el difícil Paraná São Luís y el Igarapé São Joaquim, pasado por Universo, por Santa Luzia, por Pacujá, vino de canoa por aquel arroyo. Oh, no... Él ya no era de eso. Había que prepararse para morir. Y Frey Lothar no quería morir, había pasado toda la vida combatiendo la muerte. Acabaría en el fondo de una hamaca en Manaos, en la parroquia de Aparecida, en medio de la caridad inútil. No, eso no era justo. Quisiera morir en sosiego o regresar a Europa, sueño que se disipaba, pues era pobre. Cuarenta años allí, en medio de aquel infierno, olvidado, reducido, perdido en la selva. ¿Sabría vivir lejos de aquel mundo salvaje? ¿Cómo podría llegar a Europa, a Estrasburgo, su tierra natal? Ya se le había borrado el camino de vuelta a su país de su lejana memoria…Había hecho todo lo que habría que hacer, luchó contra fieras y fiebres, rezaba misas en medio de indios, bautizaba niños ilegítimos, en los barrancos. ¿Qué más? ¿Todavía lo querían? Como no podía ahora montar, debido a la ciática, tenía que vivir a pie, curvado por el peso de los años y de la artritis – ¡Dios mío! – toda una vida tristísima, desbaratada, entre serpientes, difamado, acosado por perros... ¡qué difícil mundo! Y Frey Lothar sólo veíala lucha por el poderdentro de la Iglesia. ¡Salvó la vida de miles de hombres y era acusado de ejercer ilegalmente la medicina! Las familias de Manaos le rechazaban, decían que él tenía mala fama y malos bofes, escupía en el suelo y decía palabrotas, practicando entre gente humilde. No, nada recibió a cambio, nunca tuvo dinero, nunca tuvo donde vivir, nunca aduló a los poderosos, nunca los soportó, siempre los irritó. Después de cuarenta años de trabajo sólo cosechó enemistades. Y el calor y los mosquitos, las noches sofocantes.Se adentrabaen los bosques impenetrables llenos de serpientes, arañas y escorpiones. ¿Y cómo lo reconocían? Con la calumnia, con la desmoralización de su nombre. Aquellos crápulas no podían comprender la vida en medio de los indios sin ser por algún sórdido motivo, nacido de la enferma imaginación de ellos. Nadie creía que él había servido en aquel infierno cuarenta años a cambio de nada. Esolecorroía el alma. Había cartas de los superiores con acusaciones, el Provincial vino con conversaciones... Ah, que le sacasen de allí, que él ya se iba para siempre – si le matasen le habrían hecho un gran bien... Él estaba sobrando en aquel mundo, seguramente lepreferiría morir a soportar al parroquial que detestaba. A nadie le gustaba aquel hombre feo, que de cura sólo tenía el hábito. La voz, gruesa y aburrida, las manos rudas y fuertes, la expresión feroz. Frey Lothar odiaba a la clase dominante, odiaba a la religión y a la fe, que para él eran la medicina y la práctica.No hablaba de cosas piadosas, se rascaba el sobaco, rezaba de mala voluntad, irreverente, lacónico, sincero, agresivo, grosero con las autoridades, primitivo, rudo y desaliñado. Frey Lothar, en la Amazonia, era un militar irritado, un fiscal de Dios, armado.
La noche ya andaba densa cuando terminaron de cargar la lancha.
Se transfirió elpuente para el Barão, que ya se movía y amenazaba con alejarse. Frey Lothar subió con cuidado y se fue al camarote donde tomó un baño antes de cenar.
Ya limpio, satisfecho, después de la cena, estaba de mejor humor. El Barão proseguía su viaje en medio de la noche – una temeridad, pero como era de esperar Ferreira quería el barco en Manaos con urgencia. El rumor de las máquinasya no le incomodaba, se resignaba. Frey Lothar subió a la popa, hacia una especie de terraza en la oscuridad. Estaba solo. El viento empezó a relajarle, aquel viento tenía un olor tierno, una atmosfera agradable, él se quedó mirando la noche oscura, mientras la embarcación bajaba el río, entre el bulto de las sombras. Era así que él siempre se sentía – un pasajero del mundo. Nunca paraba, noche a dentro, vida que seguía. Se quedó pensando en el hombre que había asistido en Vila Seabra. Aquel hombre iba a morir... ¿Qué cosa es la muerte? ¿Qué es la fe? Muchos hombres se habían muerto en sus brazos, y él no había podido hacer nada. ¿Qué cosa era la muerte? Su fe se había perdido. ¡A tomar vientosel Provincial! ¡Me importa un pepino! Lo que Frey Lothar había visto durante toda una vida – no fue Dios: fue el dolor, el sufrimiento y la muerte, la miseria y la desolación.Frey Lothar se levantó con esfuerzo, salió de allí y fue al camarote de donde vino con el violín. Se sentó. Iba a estudiar hasta que le llegara el sueño. Era la Segunda Partita de Bach, que sabía de memoria, pero nunca conseguía superar ciertas dificultades. Tocaba sin la partitura. Estudiaba sin la partitura, en la oscuridad, dentro del viento veloz. Solo. Sin partitura y sin luz, sin nadie. ¡Oh! era asíen el Amazonas. El Amazonas no tenía partitura, no tenía luz, ni a nadie. El Amazonas era una inmensa llanura de miseria. La depresión económica gravitaba en su monstruoso silencio. La música le salía casi perfecta de los artríticos y viejos dedos. Nunca tuvo tiempo de estudiar, nunca tuvo condiciones, tampoco comodidad. Viajaba con el violín en barcos y canoas, en los ríos y lagos, y por poco no seleperdió el violín junto con los escorpiones: aquel era un violín precioso, simbolizaba lo que él no había sido. El mal cura, el mal médico, el mal violinista. Nunca había hecho nada bien. Nada entero.Ahora era viejo, débil, tenía poca fe, poca ciencia, poca técnica. ¡Oh, peor que la muerte es la mediocridad! Frey Lothar pensaba, el violín gemía, cantinelas, recitaciones, reflexiones. Asistió a los enfermos sin recursos, había dicho misas sin pasión, y ahora tocaba mal la música. Sin medicinas, sin partituras, sin higiene, sin conocimiento. Frey Lothar tocaba con imaginación. El violín era un Guarnerius. Había sido un regalo de Juca das Neves, uno de los pocos hombres con quien Frey Lothar tuvo amistad. En realidad, los Guarnerius no son imitación. Son perfeccionamiento de los Stradivarius mucho más sonoros, apropiados a las salas de ensayos y grandes orquestas, mientras que los Strad eran camerísticos. Ayudado por la inspiración, ya casi le iba saliendo mejor la Partita. El Barão avanzaba en medio de la noche. De repente, el Frey se acordó del Concierto Doble –¡qué belleza! – y enmendó la Partita en uno de los fragmentos de su parte. En el Concierto Doble todo era ansia, sublimidad.Él se imaginaba en medio de la orquesta, recordaba los sueños de ser músico, y no sacerdote, se sumergía en el concierto oyendo el violonchelo y toda la gran orquesta. Veía las galerías repletas, de donde emergía el éxito, el aplauso, todo aquello muy lejos del Amazonas, muy lejos de la muerte. Él se dejó llevar en sus devaneos. ¿Por qué? Del antiguo misticismo no sobraba nada. ¿Por qué? Tocaba Brahms cortando al medio la selva amazónica. ¿Por qué? La noche corría en el altísimo, y el cielo de la Amazonia de repente se quedó transparente y claro y cubierto de estrellas que parpadeaban, y todo se le apareció de una sola naturaleza, en un bloque en el que no existía sino que estaba integrado en un todo – y Frey Lothar, parando de tocar, corrió hacia la barandilla con lágrimas en los ojos, y de repente vio, en éxtasis, que la Inmensidad y la Eternidad aparecían súbitamente allí delante de él, viniendo y llegando a él, amplias, entrando por sus ojos, por sus oídos, y todo era solamenteInconmensurable... – y él, integrado, eterno, soltó un grito y se sintió incomprensiblemente feliz.


DIEZ: PERDIDA.
Amanecía cuando la Caxinauá llegó allí. Bajo el dorso líquido del río pasaban gruesos bancos de sardinas. Ella llegaba al lago a través de un laberinto espléndido de estrechos y canales. Aguas paradas, tétricas, perdido cruce de vías selladas, el lago Quati en medio de pantanos en la penumbra del reflujo de las aguas, estrechos atravesando ramas, ocultos. Y más allá el horrible Paraná Mucura.
María Caxinauá vivía en frente a la Ponta doFedegoso, en la Praia do Cuco, donde se decía que ZequinhaBataillon había desaparecido. Desde la desaparición del hijo del patrón,la Caxinauá no salió más de allí. Decían que esperaba que él volviera a sus brazos.
El Manixi en aquella época agonizaba, improductivo. Hacía dos años que el propio Ferreira no aparecía por allí, y la sede del Cauchal, después de la muerte del capitán Juan Belleza, se quedó bajo las órdenes de un tal Ribamar (De Aguirre) de Souza, oriundo de Patos, Pernambuco, según el primer capítulo de esta novela.
Pero la Caxinauá avanzaba sola entre las gigantescas raíces, tal vez ausente, a lo mejor perdida, silenciosa entre los grandes árboles prehistóricos del pantano, entre mururés , cocodrilos, matorrales de cumarú, bajo los buritizeiros , los oitizeiros . El remo cortaba el agua silenciosamente, la canoase deslizaba en el lado muerto del mundo.
La Caxinauá llegó a un aningal . En lo alto, los urubúesreyesteñían de blanco y negro el verde amazónico de las copas de los árboles. Bajo la toalla del agua se podían ver los peces, indolentes, durmiendo un sueño de inmersión en el sangrador del lago.
Ella no se apresuró. Se desprendió del vestido y entró en el agua, en la humedad pesada, pisando en el fondo del enlosado, que conocía, en la punta de la piedra blanca, sumergida.
Quien la viera, en simbiosis perfecta con esas aguas límpidas y translucidas, iba a ver una mujer de singular belleza, a pesar del rostro, del cuello y de los hombros arruinados, consumidos por el fuego– toda la piel torturada, quemada en el ataque Numa. Pero de los senos hacia abajo era bella y fresca.
La Caxinauá miró esos márgenes. Allí vivieron sus antepasados. Allí estuvo entre los suyos. AMaría Caxinauá le gustaba visitar ese lugar histórico y emblemático a la vez. Del pasado no había ningún rastro. Pero la selvaera la que había vencido y la sentía, la queríay la envolvía misteriosamente en su regazo.
Pero de pronto presintió el peligro.
De repente sintió que, desde dentro, del fondo del denso bosque, se acercaba algo amenazador. Ella sabía que eso se movía muy rápido – nada lo había delatado, pero ella rápidamente salió de dentro del agua.
Pero ya era tarde: fue agarrada por manos enormes, por enormes brazos de un ser monstruoso, por detrás, y ella sintió el olor de cumarú y el fuerte calor de aquel cuerpo, así que supo de inmediato de quién se trataba, que sería ella una víctima más de Paxiúba, el Mulo.
Calculó la situación: uno de los brazos del Mulo podía romperlaelcuello, entonces empezaría a sofocarse, sabía de aquella fuerza insuperable de bestia salvaje. Se quedó inmóvil. Se dejó llevar. Sabía lo que él quería. El cuerpo del monstruo estremecía, de placer, era caliente, el deseo rozaba por las espaldas de la india y el rudo mestizo jadeaba hecho un perro.
Ella vio que él no la dejaría viva, que él sabía que ella iba a vengarse, si escapase viva. Pero Paxiúba ahora intentaba por otros modos, daba vueltas con ella por la hierba húmeda,como un bicho en celo, excitado,gozaba, así mismo, gritando bestialmente y masturbándose como toro furioso, preservándola.
Después que él desapareció, misterioso como había aparecido, ella volvió a entrar en el agua, pero esta vez no para refrescarse, sino para limpiar de sus carnes aquel moco pegajoso y repugnante.


ONCE: RIBAMAR.
A ella– y lo recuerdo como si fuera hoy – no le gustaba pintarse las uñas por la mañana. Prefería pintárselas por la tarde, pues por la mañana, a pesar de la legión de criadas, tenía siempre mucho que hacer en aquella casa.
Sin embargo la manicura vino temprano, porque estaba con la tarde toda ocupada (después de todo, no era su día). Sebastiana –Sabá Vintén, la manicura – era una negra barbadense conocidísima en Manaos, servía a todas las señoras de la sociedad con su trabajo impecable – pintaba florecitas en las uñas de las señoras, y corazoncillos en las mozuelas. Sabá era incluso poderosa, gracias a sus relaciones. Sabía de todos los escándalos de la ciudad, de la vida íntima de todas las familias, y por eso Sabá Vintén era la portavoz municipal: amantes, abortos, embarazos ocultos – tenía un talento especial paraenterarse de todo, pues de forma discreta componía fragmentos de conversaciones escuchadas en varias casas, pedazos que ella cocía y armaba, como un policía atento, de faro investigativo. Por eso se volvía valiosa para las ilustres damas de la época, que a costa de buenas propinas la hacían hablar, pasándose por tonta, haciéndose confidente de todas, sin indisponerse con ninguna, a todas dando a entender que era la preferida, que sólo a ella podía confiarlo que sabía.
— Por el amor de Dios, doña Diana, sólo hablo porque es para usted...
Y así Sabá no tenía tiempo de descanso durante la semana. Envejeció próspera. Comía y cenaba en la casa de aquellas señoras apoderadas, juntó dinero durante décadas.
Sí– no le gustaba pintarse las uñas por la mañana. Doña María de Abreu y Souza, aún joven y hermosa, como la conocí, bella, elegante, vivía en la calle Barroso, en una casa cuya parte trasera daba al Igarapé do Aterro. María, aquella tarde, iba a un cumpleaños y mandó un chiquillo llamar a Sabá para que la pintara sus uñas, y ya marcara hora con Mezzodi, la peluquera de la época.
Fue cuando llamaron a la puerta.
En torno a 1930 la Amazonia estaba cambiada. La recesión era grande, pero en Río Branco había 250.000 cabezas de ganado, entre matorrales de murerus, aguapés y canaranas , creciendo con vida al margen de la riqueza entre inundaciones y terrenos pantanosos.
Ninguna criada estaba cerca. Fue doña María de Abreu la que, levantándose solemne de la silla, fue a atender a quien llamaba a su puerta.
— Buenos días, señora– le dijo aquel hombre mal vestido, pantalones vaqueros, camisa de algodón crudo de dura goma, sombrero de paja en la cabeza y maleta de madera aferradaa la mano. El hombre se quitó el sombrero para hablar con ella.
—Estoy buscando al señor Juca das Neves, ¿sabe usted dónde vive?
Cuando doña María vio aquello se quedó asustada, pero disimuló el susto y se hizo muy cortés al responder, pues era así que trataba a los que le quedaban por debajo de su condición social.
—Al lado – dijo, y se retiró, viniendo a sentarse delante de la manicuraSabá Vintén.
Era la señora más fina, más elegante y más bonita de la época, sí, que es así, como diceeste Narrador.
Y aquel hombre era Ribamar (d'Aguirre) de Souza.


DOCE: MANAUS.
Juca das Neves no estaba. Una vieja mestiza le dijo:
— Está en el Armazém.
— ¿Dónde está eso? preguntó Ribamar.
La mestiza se sorprendió. ¿Cómo podría haber alguien que no supiera dónde estaba el Armazém das Novidades, la famosa tienda de Manaos? Pero respondió:
— Allí en la esquina, en la avenida Eduardo Ribeiro.
Ribamar bajó por la calle Barroso. Tomó lacalle 24 de Mayo por las sombras de los pies de mango que allí estaban desde hace muchos años. Eran árboles colosales, de frondosas copas verde claro, que regalaban largay placentera sombraa aquel paisaje urbano y que fueron talados cincuenta años después.
Sin padre ni madre, ni pariente alguno del que tuviera noticias– sin ningún amigo ni nadie en aquel mundo –Ribamar bajaba la 24 de Mayo. Pero, en vez de sentirse solo, se sentía ligero y abierto a las múltiples posibilidades de aquella ciudad. Todo dentro de él decía que él pisaba aquel suelo para vencer.
Un día, como si todo estuviera bien pensado y organizado, le dijo la Caxinauá:
— Ahora te vas a ir a Manaos…
Él no dijo nada, pero sabía que ella llevaba razón. El Manixiya no existía, y el Palacio donde él ahora vivía estaba en ruinas. LaCaxinauá le recomendó que buscase a Ivete y a Juca dasNeves. Y en una semana Ribamar salió de allí.
Ahora él admiraba la bella calle, porque Manaos era bella. Calma, profunda, en el estancamiento de la crisis económica, olvidada, abandonada, pero solemne. Los grandes y bellos palacetes, con su aire de soberanía art-nouveau – Manaos era una especie de ciudad fantasma, mini metrópolis olvidada, golpeada por la claridad de un sol espléndidamente brillante. El brillo escurría por las piedras de morona  de las aceras.
Ribamar descendía despacio, pasaba por la acera de la capilla de Santa Rita – lugar tan sagrado, que ya no existe. La calle desierta. Todas las casas tenían las puertas y ventanas cerradas. Pero era un hermoso lugar, limpio. Recordaba París.
Él se sentía feliz, como si estuviera al principio del camino de su victoria. Manaos surgíadecaída, para él, algo que él podía reconstruir y que ya sentía que laamaba.
El último de los empleados del Armazém das Novidades se había marchado de la ciudad a buscarse la vida en São Paulo y el empleo era suyo. El Armazém, sin embargo, estaba casi en quiebra. Ribamar poco recibiría, trabajaría a cambio de casa y comida, como limpiador, dependiente, confidente.
Esa misma noche, después de la cena, su patrón charlaba con él. Ribamar contó su vida, de cómo no había conocido a su padre, de cómo murieron el hermano y el tío Genaro, en el ataque de los Numas. Y habló mucho más. Habló del Río Jantiatuba, del Cauchal Pixuna, del Alfredo. Del Río Eiru, del Río Gregorio, del Mu, del Paraná da Arrependida, del RiozinhoLeón, del Tajo, del Breu, del IgarapéCorumbam, el magnífico, del Hudson, del Paraná doPixuna, del Moa, del Paraná dos Numas, del Juruá-mirim, del Paraná Ouro Preto, del Paraná das Minas, del Amônea. Se ha extendido sobremanera cuando hablaba del Paraná dos Numas, del Igarapé do Inferno, del Pixuna y de los caucheros de la colocación de Ramos.
Juca das Neves habló sobre sus enfermedades y su desgracia. Y que estaba arruinado.


TRECE: CONVERSASIONES.
— Buenas noches – fue lo que dijo el padre Pereira al dar el primer paso dentro de la sala donde le aguardaba el Comendador Gabriel Gonçalvesda Cunha, que jugaba al ajedrez.
El Comendador levantó los ojos del tablero y se fijó en el sacerdote.
Gabriel aún era un hombre tenaz, delgado y elegante. Usaba siempre unos trajes de lino blanco que combinaban con sus cabellos canosos. Indicó la silla, en frente, donde el sacerdote se sentó.
Gabriel jugaba al ajedrez solo. Se quedaron los dos por un momento en silencio, como si pensaran qué decir. Se podían oír lossonidos de la cocina, también los pasos de alguien en una habitación cercana y losruidos provenientes de la calle.
Apareció una criada y el Comendador le dio el tablero, que ella tomó con cuidado para que el juego no se deshiciera.
El calor de aquella sala era blando, los mosquitos zumbaban. El mobiliario era discreto. Raro. Moderno.
— ¿Y nuestro hombre? preguntó el Comendador. Se notaba muy pronto el tema de la visita. Padre Pereira, muy a regañadientes, había pedido un encuentro con el Comendador para tratar del delicado asunto. Gabriel aceptó. Le invitó a cenar. Tendrían la oportunidad de conversar.
— Menos mal, respondió el sacerdote. Parece que le llegaron unos pedidos del interior. Y él consiguió vender alguna cosa.
— ¡Está equivocado! – le gritó el Comendador, ríspido y con la peculiar prepotencia que le era fiel compañera. ¡Usted no sabe nada!
El Comendador nunca perdió su acento portugués, a pesar de estar en el Amazonas durante décadas.
— ¡Las deudas de Jucadas Neves suman mucho más de lo que vale su patrimonio!
Hacía pocos días el Padre Pereira había oído de Juca das Neves aquella frase: “Sólo usted me puede salvar”.
— ¿Cómo? preguntó el sacerdote.
— Hable con el Comendador, Padre, en nombre de los viejos tiempos deamistad – le suplicó.
Juca das Neves había sido el gran amigo de Pierre Bataillon.
Cuando Zequinha desapareció, Jucadas Neves mandó buscarlo dentro de la selva. Su enviado, Raimundo Bezerra, organizó una expedición. Partieron de la Praia do Cuco, con dos expertos guías, buscando el lugar donde los Numas habían llevado al poderoso y rico joven.
Corría el rumor de que Zequinha había llegado a la Praia do Cuco en una canoa, encontrándose con una chiquilla Numa, que era su amante, y que, en compañía de toda la nación de los Numas, partió de allí con la india hacia lo indeterminado, desapareciendo dentro del bosque con toda la corte para casarse en la aldea. Todos decían que él fue por su propia voluntad, y que por eso era del todo imposible buscarlo, como estaban haciendo.
Sin embargo, a pesar de eso, durante casi diez años lo buscaron en vano – para después darlo por muerto. Y su caso fue incluido junto a otras desapariciones de personas y hasta de barcos enteros, como el Presidente de Pará, en 1896, el Jonas, en el lago Ueré, el Japurá, a 517 millas en el Juruá, el Tocantins, en la boca del Igarapé do Cobio, en 1900, o el Ituxi, en el lago Mixirire, en 1897, el Leopoldo de Bulhões, en la vuelta del Encarnado, 1897, o el mismo el Herman, el SãoMartinho, elAlagoas– y muchos otros barcos que desaparecían en la Amazonia, como si no hubiesen naufragado pero simplemente desaparecido, como por magia, nunca nadie supo ninguna noticia de ellos ni de nadie de su tripulación.
La sala se impregnaba del humo de los candeleros que mantenían la luz amarilla. El exótico ambiente combinaba dos fases culturales, la del art-nouveau con el modernstyle que comenzaba a surgir en la producción industrial norteamericana de la modernidad. Era una sala muy amplia y de techo muy alto, tenía un juego de sillones de rayas, una cómoda antigua y una vitrola R.C.A.
— Juca das Neves de esa no sale – decía cruelmente el Comendador al sacerdote, sentado frente a él. Se va a romper, ¡es un hombre acabado... muerto!
— Sucede que está enfermo... – comenzó tristemente el cura.
Padre Pereira estaba allí con la misión de conmover al Comendador. Sabía el sacerdote que era una misión casi imposible, el Comendador era frío, lógico. Durante todos esos años el sacerdote había recibido mucho dinero de Juca das Neves para su Orfanato. Le tocaba ahora, por lo menos, intentar hacer algo a su favor.
— ¿Enfermo? – preguntó el Comendador, que era el mayor acreedor de Juca das Neves. A pesar de considerar ese dinero perdido, era siempre desagradable saber que alguien iba a morir sin pagar, una sorpresa, una descortesía. El Comendador se enfadó aún más. “¿Qué es lo que le pasa?” Preguntó.
— No sé bien, dijo el cura, evasivo. Parece que la situación de la quiebra de su firma está acabando con él...
— ¿Y la hija? – contestó el Comendador.
Aquella era la pregunta que el padre Pereira no esperaba oír. La mirada del religioso se volvió severa, miró al viejo como si le reprendiera de haberle hecho tal pregunta, y fue con el más sombrío de los rostros que contestó:
— ¡Como siempre! Juca... – inició el cura, tratando de cambiar de asunto. Gabriel le cortó la palabra:
— Una perra en celo – los ojos del Comendador brillaban en la oscuridad.
— Sí, respondió el sacerdote, con la voz embargada. Fue con descontrol de sí que él agregó, como si recriminase alto, clamando a los cielos:
— Lo peor es que su padre no tiene autoridad sobre ella, pues le tiene totalmente bajo su dominio.
En ese preciso momento la causa de Juca dasNeves estaba irremediablemente perdida.
— Y la madre, como usted sabe, nerviosa, nada hace, nada sabe.
La madre era doña Constancia.
— La chica está perdida... – decía el sacerdote, lamentablemente.
— ¡Y su padre arruinado!, añadió, victorioso, el viejo Gabriel. ¡Ramera fogosa! Pero muy hermosa, sí señor.
El sacerdote volvió el rostro, como si evitara la bofetada.
— Para complicar,el padre Pereiraañadió, Juca das Neves colocó a un hombre dentro de la casa...
— ¿Un hombre?
— Sí. Uno que vino desde el Cauchal Manixi. Un tipo educado. Está viviendo allí, y ahora trabaja en el Armazém. Se llama Ribamar.


CATORCE: ELABANICO.
Aquella misma noche Ribamar de Souza se instaló en el sótano. Encontró el Armazémmuy abandonado y durante todo el día que allí estuvo no se hizo ningún negocio. Era como si la peste se hubiera derrumbado sobre Manaos. La crisis se demostraba en aquel silencio cálido, al atardecer, luces moribundas, el apagarse desu gran esplendor capitalista. La Amazonia se quedó sin el 80% de su economía, un desierto muerto, estéril, sobre la llanura empapada en una crisis que duró medio siglo. Las familias ricas se fueron a París, a Lisboa. Los que se quedaron estaban casi muertos. Las fortunas colosales se redujeron a polvo. Maurice Samuel, uno de los ricos, perdió hasta los muebles de su casa, embargados, y se mudó a una pequeña casa alquilada en la calle Silva Ramos. Las joyas se vendían a cualquier precio. Muchas de las mujeres de familias abastadas que se habían quedado viudas, pasaron a coser, para sobrevivir. El capital desapareció. Todo lo que era sólido se deshacía en el aire y se desmoronaba como un castillo de cartas. El Teatro Amazonas fue abandonado, transformado en depósito de caucho viejo. Lo que quedó fue muy poco, pero era lo que yo más amaba.
DoñaConstancia había sido educada para ser una muñeca inútil. Exageraba y se volvió loca. Delgadita, bajita, muy nerviosa y, en el momento en que la belleza desapareció, parecía una bruja, ogresa, rostro pálido y plano en el centro del cual abultaba la nariz curvada y la raya recta de la boca, parecía abierta a golpe fino de cuchillo, sin labios. Los ojos gruesos parpadeaban mucho, muchísimo. Doña Constancia se abanicaba con el abanico, como si la quemara un fuego interior. Y tenía un pésimo carácter, bastaba que la persona se diera la vuelta para que ella comenzasea reprenderla. Voz fina, lengua viperina. Mirada fusiladora, de odio. Los seres de las clases inferiores eran “gentuza”, simplemente no existían. Pedro Alonso, el día en que perdió la Inspectoría del Tesoro, fue cortado de la lista de una cena cuando ya había salido de casa (lo supo en el camino). Ella era el puntero de la selección social: ArístidesLourenço, persona a quien nunca saludaba, se vio un día con una inesperada invitación en las manos pues había sido elegido para el Consejo Municipal. Doña Constancia, llena de amabilidades durante todo su mandato, le volvió la espalda cuando él no consiguió la reelección y retomóa su anterior cargo de revisor en la Prensa Oficial. Doña Constanciadiscriminaba a todos abiertamente, sin ningún disimulo.
Nunca tuvo una amiga. Comenzaba a hablar de todas así que cerraba la puerta de la calle. Hablaba sin parar a Juca das Neves, hablaba muy rápidamente, la voz nerviosa, fina, angustiada. Pasaba horas y horas en chismes, maledicencias, escondiéndose detrás de las puertas para oír, entreabriendo ventanas para espiar. Vestía a las personas con todo lo que pensaba al respecto, a todos alimentándose del odio que lacorrompía por dentro. Incluso era capaz de hacer un largo viaje sólo por el placer de “saber”. Su cara entonces se irradiaba, sus ojos brillaban, ella deliraba. “¡Qué dices, cariño!... ya sabes que puedes contármelo todo, para eso están las amigas…”. Las novedades la mantenían viva. Y lo que ella no sabía,la torturaba, contrataba a personas para saber –“tengo que saber, juro que voy a saber”– su vida dependía de informaciones. Se decía que Jucadas Neves era medio sordo a causa de su aguda e incesante voz, que lehería los tímpanos, con su timbre cruel, disimulado en la voz de niña indefensa. Y durante la comida doña Constancia hablaba ininterrumpidamente, sin pausa, sin respirar, como si las palabras le quemasen en la boca, el patati et patata metálico, hablando de la vida ajena, y abanicándose, frenética, hablando, y abanicándose, y hablaba junto al marido, susurrándole al oído, toqueteándolo por debajo cuando alguien se acercaba, y se abanicaba, y era gentil y educada.El abanico y la locuacidad maledicente alcanzaron su máximo esplendor en la persona delgada y menuda de doña Constancia.
A medida que fue envejeciendo se fue poniendo peor. Comenzó a hablar y abanicarse sola, sentada en la silla mecedora donde se abanicaba y hablaba hasta bien entrada la noche. Y sola hablando, hablando, y abanicándose, abanicándose, los ojos desarrollaron una peculiaridad, una característica sólo suya, que era la “mirada de soslayo”, como ella decía, ya no mirando de frente a nadie, yano encarando a nadie, la mirada fija en los lados y esquinas de las órbitas como si siempre buscase ver y oír algo que pasaba por los lados y atrás, una mirada congelada en una expresión de odio, y que hasta hoy me acuerdo de ella así sentada, mirando hacia los lados y hacia atrás, como rodeada de enemigos, abanicándose frenéticamente y hablando afligida, hablando mal de seres imaginarios, de personas que ya se habían muerto hace mucho tiempo y sola, olvidada...


QUINCE: LA LIBRERÍA.
Era una habitación sin ventana, debajo de la escalera, con mucha humedad y mohoy allí adentrohacía mucho calor.
Para Ribamar, un lujo. En aquel cuarto, durante una década, vivió la finada Benedicta, vieja empleada de Jucadas Neves, muy aseada. Pero en la pared impregnada de moho la humedad ensanchaba dos manchas pardas. Ribamar armó la hamaca, se acostó. Podría salir sin ser visto por las personas de la casa, por el pasillo lateral. En el primer piso, donde se mudaría más tarde, se escuchaba el piano de Melina. Juca das Neves ya se había acostado. Aquel día, Ribamar conoció el Hotel Cassina, en decadencia, al transformarse en el CabaréChinelo . Conoció el Alcázar, la Librería Royal, en la calle Municipal, 85, expuestas las novedades de García Redondo, de João Grave, de Julio Brandão y Bento Carqueja – autores de moda. Allí había un libro de Carmen Dolores, otro de Haeckel. Eran panegíricos y lectura recreativa. La “Biblioteca para oPovo”, la “Biblioteca Racionalista”. Los Serões da Aldeia, de João de Lemos. Un libro se titulaba De cara alegre, de Alfredo de Mesquita y había sido un best-seller. Costaba $50dólares. Juca das Neves tenía parte de la biblioteca de Pierre Bataillon en casa. Melina no tocaba mal. Ribamar recordaba a Pierre Bataillon tocando Schubert. Grandes lanchas remolcaban los cilindros de caucho. Ribamar había pasado por la puerta del London Bank. Aquellas lanchas enormesse deslizaban suavemente por la superficie liquida del río hacia la puerta del Banco. Ivete, cuando era apenas una criada, vivía casi desnuda. A Ribamar le extrañó encontrarla, ahora, gran dama, casada con Antonio Ferreira.


DIECISÉIS: BENITO.
Prominente, ebrio, apoyado en la barra del Bar Bacurau en el inicio de la calle João Coelho, el maestro Benito Botelho, hablaba, altivo, a un grupo de hombres entre los cuales estaba el arruinado y viejo regatón Saraiva Marques. Benito, parecidísimo con Mario de Andrade, dirigía la animada conversación sobre uno de los temas de su principal indagación: la desaparición del hijo de Pierre Bataillon en el fondo de la selva amazónica. Benito especulaba e investigaba, y aquel día había publicado un artículo sobre aquella desaparicióntan intrigante. Tendría en la época unos 37 años. Delgado, pálido, mal vestido, bebiendo y fumando mucho, tenía los dientes estropeados, la frente ancha y amarilla, la calvicie avanzada y los cabellos rizados y canosos. Su único rasgo de belleza eran los ojos, vivos, brillantes, grandes, mordaces. Por ser un hombre irónico, de insinuación venenosa y certera en contra de los poderosos y en contra del mezquino y conservador medio en que vivía, no pasaba de ser un paupérrimo revisor del Amazonas Comercial. Pero poeta y poliglota, leía y hablaba francés, inglés, alemán e italiano, además de sólidos conocimientos de griego y de latín. Autodidacta. Decía doña Estella Souza, funcionaria, que él ya había leído toda la Biblioteca Pública del Amazonas. Conocedor de los dos mundos, su dominio iba de la Filosofía a la Literatura, de la Historia a la Filología. Podría recitar casi toda la Divina Comedia y el mar de su memoria fotográfica posibilitaba este gran logro, y en varias lenguas, los autores de su predilección, algunos con la imprenta de la página, editora, lugar y fecha. Nunca se había visto eso antes.
En el Bacurau se reunía la chusma de la sociedad de Manaos. Eran pescadores, policías, maricones, poetas, ex reclusos, prostitutas, comunistas, pescaderos, músicos y el grupo del Club Satírico Gregorio de Matos, que atormentaba la vida de los poetas más importantes del Clube da Madrugada. Miranda siempre aparecía de madrugada para conducir el LeonildoCalaça, mestizo grande y maduro, de afamada oratoria. Aparecía también Calixto Diniz, poeta de pacotilla, bozal y embaucador. Mujeres mayoresque por allí pasaban con la esperanza de encontrar compañía, comida y bebida. El gran poeta Lopes salía temprano. Pero el ambiente entero olía a pescado, a obscenidad, a pimienta murupi.
Benito preguntaba, argumentaba, describía el paradero de ZequinhaBataillon. El chico había sido su compañero de infancia, Benito creció en el Manixi, conocía los Caxinauás, a María, el Mulo, el Mito. ¡Oh, Benito! ¡Un sabio y un erudito! Desgraciadamente despreciaba y era despreciado por todos. ¡Era odiado! Irreverente, lengua suelta, irónico, truculento, irritante. Iba siempre borracho, todas las noches, como siempre ha sido. Expulsado del Colegio Estadual. No fue reconocido. En la ciudad pontificaban a los literatos, a los barones de la Academia, a los hombres de letras, juristas de gafas en la nariz y traje impecable, doctores, jurisconsultos, magistrados, desembargadores. Benito no podía ser tomado en serio, por su manera canalla de vivir la vida. Pero se hablaba de él, en la rueda académica. Las represalias.
Al principio Benito vivió con Frey Lothar que le enseñó alemán. Después en el Orfanato delpadre Pereira, que lo quería de sacerdote. Con diecisiete años, fue expulsado de allí. Entonces fue a vivir con la tía Eudocia, que vendía flores y cocada  en la Praia dos Remedios, flores artificiales que había aprendido a hacer cuando era apenas una niña en la casa de su ex ama. Benito ingresó en el Partido Comunista. En el Amazonas Comercial hizo de todo: era tipógrafo, revisor y reportero. Escribía artículos muy avanzados para su tiempo, que salían cuando el periódico no tenía materia para ocupar los espacios libres del boceto. Benito los escribía apresuradamente, a veces en el propio linotipo, de donde el texto salía casi sin errores. Tenía la composición de los artículos en la cabeza, y las citaciones de memoria.
La casa de Eudocia era una cabañahecha de paja en la orilla del Igarapé das Sete Cacimbas. Cuando el río subía, las aguas llegabanal umbral de la puerta. Dos habitaciones sin luz, sin agua potable, el baño, una letrina. En el salón– como era llamado – estaban al mismo tiempo la oficina, la biblioteca, la alcoba y la cocina. Tía Eudocia dormía en la habitación. Suelo de tierra batida, barro tabatinga endurecido. Una especie de mesa general para todo, donde se hacía las comidas entre pilas de libros. Un armario enorme, sin puertas, transformado en estantería de libros, libros amontonados, tumbados. El mueble, herencia de la ex ama de Eudocia, medía cerca de dos metros cuadrados, contenía más de 2.000 libros en varios idiomas. Toda una vida consumida miserablemente allí. A las cinco de la madrugada Eudocia salía hacia el Mercado da Escadaria de la Praia dos Remedios. Benito pasaba las mañanas durmiendo, las tardes en la Biblioteca Municipal – donde a veces era el único consultante. Las noches trabajaba en el periódico, en los burdeles  y en los bares sórdidos. La Biblioteca Municipal tenía un precioso acervo. Los dos mil libros del armario de Benito eran considerados, por sus discípulos (como yo), los más importantes de la historia de la cultura humana, de Homero a Machado, de Parménides a Marx. Benito sólo leía materia pesada, antigua o moderna. Las personas no comprendían cómo él, bebiendo tanto, podía seguir lúcido. Debía de ser porque era dueño de una memoria fotográfica e inteligenciaextraordinaria.
En el Diccionario topográfico, histórico, descriptivo de la Comarca del Alto-Amazonas, de autoría del CapitánTeniente de la Armada Lourenço Amazonas, publicado en Recife en 1852 – Manaos era una ciudad “en una mediana y apacible colina”que constaba de una plaza y dieciséis calles “todavía por pavimentar e iluminar”, de casas cubiertas de tejas, su población estaba formada por “900 blancos, 2.500 mamelucos (hijos de blanco con mujer india), 4.070 indígenas, 640 mestizos y 380 esclavos”, “que pasa parte del día en los bañospúblicosde lagos y playas de Manaos”. Pero cuando, en 1877, allíllega desde Portugal el comerciante de caucho Manuel dos Santos Braga – Manaos ya era considerada una ciudadmoderna, sólo veinte y pocos años más tarde.
Doña María José, esposa del comerciante, ya era una señora mayor cuando tomó a la niña Eudocia para ayudar en la cocina. Tía Eudocia no amaba a Benito, que le fue más una obligación moral, su deber al final de la vida. Eudocia era soltera, como todas las criadas de aquel tiempo, y bajita, aparentemente menudilla, sonriente. Sonreía con toda la expresión de las miles de arrugas de la cara – los ojos grandes, la frente sufriente y ancha. Trabajó hasta muy tarde. A doña María José le gustaba su servicio, su limpieza, honestidad, silencio, respeto, trabajaba como en un ritual religioso. Perfecta y anónima era Eudocia. Su ama lequisollevar a Portugal cuando se fue, pero ella no ha querido irse, y se fue a vivir de sus dulces de coco y de las flores de papel que vendía junto a la banca detacacá de su comadre Lula. No, Eudocia tampoco le odiaba, pero no le podía amar, ni se alegró al verlo, pues ella, cansada, vieja, tuvo que, a partir de entonces, atenderlo – aquel muchacho no ganaba nunca dinero para ayudar en casa, aunque ella se sentía orgullosa de tenerlo y supiese que él la amaba a su modo.
Benito consumía el poco dinero que ganaba en el Amazonas Comercial comprando libros y bebida. Y aún tenía que pedir prestado a Eudocia para el tranvía de “Flores”. Largas temporadas desempleado, leyendo y escribiendo sin salir de casa. ¿Estaría mejor sin él? Antes de él había conseguido ahorrar las economías que, paulatinamente,él se iba gastando por el simple hecho de ser quien era. Su trabajo se duplicó. Benito era un investigador, un pensador, nada más sabía hacer. Sumergido en su mundo interno, de donde sólo salía borracho (y tenía que beber para soportar aquella Manaos y lo demás) no habría sobrevivido sin ella. Partidario nato de la oposición, odiado por la clase dominante, Benito, personalmente insoportable, no perdonaba la mediocridad de nadie, no había conseguido ni el empleo en la Biblioteca Municipal, que anhelaba: él era la única voz de oposición en aquella sociedad aduladora, laudatoria, servil, risueña y patriarcal. Y él nunca amó a nadie, y ni se sabe si hubo alguna mujer en su vida, además de las madamas de la Frey José dos Inocentes hacia donde iba ya muy borracho. Benito era el enemigo de la élite de quien Eudocia había sido aliada y esclava – ella, sin embargo, agradecida a su ama, que consideraba una especie de santa, no comprendía el odio del sobrino, odio del que, por eso, también era víctima.


DIECISIETE: LA CALLE DE LAS FLORES.

Conchita del Carmen esperó que el hombre se diera la vuelta.
No había nadie en aquella calle. Calle estrecha, en la Vila de Transvaal. Una pendiente. Exuberancia de plantas y flores. Desde el Río Jordão, que allí pasaba, hasta el final dela cuesta reinaba la soledad. Apenas dos gatos se lamían en la acera. Conchita, sentada en una silla mecedora, miraba al hombre y se limaba las uñas. Fernando de Bará, nerviosamente, la sonrió cuando el hombre se dio la vuelta. Fernando estaba de pie, al lado de ella, bajo las begonias. Hasta que aquel hombreno sedio la vuelta, ella no se había dado cuenta, pues estaba distraída, examinando las uñas, la revista francesa caída sobre su regazo. Conchita del Carmen una mujer gorda, muy gorda y muy sexy.
De Bará era un travesti de mediana edad. Comenzó la vida allí, como limpiadora, contratada por el patrón, el turco Pedrosa, de quien fue amante en los primeros días. De Bará, entonces nueva, hermosa chica, de piernas gruesas y sonrisa fácil, una india de piel clara. Discreta. Tímida. Dulce. El patrón, Pedrosa, socio del alcalde, hombre delgado, calvo y bigotudo, se quedó con ella desde que llegó del Celismar, en el Río Embira, especialmente para aquel lugar famoso en toda la región amazónica –ella vino huida de su padre, que quería matarla después de que supo de unas cuantas cosas. El escándalo en la Vila doCelismar creó fama.
Cuando llegó, joven, De Bará personificaba la Alegría. Robusta, bailarina, eléctrica, espléndido cuerpo femenino, servicial y leal, amable y aseada. Conservaba la calle de las Flores limpia con la energía de diez hombres. La calle de las Flores causaba envidia a cualquiera de las casasde Manaos. De Bará, sola, era capaz de limpiar, en pocas horas, todas las habitaciones, como un vendaval. No se cansaba nunca, trabajaba todo el día, desde las primeras horas de la mañana, y pasaba la noche jugando en su resplandor femenino. Calles adornadas de flores que cultivaba en las casas transformadas. La antigua Calle de las Viejas pasó a llamarse Calle de las Flores después de ella. Y fue el regatón Saraiva, con su sabiduría hecha apenasconla experiencia de vida en los ríos amazónicos quien aconsejó a la entonces niña a buscarse la vida en Transvaal.
Fernandovalía por un Ayuntamiento entero. Transformó Transvaal en un punto turístico, primaveral y poético, de referencia, el más bello de la región, conforme lo digo yo, el Narrador: macetas y canteros de flores en la acera, en los balcones de las ventanas, en la entrada de las puertas de las casas. Fue la única paisajista de la Amazonia, la primera en usar follajes tropicales como elemento de decoración urbana. ¡Era un monumento al verde! La calle de las Flores fue siempre el más hermoso jardín urbano que he visto en toda la historia del Amazonas, con flores y plantas coloridas de la región – tajás, lianas, aráceos, leguminosas, heisterias, peperomias, flores de maracuyá y belladona, crinum, palmeritas y hasta plataneros ornamentales –¡toda un genio de la jardinería!
De Bará imperó sola en aquellos quehaceres decorativos durante décadas. Si hubiera nacido en un gran centro cultural, ciertamente habría sido una conocida artista plástica, una modista, escenógrafa, decoradora. Como no tenía modelo o escuela, todo partió de su imaginación futurista. Las puertas y ventanas de la calle de las Flores las pintó Fernando de Bará de amarillo oro, de azul cobalto, de azul violáceo profundo, de rojo venerable, de verde esmeralda brillante – según la mezcla y combinación de colores que le inspirabanlas moradoras, como colores mandarines, o tal vez fuesen pájaros, o mujeres pastorales de una extraña familia vert o rose. Sobre las banderas pintó flores o motivos, champiñones de longevidad, patos con paisaje, caballeros míticos – toscos, por supuesto, pero que se transformaban en afrodisíacos vitrales, sobre las paredes de las casas de arcilla recubiertas de una capa siempre reciente de cal blanca con yeso robusto en pasta gruesa, capa de virginidad de guarnición de plata. Un inimaginable lujo. Quien circulaba por la calle de las Flores nunca la olvidaba: tablas de madera enceradas como las de un palacio, con pequeñas alfombras de retallos coloridos – oh, aquel lugar era una limpieza de esmero y arte mestizo, de hechizo, con santos en marcos, figuras enmarcadas de Nuestra Señora de las Gracias. El lugar se había convertido en un ambiente familiar –¡un maricónde manos santas! –frecuentado por los señores por encima de cualquier sospecha, de lugares y alrededores respetables, viajeros –donde muchos se reunían por la noche para las conversaciones provechosas con las mujeres, conversaciones generales e instructivas, bebiendo una botella devinoXPTO y contando quienes eran sus preferidas. Lugar de tranquilidad y relajación, seguro y tranquilo. Hogareño. También aparecían por la mañana los imberbes alumnos de la Escuela Municipal, que se fugaban de las clases para ejercitarse en las experimentadas riñas.
Conchita del Carmen ya era la dueña de la calle de las Flores. Tal vez sigas preguntando qué tiene que ver la calle de las Flores con esta historia. Fue lo que me preguntó también mucha gente, desde hace mucho. Pero lo verá.
Sin embargo, Conchita no creía en lo que veía luego allí enfrentey laextrañabaque De Bará, siempre tan atenta y observadora que era, no se hubiera fijado en aqueldesconocido. ¡No, no era posible! No se había dado cuenta, de lo contrario ya le habría llamado la atención. A pesar de los cincuenta años, De Bará no había perdido la curiosidad de los explosivos y gloriosos primeros tiempos. Sí, era verdad.
Era un hombre alto, de piel oscura, en cuanto a la fortaleza de los músculos y de los miembros, monstruosamente enorme, medio indio medio negro, mal vestido y descalzo. Pero tenía, a su modo, cierta simpatía.
Conchita del Carmen vivía todavía soñando con el hijo del legendario Coronel Pierre Bataillon, que había sido lo opuesto a aquel hombre que tenía delante. Zequinhahabía sido gentil, delicado, infantil y sensual. La fama, con que lo aureolaban como la mayor fortuna de que se tenga noticia en toda la historia del Amazonas,lo transformaba en un ser mítico – por eso Zequinha había sido el mozo más bonito que Conchita del Carmenhabía conocido en su vida. Él un día apareció: de exquisitos modales, de miembro viril diminuto, no la despertó un amor a primera vista, no. Cuando ella lo vio, al principio tuvo miedo – el miedo que los poderosos la despertaban. Después sintió asombro. Sólo al día siguiente estaba enamorada. Pero era tarde. Entonces habría dado la vida por él, sería su esclava a cambio de nada, lo habría seguido más allá de los límites del bosque en que él se envolvió y que para siempre se perdió.
Ella todavía intentó seguirle, con todo el peso que cargaba en su cuerpo, en una caravana de mujeres en canoas para las oscuras y misteriosas brumas del Igarapé do Inferno, en busca del coronelitoBataillon.
Zequinha fue el príncipe perfecto. La trató como una dama de la corte. ¡Oh, ella sería capaz de todo! Zequinha sólo apareció una vez y la escogió a ella de entre todas las otras. La trató como a una reina, delicadísimo y tierno. Y descansó en su regazo como un chiquillo indefenso, le entregó sudelicado amor durante la noche, que pasó en suaves caricias y placenteras conversaciones, con su peculiar acento portugués afrancesado. Sentado en su regazo, desnudo, él extendía los brazos en su cuello y hablaba muy cerca de ella, de su oído – ella sintiendo su cálido aliento, sosteniendo el cuerpo bronceado, acariciando los cabellos oscuros y lisos, contemplando los ojos brillantes de una expresión bondadosa, inteligente y triste.
No – no iba, por vanidad, a jactarse de haber tenido en sus brazos al Príncipe de las Amazonas, el dueño del mundo, acostumbrado a la corte europea, viviendo en palacio de rey, en oro y seda.
Y eso no fue todo.
Acontece que, después de haber pasado la noche con ella, en íntima convivencia amorosa, en aquella madrugada él, el príncipe, le dio un regalo. La cosa es curiosa y digna de relato. Zequinha mandó despertar al hombre – cuyo nombre no quiero recordar – que era al mismo tiempo el Juez de Derecho, Alcalde, Jefe de Policía y dueño del único Armazém de Transvaal y, sin discutir el precio, compró, allí, para doñaConchita del Carmen, la famosa Calle de las Flores, que había tenido a Pedrosa como socio. Transacción hecha, dicen las malas lenguas, dentro de la habitación, Zequinha en calzoncillos, ordenando que el Juez redactase la escritura y fuese a recibir, en dinero contante, en el Manixi.
Al año siguiente Conchita del Carmen engordó más – pues se quedó embarazada. De tal forma que, pasados los nueve meses de antojo, tuvo un hijo – el Maneco Bastos, un auténtico Bataillon.
Pues el monstruoso hombre era todo lo contrario de lo que había sido el príncipe perdido, su antagonista en persona.Ahora ella allí rica, poderosa, no necesitaba trabajar, mirando aquel ser deforme, se enojó. El monstruo se alejaba hacia el final de la pendiente de la calle de las Flores, el sombrero en la mano con que las saludaba. Había llegado del Río Jordão.
Pero volvió.
¡Volvía! Y examinaba meticulosamente las puertas de las casas. Como era por la mañana, ellas dormían. Aprincipio, el Mulo solo observaba... Después... la escogió a ella.
Aquellas damas eran verdaderas conocedoras de aquellos mundos y sabían jugar con la presunción masculina. Negaban antes de ceder, lo que aumentaba su valor. Ellos, poco galantes, acostumbrados a las violaciones, se veían valorados, por desear lo difícil, que lo que se ofrece no merece consideración. En cuanto a ellas, señoras de respeto, mirada enfadada y con labios de puchero, de cierto modo ofendidas, muy peculiar a aquellas temerosas gacelas fugaces. Esto formaba parte del juego del amor, una cortesía. Damas solicitadas primero, machos rechazados después. Ellos reasumían el papel conquistador, una mujer ofrecida ofendía al hombre, la mujer era la deseada, la que cedía sus favores como concesión. El macho tenía que conquistar, mostrarse capaz. Todo eso hacía parte del arte de la conquista y de la picardía de las experimentadas madamas.
Y así fue.
Pero Conchita no se sentía halagada por aquella cortesía, aunque el hecho de ser deseada la llevase a recordar los áureos momentos de su juventud. Gordita, Conchita todavía era magnética, erotizaba todo el cuerpo. Gozaba de la vida, principalmente ahora, en la voluntaria abstinencia. No le faltarían clientes, si quisiera. Pero ella se había jubilado. ¿Cuántos años tendría?, era imposible decir. Pintada, cabellos recogidos en un moño en la parte de la nuca, flor roja en el pecho, labios carmesís, losmichelines saltando a la vista por el vestido de seda rosa, la cintura visible, las piernas enormes, gruesas, los pies metidos en unas pantuflas con pompones rojos de seda– no, no era para nada fea.
Pero noqueríaa aquel hombre. Sobre todo, un indio de aquellos – se veía allí un asesino, un hombre malo, con quien debía desarrollar pronto unas evasivas amables pero firmes palabras. Eso era un bandido, ella lo conocía bien.
Pero el hombre se acercaba.
Medio avergonzado, como conviene tratar a una señora dama, él se acercó diciendo unos “buenos días...”.
Fue cuando De Bará dio un grito, mirando al hombre de cerca:
—¡Doña Conchita, este es el Paxiúba, del Manixi!
Bingo, palabras mágicas.
De repente se reveló ante ella el guardián del príncipe perdido. Paxiúba era de la confianza de Zequinha, dormía en su cama, criado desde niño junto a él, adorándole, como un perro. Era el protector, capaz de matar por su amo, ángel de la guarda del gran amor de su vida. Paxiúba allí, al alcance de la mano. Ella nunca lo había visto antes, pero siempre lo sabía. Paxiúba no frecuentaba prostíbulos. Estaba envejecido, pero aún era un toro salvaje – y, por un proceso rápido, inmediato, de contagio, en un relámpago, ¡ella estaba enamorada! Porque aquel cuerpo había rozado el cuerpo del Amado. Durante los siguientes años los dos habían tenido una amistad de indio, un tipo de vínculo medio homosexual, Paxiúba peinando al niño, limpiándole los piojos de aquellos suaves cabellos, durmiendo frotándose en él, uno pegado al cuerpo del otro, como amantes. Paxiúba le bañaba en las aguas de los ríos. De repente ese cuerpo enorme y significativo pasaba a ser para ella una ampliación en negativo del otro, un monumento del desaparecido, y ella estaba, en aquel instante, y así se quedó, enamorada.
La calle de las Flores tal vez haya sido uno de los lugares más familiares de la Amazonia. Allí no se hablaba de nadie y había una invisible atmósfera, ley implícita, dictaba que no se miraba lo que el otro hacía. Cosa considerada natural el hecho de estar allí. Tal vez por eso todos se sentían a gusto, como en sus propias casas, libres de culpa, sin la consideración del valor de sus actos – pero, os advierto bien, dentro de las normas de la convivencia respetuosa y armónica. Por ejemplo: allí no se hablaba alto. Y no estaba permitido embriagarse. La calle de las Flores, tan antigua – tendría décadas de funcionamiento –había conseguido imponer a las personas que la visitaban una conducta propia. Un alivio para burgueses llenos de culpa que la frecuentaban. Era costumbre no saludar a nadie, no revelar conocimiento. Nadie sería capaz de preguntar: “¿Ya te vas?” a la hora de la salida. Nadie esperaba allí encontrar pariente o conocido. Principalmente porque pocos – sólo viajeros – circulaban libremente por toda la extensión de la calle.
Está claro que siempre se encontraban aquellos tipos que llegaban triunfales, como si dijesen: “¡Muchachas, he llegado!”,ostentando el hecho de estar allí como prueba mayor y pública de sus propias existencias y machismos. La gran mayoría, sin embargo, clientes asiduos, aparecían discretamente, a escondidas, en las escapadas delo cotidiano familiar – algunos con el horror estampado en la cara, el miedo a ser reconocido, y venían con la cabeza baja, sombrero bajado, pasos rápidos, escondiéndose al adentrar aquellas puertas familiares que eran inmediatamente cerradas. Así el Doctor Juez, o los hijos de la doña Consuelo, los seminaristas del Puente, o el propio vicario, que aparecía al nacer del día, antes de la misa, cuando la ciudad aún era un desierto.
A la hora de la salida, la aflicción de algunos señores aumentaba. Pues, desahogados con el competente trabajo profesional, ellos ya no eran tan impetuosos, volvían a los arrepentimientos y culpas de padres y abuelos de familia, personajes venerables que la Vila siempre supo respetar muy bien. Por eso era común que, cuando aquellos clientes acababan de ejercer sus funciones, Fernando de Bará iba a ver si la calle estaba libre, echar un vistazo a la esquina. Y aquellos señores entonces partían en estampida, nerviosos como si acabasen de practicar el más hediondo crimen, o como si escapasen de las llamas del infierno.


DIECIOCHO: ENCUENTRO.
Era una noche lluviosa y oscura, cortada por los resplandores de los relámpagos. No había iluminación en aquella calle, sólo viento sobre techos mojados. Los ojos de aquel hombre tenían dificultad para encontrar el camino. El hombre atravesaba el Puente de los Educandos, pisando los charcos de agua.
Él entró en el Chalé, en el centro de la plaza Heliodoro Bálbi– pidió un coñac, bebió, pagó y desapareció bajo su paraguas en dirección al Puente. En su cabeza, sólo pensamientos dudosos y aprehensiones.
Después de cruzar el puente, descendió por un camino estrecho hasta el otro puente de madera en medio del cual esperaba encontrar a alguien, y allí encendió un cigarro. La llama lanzó en el aire una luz amarilla, como una señal, un faro lejano. Desde allí él veía el perfil de la ciudad a lo largo, vacía, muerta, envejecida. La lluvia disminuía. Benito Botelho esperó algún tiempo, después avanzó. La pequeña brasa del cigarrillo, debajo del paraguas, fue ciertamente vista por quien él esperaba encontrar.
Él estaba corrigiendo unos exámenescuando golpearon el cristal por el exterior de la ventana de los fondos del taller del Amazonas Comercial. Sólo él y Mario, el linotipista, estaban allí. Benito interrumpió el trabajo y fue a ver, pero cuando llegó a la ventana apenas pudo percibir la figura evasiva de una vieja india en la oscuridad que le habló rápidamente. Ella le dijo algo y desapareció.
Cuando él ya no lapudo ver, volvió a su escritorio y, receloso, apagó el cigarro, abrió el cajón, de donde sacó un revólver, que puso en el bolsillo de su chaqueta, y enseguida partió dentro de la lluvia veloz hacia los Educandos Artífices.
Benito fue hasta el comienzo del puente de madera que la india le había indicado, camino hacia el Igarapé dos Educandos Artífices uniendo una isla al continente y donde estaba el Puente de la Gloria, que atravesaba el Igarapé dos Remedios. La lluvia disminuía pero aún mojaba el puente de tablas por donde Benito cruzaba.
Fue cuando, creciendo y avanzando, la figura de un mestizo viejo y negro, siniestro, alto, que olía a cumarú y orina, curvado y monstruoso se aproximaba como un demonio armado, rugiendo hecho una fiera.
Benito ledisparó en medio del tórax, matándolo. Benito lo mató, sí, el muerto era Paxiúba, el Mulo.
Una semana después Benito subía por elRío Jordão, entraba por el Igarapé do Inferno. Durante horas la lancha navegaba aquellas aguas, cosechando márgenes donde antiguamente había la abundante riqueza del caucho. Aquella región estaba despoblada desde hace décadas. Era como si la lancha pidiera permiso para penetrar en la selva llena de gritos de desconocidos pájaros, atravesada de lianas, espinas e inundaciones. Un inusitado silencio los aguardaba – Benito y los hombres de la primera expedición que el diario Amazonas Comercial organizó en busca del coronel ZequinhaBataillon. Abraham Gadelha estaba convencido de que el resultado le daría ventajas políticas.
De repente, el silencio fue cortado por un grito: el mestizoJutaí mantenía la boca abierta como si fuera a vomitar. Se cayó dentro del agua y todos empezaron a disparar hacia todos lados sin saber de qué lado había partido la flecha.
Así terminó la primera expedición de Benito Botelho. De allí incluso volvieron, dando tiros al azar, sin nada que ver en el espeso bosque. El descenso fue rápido, a favor de la corriente.
— No hemos podido avanzar – dijo Benito personalmente a Gadelha– tendríamos que tener un verdadero ejército...
Pero Benito trabajó por otros medios para descubrir lo que había sucedido con Zequinha. En la serie de reportajes que escribió (todas aprovechadas aquí), reconstruyó el gran esplendor del Cauchal Manixi. Oyó testimonios, consultó a los periódicos.


DIECINUEVE: MISTERIO.
Era imposible salvar el Armazém das Novidades, del que sólo quedaban muebles viejos, un lujo fuera de moda. A pesar de todo, Ribamar abría diariamente la tienda. El propietario no aparecía para no sentirse humilladoante los acreedores. Decaído, postrado, casi siempre embriagado, escondiéndose en casa como si una enfermedad le hubiera aprisionado. Juca das Neves envejeció pronto. ¿Era un hombre aniquilado? El dinero empezaba a faltar para la alimentación. Él vendía objetos y joyas para poder ir al mercado. Aquel díalecaducaba una de las letras que él no podía saldar. Por eso estaba hundido en la cama, a la espera de la muerte.
Pero Ribamar apareció en el umbral de la puerta.
Ribamar no había abierto el Armazém ese día. Ya estaba viviendo con alguien que finalmente ves aparecer en mi obra – Diana Dartigues, queera mucho más joven que él. Pero todavía la dejaré por aquí justo en este punto de la historia.
Hacía dos años que él trabajaba allí, casi sin recibir nada. Pero Ribamar aprendía con espantosa velocidad y luego comprendió la situación de la firma. Juca das Neves había sabido confiar en él – en parte porque era el único. Como señal de amistad, le cedía una habitación en la parte superior de la casa, una habitación cómoda, con dos ventanas que se abrían al jardín. Pero Ribamar casi nunca dormía allí, pues ya había conocido a la misteriosa Diana Dartigues que nadie sabía quién era ni de dónde había venido. Alquiló una pequeña casa en la Vila Municipal, casa que había sido del director de la ManausHarbour, Barón Rymkiewcz, cuando allí llegó, en 1900. Ciertamente Diana pagaba el alquiler. Pero Ribamar ya no era el mismo. Elegante, hermoso y bien cuidado, se había transformado en el hombre que viniste a conocer ya más maduro. Andaba con las mejores ropas, y heredó los finos trajes de Juca das Neves, que había tenido el mismo cuerpo del muchacho. Ribamar se exhibía en una colecciónde trajes caros, el H.J. inglés, camisas de seda de cuello duro. Juca das Neves había sido un hombre muy rico, había encomendado su ropa a los mejores modistas europeos. Cuando Juca das Neves regresaba de París traía una colección parisina. Era muchomás vanidoso que su mujer y su hija. Tenía un armario que daría para vestir a diez hombres. Pero engordó, no trabajaba y vivía ebrio. Juca das Neves veía la miseria como una realidad concreta. Sólo con Ribamar se abría – doñaConstancia, ya completamente loca, no le podía confortar.
— Dígame, señor Juca: ¿Cuánto valen sus casas en laFrey José dos Inocentes?
— Nada, mi hijo – respondió el viejo, cansado. Son casas viejas, hipotecadas...
Ribamar avanzó sobre la cama y se sentó en una silla cercana. Se encendió un cigarro. Estaba extrañamente confiado. Estaba sorprendido. Y empezó a hablar.
La conversación se demoró. Juca dasNeves, al principio escuchaba prostrado en la cama, como si estuviera muerto. Después se quedó un rato sentado. Enseguida puso los pies fuera de la cama. Y se quedó de lado. Y se levantó, se puso a caminar por la habitación, de un lado a otro. Al principio lento, después animadamente. A continuación comenzó a vestirse – y por fin salió con Ribamar, ¡era otro! ¡Totalmente cambiado! De hecho era otro hombre.
De lo que se desprendía de la conversación y delo que se ha enterado era que Ribamar iba a conseguir que sus deudas fuesen pospuestas, y queRibamar iba a viajar al día siguiente hasta Transvaal, en la calle de las Flores, que estaba a la venta, para en persona hacer una propuesta a doña Conchita del Carmen, y traer a las madamas de allí a la ciudad de Manaos, a las casas del Frey José dos Inocentes, donde iban a ser instaladas. En resumen, Ribamar iba a abrir el mayor negocio, único y rentable, de la historia de la crisis amazónica. Que iba a prosperar de allí en adelante, principalmente porque tendrían el apoyo de la familia Gonçalves daCunha, del Comendador Gabriel, entonces Gobernador, que daría la protección policial, y Juca das Neves se comprometía a saldar las deudas cuando el lugar estuviese funcionando al completo.
Fue el propio Antonio Ferreira, aliado del viejo Gabriel, quien selló el contrato. Para Ferreira era mejor esperar para ver, que perderlo todo, pues ya nada de Juca das Neves podría ser vendido y todo estaba embargado al London Bank. Las letras fueron sustituidas por otras letras que serían finiquitadas en un período de cinco años. El misterio estaba en saber cómo Ribamar adquirió tanto dinero. Estaba claro que venía de Diana Dartigues.
Después de algunos años Ribamar de Souza no sólo rescató las deudas de la firma,sino que comenzó a liberar las casas, bajo fianza, y no apenas las de la Frey José dos Inocentes, sino también las de la calle Barroso, y el propio edificio del Armazém, que se quedó durante todo aquel tiempo cerrado. Ribamar, con ayuda de Juca das Neves, modernizó elArmazém das Novidades, pasando a representar varios productos norteamericanos, como las máquinas de coser Singer – de enorme popularidad. Ribamar expandió los negocios y comenzó a amenazar el imperio comercial de la poderosa familia Gonçalves daCunhay de su ex yerno Antonio Ferreira. Fue en esa época que Ribamar finalmente se casó,en ceremonia discreta pero elegante, con Diana Dartigues.
Años después Ribamar de Souza era señalado como una de las fortunas más sólidas de Manaos y enemigo político del Comendador Gabriel y de su exyerno. El viejo Gabriel perdía prestigio en la Capital Federal. Había un misterio envolviendo el origen del poder de Ribamar de Sousa que nadie podía saber. No sé sirecuerdas lafigura de Diana Dartigues. Alta, delgada, grácil, elegante, Diana tenía una pequeña cabeza ovalada, sobre la cual escurrían unos largos cabellos muy lisos, negros y brillantes. La piel morena, los ojos almendrados, el cuello largo y erguido, las manos finas, largas. No se podía decir hermosa, pero era una mujer exótica. La última vez que debes de haberla encontrado fue en el cementerio, en el entierro de Juca das Neves.

VEINTE: NOCHE.
Eranlas siete horas de la noche. Benito tuvo que esperar a que el viejo Frey Lothar acabase de tomar la sopa antes de poder hablar. El Frey, expresión amargada, débil, después de la sopa, tuvo que ser erguido para volver a caerse, postrado, en un sofá cercano. Benito encendió un cigarrillo y oyó:
— A la Caxinauá. Le tienes que preguntar a ella. Sólo ella te puede contestar a esta pregunta, decía, pasando los artríticos dedos sobre la rodilla del mozo.
Una india vino a traerle un café – él tomaba café día y noche. Benito aceptó una taza. En las manos de Frey la taza temblaba, los dedos largos, delgados, como un complejo intrincado de ramas.
— La Caxinauá debe haber vuelto al Igarapé do Inferno. ¿Paxiúbaha intentado matarte, fue eso? – preguntó el Frey.
— Sí, respondió Benito.
— Pero Paxiúba, ¿por qué? –Frey frunció aún más la frente.
— Sí, fui atacado por él, le disparé una vez, pero creo que no lo maté.
— Gracias a Dios... – dijo Frey. Gracias a Dios... ¿Pero no está con Conchita del Carmen?
—No – respondió Benito. Él la mató.
Pausa. Silencio, Frey suspiró, los ojos llorosos.
— La Caxinauá debe de estar en la Praia do Cuco, si la conozco bien. Allí desapareció ZequinhaBataillon. Tienes que encontrarla. Sin ella, nada se sabrá. Escucha, hijo mío. Pierre, antes de venir a Brasil, vivió en París. Debe tener parientes allí. La última vez que lo vi fue en el Manixi. Él debe haber traído esa pistola de París, dijoFrey. Y se calló por un largo rato.
— Ella es la prueba del crimen, añadió, por fin.
Era una pistola belga de finales del siglo, de plata. Muy popular en aquella época. Una reliquia. La vi varias veces en el cinturón de Bataillon.
— Yo la vi en el Río Ji-Paraná, dijo Benito. Personalizada. Tiene grabada lasiniciales“PB”, en oro...
— La encontré cerca del Igarapé do Inferno, continuó Frey, en la mano del indio Iurimá, casado con la india Caciava, que me dijo que había ganado el arma de ZequinhaBataillon, antes de morir. Pero yo sé que ellos mentían. Iurimá era un hombre de la tropa de guerra.
Frey continuó:
— La fortuna de Zequinha puede calcularse hoy en 20 millones de dólares.
Y después de un determinado silencio:
— Pierre era buen músico, toqué con él la Kreutzer, retrasando el compás. Eran noches inolvidables en medio del bosque de la gigante Amazonia, en aquel salón iluminado, lleno de cortinas y alfombras, tocando la Kreutzer de Beethoven. Él en el piano, un auténtico Pleyel, de cola, pero pequeño. Él tocaba bien, era ágil, nervioso, indócil, inquieto. Aquella sonata tiene un módulo que se repite, y sobre ese par de notas Beethoven va construyendo la intriga, un entramado de preguntas y respuestas, una serie de cuestiones amorosas, apasionantemente transcendentes que el violín las coge y las alarga, desarrollándolas, en un diálogo con el piano, en rápidas y fuertes frases... El segundo movimiento cuenta una historia corta y simple, consecuencia de la anterior, que el violín repite, vuelve a contar, refuerza, concuerda, apoya y retoma. El violín entra con el alma...
Frey Lothar escuchaba la música en la imaginación, ojos llorosos. Era más músico que místico. Como místico, fue médico.
— Aquel palacio – dijo Frey – era un museo de cuadros y cristales, platería, porcelanas francesas. ¿Con quién se habrán quedado los brillantes de doña Ifigenia? Los brillantes, grandes, eran la ostentación de aquella casa. Un día Ifigenia fue a Belém a asistir a Pavlova, con quien cenó en el hotel. Era amiga de intelectuales. Vino a Manaos para ver aquel autor de best-sellers de la época... ¿cómo era su nombre?
— Coelho Neto...
— Sí. Ifigenia se correspondía con él, él tenía una letra maravillosa. Ifigenia frecuentaba la casa de Thaumaturgo Vaz. En 1889 ella recibió al Conde d'Eu, en la Vila Municipal. Pero legustaba quedarse en el Hotel Cassina. Me acuerdo de ella, en 1883, acompañando a PaesSarmento a laConceição, para el ceremonial de la entrega de la comenda con que fue agraciado por el Emperador – la Comenda de Oficial de la Imperial Orden de la Rosa. ¿Quieres otro café?
Frey Lothar se perdía en recuerdos.
— ¿Pero con quién se habrán quedado las libras de oro? – preguntó Benito, volviendo al tema central de su visita.
— No sé. Ni los cuadros.
— Los cuadros están en casa de Ferreira, dijo Benito.
— ¿Verdad? Había un Fromentin, en la sala de música. Avanzaron en los bienes de los Bataillones... pero ¿cómo vas a probar eso?
Hubo un gran silencio, algo mortal, en aquella sala.
— ¿Cómo vas a probar que mataron a ZequinhaBataillon?
Nadie dijo nada más. Hasta que Frey suspiró:
— ¡Oh, cuánta cosa sucedió! Cerca de la Cachoeira Cristal, Pierre construyó un chalé japonés. Todo desapareció. Así también en el Cauchal Matrinxãs, en el Calama. En el Ayucá, el propietario, no recuerdo el nombre, antes de macharse prendió personalmente fuego a todo lo que no se pudo llevar. ¡Ah, terrible!¡Ah, sí, era Rigoberto! Vivía en lucha contra los catuquinos, contra los turunas, los campos, los mayas. En la Ponta daPoedeira, tuve que hacer un parto, cerca del Ayucá. La mujer murió allí, en mis manos, pero pude salvar al niño. En el Río Jantiatuba, que corre muy fuerte...
Y siguió un prolongado silencio.
— ¿Y las libras, Frey, y las libras? – preguntó Benito. ¿Con quién se habrán quedado las libras?
Pero Frey se había quedado dormido.

VEINTIUNO: EL PÓRTICO.
Vía acuática, monótona, a través de los verdes meandros de la mata sumergida, la marcha proseguía.
Era la segunda expedición de Benito Botelho en busca de información acerca de la desaparición del joven Bataillon. Durante varios días el paisaje era el mismo. El ruido del motor, ritmado por el humo de la chimenea sobre el aire limpio, el calor húmedo y la copa de los árboles, rebajados por el sol pesado y fuerte, el suelo líquido filtrado por los rayos a través del verde oscuro, las minucias de luces en redes de suave cobertura, peligrosa, cubierta de hojas secas como un paté silvestre, bizcocho mojado, cremoso, marrón, donde se tumbabanlas flores salvajes – sí, aquello era elIgarapé do Inferno revisitadodespués de mucho tiempo, invadido, más allá del punto donde la expedición anterior había llegado. El Igarapé do Inferno, aunque hondo – un buque de buen calado podía navegarlo – era una trampa, camuflada, estrecha, en la que habían entrado desde el IgarapéBomJardim. Una isla encajada en la desembocadura lo cerraba por dentro. Escondía la mata mojada, literaria. Un observador de buen ojo no lo veríapor detrás de la glorificación de aquel esplendor vegetal. La lancha, que se llamaba Solar, lo penetraba como lámina de cuchillo, sincopada e intrusa, larga, en aquel parque acuático de gigantes antiguos, insatisfechos por ser molestados, dignos, altísimos. Era el rumbo ignoto, inminente, distante, del lugar de los seres mágicos Numas. Se diría que las estructuras arcaicas del mundo estaban escondidas allí, que allí el mundo terminaba, en sus desconocidos motivos.
Hacía treinta años que nadie navegaba en esas aguas. Benito y sus hombres podrían haber pasado por el estrecho del Embira, desde Tarauacá. Pero, entrando así, a través del Río Jordão, el viaje podría tocar la piel secreta de la bestia que la expedición tenía la necesidad de encontrar y sorprender en cualquier momento, después de cualquier curva, como si aquello fuera un monstruo prehistórico. La Solar era una lancha típica de la Amazonia, ocho metros de largo, parte central cerrada, banco del timonel bajo la cubierta de la proa, ventanas, literas, motor en el centro, grandes bidones de combustible por debajo de los bancos sucios de carbón. Las vueltas eran interminables. Benito no se acordaba del lugar donde había pasado la infancia. La región estaba abandonada y entregada al dominio Numa, que bajaron de las montañas peruanas. Cientos de personas habían muerto en esos bosques llenos de caucho. Cientos de personas atravesadas por dardos venenosos de plumas de guará rojo. Aquello era el escondite final de la faz de la tierra aún por civilizar.
Sentado sobre la escotilla, con el rifle cargado en las rodillas, el pesado Winchester 92, calibre 44, Benito era un hombre aparentemente feliz. Creado en biblioteca, complejidad frágil, aquel viaje lo reanimaba, lo excitaba.
La carrera política de Abraham Gadelha creció significativamente durante el Estado Nuevo. Él ha tenido el apoyo de Vargas, y para disminuir la fuerza del adversario intentaba descubrir en el pasado el supuesto crimen cometido contra ZequinhaBataillon, que, supuestamente, habría sido practicado por orden de Gabriel Gonçalves daCunha y Antonio Ferreira. Las investigaciones no habían dado resultados, pero no desistió el viejo periodista. En realidad,Gadelha quería, por lo menos, lanzar sospechas al respecto, lo que bastaría para denigrar la honradez de la corriente adversaria, pues las elecciones para Gobernador se aproximaban decisivas y era el momento oportuno para consolidar su liderazgo amenazado. La muerte de Zequinha desencadenó una serie de hechos de consecuencias vitales para la política amazonense. Gadelha había sido el Interventor Federal, y ahora candidato, por el voto directo, al Gobierno del Estado por el partido que tenía Ribamar de Souza concurrente al Senado. Como te recuerdas, el suplente deRibamar sería su propia esposa, Diana Dartigues.
Ribamar era un aliado poderoso de Abraham Gadelha, y los dos – como fuerzas complementarias – venían tratando de destruir el resurgimiento de la política de Gabriel Gonçalves daCunha y de su ex yerno.
Un crimen de aquella época podría implicar su propio nombre en un episodio oscuro, sangriento y desconocido– era lo que pensaba Ribamar de Souza, empresario exitoso, que representaba la modernidad, la industrialización, la entrada del Amazonas en el nuevo tipo de capitalismo que surgía: él tenía una franquicia de tiendas de departamentos que se localizaban en Belém y São Luís, poseía un hotel en Río de Janeiro y aún conservaba las casas de madamas de la calle Frey José dos Inocentes. La investigación proseguía bajo secreto periodístico de Abraham Gadelha. Ribamar era contrario a la idea – el hechizo podría volverse en contra del hechicero: Ribamar había sido amigode José Bataillon, en la infancia (y siempre se comentaba la oscuridad del origen de su inmensa fortuna). Pero Gadelha quería lanzar sospechas: un crimen compensaría la desequilibrada balanza de la opinión pública.
No era fácil organizar aquella expedición, Benito Botelho no decía la verdad. Para unos estaba al servicio de un empresario paulista, dispuesto a comprar tierras. En el Porto das Duas Canoas, tuvo que evitar hablar del asunto a la tripulación formada pormestizos a los que no agradaba para nada la idea de visitar el Igarapé do Inferno y las tierras dominadas porlos indios y abandonadas hacía ya mucho tiempo, años...
Súbitamente, en la orilla del río, apareció una mujer que bailaba con suvestido verde musgo, en la parte elevada del terreno, al compás del gorgojooleoso del hervidero de las aguas oscuras del Igarapé do Inferno,y con el brazo erguido sostenía un vaso de donde salía un árbol de caucho ya crecido. El tronco del árbol pasaba por detrás de la estatua de mármol que doña Ifigenia Vellarde había traído de Europa a finales del siglo pasado.
Detrás de aquella mujer congelada estaba – magnífico, supremo, innombrable, majestuoso – el Palacio Manixi!
Habían llegado al Manixi.
El impacto era alucinante y hermoso.
De las ventanas abiertas salían gruesas y largas ramas de árboles frondosos, nacidos por dentro, y así parecía que el Palacio había creado alas eiba a salir a volar en cualquier momento.
El Palacio se cubrió de una pátina de extraordinaria belleza, de una vitalidad monumental – estaba allí, vivo, purificado, enloquecido marco de su tiempo.
Era un santuario, dominaba el ambiente, un templo antiguo, perdido en medio dela selva, de otra era. Toda la luz alrededor se irradiaba de él, de una civilización de otro siglo, de otro mundo desconocido, límite vivo del lujo y del esplendor del caucho del fin del Imperio.
El bosque avanzaba contra él, construyendo un extraño cerco sobre su estructura e irisación de su arquitectura antigua cubierta de lianas y de ramas de un follaje abundante que venían de dentro de los salones solemnes y creaban el aura de un arrebatador espectáculo.
La lancha atracó y Benito bajó y se acercó a la escalera de mármol. Una serpiente cascabel se encogió debajo de las piedras sueltas de la guarnición.
Allí estaba todo el pasado de la Amazonia, sobre los escalones cubiertos de hojas secas, sobre la delicada y florida rejilla de hierro carcomido y oxidado.
La puerta estaba abierta. Desde el pórtico, Benito vio, en medio del amplio salón, sobre el suelo de tablas yuxtapuestas cubiertas de plantas y a punto de desplomarse, el reducido piano de cola Pleyel de Pierre Bataillon, intacto, noble yfastuoso. Era la única pieza del aposento, el único mueble que había quedado y allí estaba, abandonado, encerrado, reprimido, sofocado, en silencio, como tras un concierto, cuando se apagan las luces y el teatro queda vacío y despoblado.
Pero todos los suntuosos fantasmas se levantaban de allí. Toda la Historia deshilaba su curso. El tiempo allí se había congelado, indefenso, en medio de los amplios salones, desapareciendo a lo largo de esos mismos pasillos, escurriendo a lo largo de las paredes pesadas de estuco, lúgubres, de una decoración barroca. Eran seres invisibles que insistían en hacerse notar en la atmosfera pesada del aire, arrastrando largos y pesados vestidos de terciopelo verde, vistiendo relucientes casacas, escuálidos, salidos de aquel sepulcro del lujo de aquel tiempo, a través de aquellos amplios espacios poblados de símbolos, dentro de aquella enorme construcción de otro mundo, del fin de un mundo de donde todos habían huido, poblado de demonios, culpables, expiando sus culpas muertas.
Y por la noche desfilaban, a lo largo de aquellos pasillos, a través de la seriación de ventanas y puertas, reflejando sus sucesivas siluetas en los espejos apagados, mezclándose con figuras pintadas en las paredes, y hambrientos, gélidos, sin osar salir al jardín abandonado, en el lado de acá del viejo muelle las adornadas figuras de fina y feroz mirada que no permitían a nadie penetrar en aquel santuario del desperdicio de la riqueza antigua y condenada, nadie pudo subir la escalera del Palacio y atravesar aquellas salas más allá de aquellos mármoles traídos hacía incontables años para ladearse con el gris y el estilizado. Era como si en coro dijeran: “¡Desapareced!”. O como si amenazaran: “¡Alejaos!”.
Lafigura nocturna del antiguo y descamado dueño podía ser vista, a través de las ventanas, como si lo iluminase una catedral, mostrando la cara horrible y desesperada, los ojos hundidos en la oscuridad, buscando algo, en busca del tiempo, en busca de sí mismo – y pasando sin que nadie lo viera en su infinita miseria. Y todo el esplendor de aquel lujo antiguo era una tortura siniestramente sumida en la destrucción de un imperio allí por fin silenciado.


VEINTIDÓS: PERIÓDICO
Durante algún tiempo Benito Botelho se quedó parado delante de la casa de Abraham Gadelha sin animarse a entrar, en la calle Joaquim Nabuco, 32. Dos pisos, de estilo mudéjar.
Presentía que estaba desempleado. Hace algunos años no lehabía importado, pero la situación ahora era totalmente diferente. Tía Eudocia estaba mayor, enferma, no se levantaba de la hamaca. Él tenía que proveer algún dinero para cuidar de ella, pagar a alguna mestiza para que se ocupara de su tía y en Manaos las oportunidades ahora eran cada vez más raras.
Sorprendentemente Gadelhalo recibió amablemente y lo invitó a cenar.
Gadelha preveía ya su derrota en las urnas. Quedaba un mes para las elecciones y Antonio Ferreira llevaba ventaja sobre él. Ferreira era más ágil, más fuerte físicamente, más simpático y sólo vivía para la política, no hacía otra cosa que planificar meticulosamente sus futuras articulaciones políticas. Al contrario, Gadelha raramente estaba en Manaos, ocupado en Río de Janeiro, donde vivía. Antonio Ferreira era un político profesional, Abraham Gadelha era un periodista y empresario y el prestigio de su padrino Vargas entraba en declive.
Pero Gadelha formaría una alianza con Antonio Ferreira en los primeros años. Como el Estado de Amazonas no había salido de la situación de bancarrota en que se había quedadosumergido desde el final del imperio del caucho, sería imposible que Ferreira hiciera un buen gobierno y por eso, al final, Gadelha rompería con él, acusándole de corrupto e irresponsable y asumiría el poder nuevamente, eligiendo a Ribamar de Souza comosu candidato.
Ribamar de Souza, sin embargo, había logrado la elección para el Senado.
Abraham Gadelha contaba con Benito Botelho para escribir artículoscomprometedores contra el gobierno que estaba por llegar. Benito escribiría artículos firmados, polémicos, echando mucha leña al fuego, como sólo él sabía hacer. Mientras tanto, Gadelha se marcharía a Río de Janeiro. Cuando las cosas se tranquilizasen, volvería a Manaos, despediría a Benito Botelho y haría la alianza con el nuevo Gobernador. Sabía que sólo Benito tenía la insolencia para el enfrentamiento directo. Benito figuraba en sus planes, no tenía nada que perder. Ya tenía su cabeza sentenciada desde hace tiempo.
La comida era simple. Comían en una mesa amplia, apenas puesta porla mitad con el mantel doblado. Gadelha vivía solo, lejos de la familia. Judías con arroz, pescado fritoyguiso de pescado, acompañado de una mezcla deharina de mandioca y plátano frito en trocitos.
— ¿Y entonces? – preguntó el patrón, de repente, sujetando el tenedor en la mano. ¿Descubrió algo?
Benito Botelho bebió un sorbo de cerveza antes de responder. Se sentía culpable de la derrota del partido.
— Nada – dijo. Pero... encontré algo que no buscaba.
— ¿En serio? Por lo menos que sea algo que nos dé un buen artículo y compense el dinero perdido. ¡Pero vamos, cuéntemelo!
— Es algo impagable, desgraciadamente – dijo Benito.
— Entonces mejor de lo que pensaba.
— Escuche bien, Gadelha: Vamos por partes... ¿Conoce usted la historia de aquella india Caxinauá?
— ¿Quién?
— Yo ya se lo conté. Fue criada en el Manixi, con ZequinhaBataillon. Fue su ama.
— Sí, lo recuerdo – dijoGadelha.
— Acontece, Gadelha, que María Caxinauá está viva y es abuela de Diana Dartigues...
Gadelha se ahogó.
Gadelha tosía atragantado con la harina, se puso muy rojo. Bebió un trago de la cerveza.
Gadelha no se rehízofácilmente. Entonces el poderoso Ribamar de Souza, su aliado que había venido de la nada, del pueblo de Patos en Pernambuco, de donde partió con dos mudas de ropa en la maleta, amarrada, cosida, ¿revelaba su secreto? La cabeza de Gadelha trabajaba a una velocidad espantosa. Porque Diana Dartigues era un misterio para todos. Nadie sabía del origen de la fortuna de la pareja. El dinero apareció como por encanto.
Las crónicas sociales alimentaban el mito Diana Dartigues. Ricardo Soares decía: “Diana es divina”. Ella era citada como una de las mujeres más elegantes de Brasil, en la columna del Ibrahim Sued, de Río de Janeiro. Delgada, alta, elegante y sensual, nadie le negaba el lugar que siempre ocupó, en la más avanzada moda de su tiempo. Sus andares, su manera de mover los brazos hacia adelante, la manera de girar el cuello largo, garza zancuda, gestos estudiados, maniquí francés. Diana no andaba, desfilaba. Siempre con vestidos claros, resaltando la tez morena, siempre con tacones. Casi no usaba joyas, siempre en la justa medida –un pequeño brocheo un único anillo en el dedo o un collar de perlas y nada más. A veces, una cinta en el cuello, con un rubí.
Era hermoso ver a la pareja Ribamar y Diana saliendo de aquel Buick blanco con chofer. Ribamar, mucho más mayor, siempre elegante ysimpáticoempresario, sonriendo para todos. Y Diana, de sombrero, ligera sonrisa, digna, alta, delgada, aristocrática, un pie, otro pie, joven, brazos levantados hacia adelante, o tirados hacia adelante con displicencia, caderas salientes y sensuales que acentuaban aún más las curvas de su cintura, pero sin exageración.
La hermosa pareja. Incluso los adversarios la respetaban y temían.
— Pero eso no es todo – continuó Benito.
— ¿Cómo descubrió estas cosas? – preguntó Gadelha ya recuperado.
— Una india, llamada Irini, me lo contó. Fue ella quien creó a la niña. Fue ella quien la trajo a Manaos... yo estuve con ella.
— Iba diciendo...
— Sí. Raciocine conmigo, Gadelha. Juca das Neves estaba en bancarrota. ¿Quién pagó las deudas?
— Nunca se supo, dijo Gadelha.
—¡Ella, Diana Dartigues! Concluyó Benito golpeando la mesa con el puño cerrado.
Abraham Gadelha miró al interlocutor incrédulo, pero Benitocontinuó:
— María Caxinauá, hace muchos años, robó un cofre de hierro lleno de libras de oro del viejo Pierre Bataillon. Ella lo escondió durante todo ese tiempo, y después dio las libras a la nieta para comenzar una nueva vida... ¡un golpe maestro, sí señor!
— ¿No cree ustedque esa historia es muy extravagante?
— Creo, y es, pero es la verdad.Dijo Benito con la mirada clavada en Gadelha y los ojos abiertos como platos.
Gadelha se quedó perplejo, enseguida los dos se levantaron, pues la comidase había terminado, se fueron al jardín interno. El mosaico portugués, mamparas de cristal, las sillas de mimbre. El jardín era un orquideario circular con una fuente en el centro, allí se podía apreciar la belleza de la Cattleya Superba y de la Cattleya El Dorado, deslumbrantes, alucinadamente hermosas. Se sentaron en medio de las orquídeas, lugar predilecto del dueño de la casa, donde Gadelha recibía a los políticos. Un aire bochornoso salía por las claraboyas del techo. Efecto invernadero húmedo, de jardín botánico.
— ¿Y la madre de Diana? – preguntó Gadelha.
— Murió hace mucho.
Se quedaron en silencio. Benito, pausadamente, continuó:
— El…  abuelo… 
— ¿Quién?Se apresuróGadelha.
— ZequinhaBataillon... Diana es nieta de Zequinhacon laCaxinauá.
Tanto Gadelha como Benito se quedaron, por largos segundos, con la mirada estática, perdida en algún punto de aquel florido jardín, miradas que flotaban en aquella pesada atmosfera.


VEINTITRÉS: FIN.
Años después, elegido Antonio Ferreira para el Gobierno, y hecha la alianza con Abraham Gadelha, Benito Botelho estaba realmente desempleado.
Lo veo en el Bacurau, bebiéndose el último sueldo, adquirido con un discurso hecho para el diputado Fonseca Varella. Benito bebía el discurso oyendo hablar al regatón Saraiva Marques que estaba allí en compañía de un bigotito bajo, feo, delgado, el Maneco Bastos, hijo de Conchita del Carmen.
Maneco decía, sin embargo, que su padre era el ilustre hijo de Pierre Bataillon. Maneco bebía mucho, estaba endeudado en el Bacurau, que perdía dinero a diario con su ebria clientela. Aquel era el lugar predilecto porque tenía la erudición del maestro Benito.
Pero Benito estaba en decadencia, y Maneco no lepodía ayudar. Benito Botelho bebía cada vez más, se había quedado sin su tía, estaba más delgado, más pálido y más trémulo. Se caía en la calle y había perdido el antiguo brillo. Embriagado, ya no decía casi nada con coherencia, parado, inerte.
Entonces el regatón Saraiva Marques lesdijo así:
— ¿Sabéisvosotroslo que pasó con ZequinhaBataillon?
Benito Botelho, que estaba muy borracho, alzó la cabeza, miró al viejo, pero no lo pudo ver.
— Después de diez años de su desaparición, reapareció en la Praia do Cuco donde había desaparecido: Estaba loco. María Caxinauálo encontró y lo escondió durante años. Un día, empeoró y ella tuvo que atarlo. Él todavía sobrevivió así, atado, por algunos años. Cuando murió, ella lo enterró a las orillas del Igarapé do Inferno...
Pero lo que parecía un cuento era la verdad. Saraiva se calló. Se hizo un silenciosepulcral. Era la Muerte.
Entonces Benito se levantó con dificultad y comenzó a recitar un poema de Álvaro Maia, llamado Noche.
La noche es espantosa. Resurgen funestos abismos...
Benito recitaba de memoria. La sonoridad de las frases resonaba en el ambiente. Hombre sensible, Maneco se impresionaba con aquellos versos que conocía muy bien. Las palabras salían de la boca alcoholizada con el trotar de tempestad.
Una joven prostituta entró en el Bacurau y se sentó en la mesa donde había sobras de comida. Un gato se lamía sobre la barra y el humo de los cigarrillos lo envolvió. La voz impostada yborracha deBenito seguía:
En la lúgubre eclosión de las tragedias eternas...
En aquella mañanadispararon a Abraham Gadelha, había sido un desconocido que, según decía la gente, estaría bajo el mando de su ex correligionario Ribamar de Souza. Toda la ciudad habló de eso, pero el tiro ahora estaba olvidado en el Bacurau. Gadelhahabía sobrevivido al intento de asesinato.
En el solemne silencio hay embrujos y ritos...
Se ven, en la confusión de vidas y detritos,
Consolaciones de Dios, odios de Satanás.

Benito era un hombre arruinado. Había tenido una pancreatitis y no podía seguir bebiendo.

Sus dedos se agitaban en el aire, y él ya no veía nada.

Algo moría.

Fue cuando entró, altísimo, atlético, el poeta Lopes, que firmabasus textos con el pseudónimo “Aflopes”. Era un muchacho fuerte, simpático y talentoso, pero parecía abatido en aquel momento.
— ¡Oye,Lopes! – gritó Maneco al verlo. Acérquese al Ágora.
¡Cómo horroriza la luz de la luna! ¡Cómo es tan triste su brillo!
López esperó que el poema llegase a su fin. Benito olvidaba losversos, confundía las estrofas.
Cuando el Maestro terminó, el poeta Lopes tomó la palabra:
— Soy portador de una triste noticia.
Silencio.
— ¿Sabéisvosotros quién acaba de morir?
El gato saltó del mostrador. Y con la voz ronca, nocturna, disparó en el aire:
— Frey Lothar.
Parpadeando, altivo, brumoso, pesado de alcohol, ojos cerrados, Benito se levantó de la silla y se quedó un instante así, de pie, sin ver a nadie, inmóvil.
Después abrió los ojos cansados y dijo, apoyándose en la mesa:
— Señores... Mis señores... Acaba de fallecer uno de los más grandeshombres que esta tierra conoció... parte de mí también se marcha con él… le debo la vida a este bienhechor y gran Hombre… Frey Lothar consumió toda su larga vida en el arduo trabajo de luchar contra la miseria, contra las enfermedades, contra la ignorancia arraigada en este verde entrañable de la selva Amazonas... toda la herencia que nos deja a nosotros es su noble y humano corazón…
No continuó con el discurso, pues cayó desplomado sobre la mesa, reventando en cientos de pedazos un vaso de aguardiente contra el suelo. Murió cinco días después y está sepultado bajo una lápida de cemento, anónima, en el cementerio de la calle Major Gabriel. Algunos años después Ribamar de Souza y Diana Dartigues estaban separados. Pero, en ese punto ymientras llego al final de mi historia, me falta el aliento, pues el día se anuncia y resurge y es tiempo de partir, amigo mío, por aquí se queda este relato,ya vimos todo lo que debería de ser visto a pesar de ese disimulado Narrador que ya está casi en la recta final de su vida, permaneciendo vivo todavía hasta hoy y el asunto está terminado. No diré nada más, que la historia fue exactamente así como les he contado, y así la historia se hizo y habló por mí, y se cumplieron las cosas conforme los he dicho yo, el Narrador. Adiós, hijo mío: acuérdate de ese Narrador que ya no estará vivo y no teolvides de esa historia tan hermosa del Amante de las Amazonas. La Amazonia es un misterioso y fantástico lugar que también está llegando a sufin, pero cuandote permitas soñar, sueñes con el Igarapé do Inferno pasando por dentro de aquel pantano, siguiendo por el Palacio Manixi de gran memoria, con el joven ZequinhaBataillon. Que recuerdes a María Caxinauá, al mestizo aborigenPaxiúba, a Benito Botelho, Pierre Bataillon al piano y su Ifigenia Vellarde. No olvides a Antonio Ferreira, la maacuIvete, Conchita del Carmen, Juca das Neves y doñaConstancia, su mujer, el Comendador Gabriel Gonçalves daCunha y más aúna Frey Lothar yRibamar de Souza, que aquí se va en ese Narrador que desaparece, en este punto.

NOTAS
[1] Municipio brasileño del estado de Bahía.
[2] Municipio de Bahía, en el Nordeste brasileño, donde tuvo inicio la Guerra de Canudos, conflicto armado entre el Ejército Brasileño y la población de Canudos, bajo el mando de Antonio Conselheiro.
[3] Municipio localizado en el litoral del estado de Ceará.
[4] Se ha decidido no traducir el término por tratarse de la denominación de un lugar (punto exacto del Río Juruá), pero su significado en español es “hoz” o “angostura”.
[5] Especie de aves gruiforme, de la familia psophiidae, típica de la región amazónica, vulgarmente conocidos como trompeteros o tentes.
[6]Ave galliforme de la familia de los cracidae, habitan desde el Sur del México hasta Brasil y Paraguay, vulgarmente conocidos como mamacos o muitúes.
[7]Ave galliforme de la familia cracidae, género pipile, vive en Amazonia tanto en tierra firme como en zonas inundables, vulgarmente conocida como parva cuyubí o pava garganta roja.
[8]Igarapé es un vocablo de origen tupi guaraní (formado por la yuxtaposición ‘yogara’, canoa más ‘ipé’, camino), cuyo significado (río estrecho, de poca profundidad, pero navegable) no tiene traducción literal en la lengua española, pero aquí se ha utilizado el término “riachuelo” por ser el que más se aproxima a su significado.
[9] Palabra del tupi guaraní que significa “similar al mar”, es un brazo de río más o menos caudaloso, separado del tronco principal por una serie de islas, que se encuentra con el río principal más adelante.
[10] Estado del noroeste de Brasil, en la Región Norte, limita al Norte con el estado de Amazonas.
[11]Especie de palmera de la selva tropical, sus frutos son comestibles y de sus semillas se pueden extraer el aceite vegetal empleado en la técnica de ahumado del caucho.
[12]Es un animal de la familia de los tapíridos, uno de los más grandes de la fauna brasileña, conocido como el tapir amazónico.
[13] Del tupi guaraní, significa árbol hueco, del género cecropia, natural de la selva tropical, por su tronco hueco vive en simbiosis con las hormigas.
[14] Así son llamadas a las hormigas, en especial, a las que pertenecen al género atta, de la familia de los formícidos, que cuentan con cerca de doscientas especies.
[15]Palmera cuya madera es empleada en la construcción de cabañasy confección de demás utensilios.
[16] Pez de la familia Cichlidae, encontrado en Sudamérica en la cuenca del río Amazonas. Conocido como “pavón tres estrellas” (Panamá).
[17]Bebida indígena fermentada, a base de la mandioca (la raíz) que es unaplanta tuberosa de la familia de las euforbiáceas.
[18]Especie de orquídea originaria de la América del Sur así como la Catteya Superba.
[19] Etnia indígena del territorio brasileño.
[20] Drama lirico japonés que tuvo su apogeo en el siglo XVII.
[21]Árbol nativo de la región amazónica, de la familia de las lauráceas, de donde se extraen aceites esenciales.
[22]Árbol originario de la Amazonia, de la familia de las piperáceas, de donde se extraen aceites esenciales.
[23]Árboles de gran porte, de la familia de las bombacáceas.
[24]Especie de mosquito muy pequeño, de la familia de los simuliídeos, de picadura muy incómoda.
[25]Fruto del jenipapeiro, con pulpa aromática y comestible. En guaraní significa “fruto que sirve para pintar”, eso es debido a su jugo verde con que algunas tribus fabrican una tinta negra que sirve para pintar la piel, paredes y cerámicas.
[26] Municipio brasileño del estado de Pará, vecino al estado de Amazonas.
[27]Pescado de agua dulce, de cola ancha y de color plateado, oriundo de la región amazónica, muy consumido por la población del estado de Amazonas.
[28]Jugo obtenido de la raíz de la mandioca.
[29] Amuleto legendario de la tribu de las Icamiabas (las guerreras amazonas), tenía formato de rana y estaba hecho de arcilla o de piedras preciosas provenientes de un “cierto” río encantado.
[30]Tipo de piedras que se encontraban cerca de 13 millas al Este de Manaos.
[31]Río afluente del Amazonas en las proximidades de Manaos, de donde se extraían piedras.
[32]Membrillo de guayaba cristalizada.
[33] Aserradero.
[34] Manantiales.
[35]Bosque de buritizeiros, árboles silvestres muy altas de la familia de las palmáceas, de frutos comestibles.
[36]Barrio de la ciudad de Manaos.
[37]Antigua moneda de Brasil de la época.
[38]Ave nocturna considerada aciaga y  cuyo canto parece una carcajada.
[39]Ver nota 15.
[40] Ver nota 38.
[41]Anzuelo con cebo artificial y sedal largo.
[42]Ave omnívora que habita la selva y pasa la mayor parte del tiempo en el suelo.
[43] Árbol de la familia de las leguminosas, su madera es de color oscuro y muy utilizada en la construcción civil y naval del Amazonas, actualmente en peligro de extinción.
[44] Los que se ocupan de la extracción del látex, la balata, del árbol de la familia de los sapotáceos, el zapote.
[45] Ver nota 44.
[46]Cauchero que, en la Amazonia, vende el caucho al patrón.
[47]Veneno vegetal con que los indígenas de América untan las flechas.
[48]Referencia al líder de la tribu indígena Manaós, Ajuricaba, que se enfrentó, en conflicto armado, con los portugueses, atacando las misiones del Río Negro y negándose a que su tribu sirviera de mano de obra esclava.
[49]El urubú es una especie de buitre de pequeño porte muy común en la América Tropical que se alimenta de carroña.
[50] Ver nota 24.
[51] Especie de moscones de la familia de los tabanideos, su picadura es muy dolorosa y causa bastante picor, solamente la hembra es hematófaga.
[52]Mosquitos muy pequeños, pertenecientes al género lutzomya, son agentes transmisores de la leishmaniosis.
[53] También conocido como Ferrocarril del Diablo debido a las miles de muertes ocurridas durante su construcción entre 1907 y 1912, unía las ciudades de Porto Velho y Guajará-Mirim, del estado de Rondônia, que se limita al norte con el estado de Amazonas.
[54] Del género paraponera, del griego ponerina, “dolor”, el dolor de su picadura es 30 veces más intenso que el de una abeja o avispa. Es conocida también como la “hormiga bala” por analogía de su picadura con el dolor causado por el disparo de una bala.
[55] En la época de la extracción del látex en el Amazonas, muchos nordestinos, principalmente de Ceará, (Fortaleza), se han dislocado hacia la Amazonia para trabajar como “soldados del caucho” y tenían la fama de peleones, llevaban siempre un cuchillo metido en la vaina que colgaba de la cintura.
[56]Arbusto poligaláceo.
[57]Especie de pitón nativa de Sudamérica.
[58]Ver nota 23.
[59]Pez de la familia de los teleósteo, de coloración parda y negra, formato discoidal, nativo de Sudamérica.
[60]Planta acuática, crecen en lago y ríos de agua dulce estancada o de leve corriente, pertenece a la familia cabombaceae.
[61] Hongo que causa repetidas defoliaciones en loárboles de caucho, pudiendo llevarloshasta la muerte.
[62]Especie de planta acuática flotante de la familia de las salviniaceae, nativa de la Amazonia, encontrada en lagos y ríos.
[63]Palmera muy alta de la familia de las arecáceas, de fruto comestible.
[64]Árbol de la familia de las Chrysobalanaceae, típico de la vegetación brasileña.
[65]Área cubierta por una planta que se llama aninga, de la familia de las araceas.
[66]Planta de las familia de las gramíneas que crece a las márgenes de ríos y lagos.
[67]Ver nota 30.
[68] Lo mismo que chancleta, pero en el sentido vulgar, obsceno.
[69] Dulce hecho de coco y azúcar.
[70] Caldo tradicional de la culinaria amazónica, hecho de la fécula de la mandioca, gambas, tucupi (jugo hervido de la mandioca), jambu (planta de la familia cruciforme, levemente picante) entre otros condimentos.